En 1948, Agustín de Foxá obtuvo el premio Mariano de Cavia por un artículo publicado en ABC con el mismo título que encabeza estas líneas. En feliz y divertida comparanza con los cráneos incas del Museo de la Plata, deformados y puntiagudos en busca de no se sabe qué mérito o qué creencia, el escritor se inquietaba ante quienes, entonces como ahora, intentan moldear el pensamiento ajeno y ponerlo a su servicio. «Nuestros cráneos, por dentro, también están aplastados» y, añadía: «Los grandes trust periodísticos nos vendan las meninges, la radio nos oprime el cerebelo, las empresas de cine nos sofocan el lóbulo de la fantasía». La televisión, entonces, estaba más cerca de la Física recreativa que de la comunicación y, sólo por eso, se escapó de su valoración; pero la incomprensión y la mentira son la misma cosa independientemente de su medio de transporte.
En una divertida pirueta el conde de Foxá y marqués de Armendáriz, en un portento de clarividencia, respondió con sesenta años de anticipación al hoy presidente ejecutivo del PCE, Felipe Alcaraz. A propósito de la mezquindad que le niega al autor de «Madrid, de corte a checa», una gran novela sobre nuestra Guerra Civil, la titularidad de una calle en Sevilla el comunista ha dicho que «su obra literaria no tiene calidad». Eso sí que es un cráneo deformado y no los de los quechúas y los aimaras. ¿Qué valoración nos merecería un quídam dispuesto a tachar de la lista de los grandes escritores en español a Pablo Neruda o a Gabriel García Márquez en razón de sus militancias y querencias?
El talento -tan escaso, tan enriquecedor- no concede exclusivas y lo mismo fructifica por la derecha que por la izquierda. Un discurso político se descalifica a sí mismo si no acepta la hipótesis de otro mejor fundado y, en cualquier caso, la existencia de luz y vida más allá de las narices de quien lo defiende y pregona. Lo peor de nuestra izquierda es que, como Alcaraz, padece una hemiplejia intelectual inhabilitadora y ramplona. Foxá, con calle o sin ella, es un valor en nuestras letras. Cuando a Jorge Luis Borges le comentaron un poema de Antonio Machado, el viejo zorro hizo un alarde de equilibrio y talento. Dijo: «No sabía que Manolo tuviese un hermano...». Borges no tenía el cráneo deformado ni, como Alcaraz, la necesidad de decir algo aunque no se le ocurra nada. Pobrecito. Y es, además, profesor de Literatura.
M. Martín Ferrand
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