Me refería en mi última columna a esa magnífica película titulada Katyn y señalaba que, por desgracia, aquella matanza en masa no fue una excepción en la larga Historia del denominado socialismo real. Las primeras se perpetraron por orden de Lenin e incluyeron hasta el uso del gas contra civiles más de una década antes de que fuera utilizado por los esbirros de Hitler. Pero, por añadidura, esa forma de asesinar tuvo una terrible manifestación en España que fue Paracuellos.
Dicho sea de paso, Paracuellos aún fue una matanza más horrible porque si en Katyn los soviéticos fusilaron a oficiales, en las cercanías de Madrid las autoridades del Frente Popular apenas asesinaron a militares, pero dieron muerte a niños, mujeres y civiles. La manera en que la izquierda ha abordado Paracuellos es una de las muestras más indecentes de falta de honradez intelectual y de carencia de criterio ético que me ha sido dado contemplar en más de un cuarto de siglo de trabajo como historiador.
Hace unos años publiqué un libro en el que colocaba en paralelo las matanzas de Paracuellos y Katyn y trazaba sus orígenes ideológicos en la visión leninista de la política. Por primera vez, aportaba las pruebas tomadas de los documentos soviéticos de la responsabilidad de Carrillo, al que señalaron como culpable de los fusilamientos Dimitrov –el factotum de la Komintern a la sazón– y Stepanov, uno de los agentes de Stalin en España; por primera vez, indicaba cómo la aviación soviética en España había intentado derribar el avión en el que iba un funcionario de la Cruz Roja con las pruebas de la matanza de Paracuellos y, por primera vez, incluí un listado completo de los asesinados en Paracuellos –cerca de cinco mil– que se basaba en las investigaciones realizadas por José Manuel Ezpeleta que todavía siguen inéditas, pero que, un día, constituirán la obra definitiva sobre la represión del Frente Popular en la provincia de Madrid.
Igualmente, la obra contenía más de una cincuentena de documentos que ponían de manifiesto que ni Paracuellos ni Katyn habían sido accidentes sino que obedecían a una cosmovisión política y a una metodología de la represión concretas. No hubo respuesta. Tan sólo un personaje en el que se verificaba el principio de que la ignorancia es muy atrevida se atrevió a descalificar la investigación alegando que no había conseguido encontrar una de las citas –¡una!– de las que aparecían en mi libro, lo que me lleva a pensar que dio todas las demás por fidedignas.
El sujeto en cuestión me acusaba de anticomunista –virtud de la que me siento orgulloso– y, poco después, en una entrevista aparecida en un diario se permitió decir que «comprendía» los fusilamientos de Paracuellos. Quizá es que haber sido concejal del PSOE, como era su caso, provoca en algunas personas «comprensión» hacia el genocidio. Paracuellos sigue siendo una asignatura pendiente y no sólo en el terreno cinematográfico.
Mientras escribo estas líneas me entero de que en la causa por prevaricación contra Garzón se incluye que librara a Carrillo de acciones legales por la ley de amnistía mientras ha despreciado ese mismo texto legal en su carrusel judicial de la Memoria Histórica. Me parece no sólo de justicia sino de sentido común, es decir, todo lo contrario a haber otorgado un doctorado honoris causa al principal responsable del Katyn español.
César Vidal
www.larazon.es
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