En abril de 1943, la radiodifusión alemana anunciaba al mundo la noticia: en un lugar, a las afueras de la ciudad rusa de Smolensk habían sido hallados los cuerpos de unos 10.000 oficiales polacos asesinados por la NKVD, la policía política de la URSS. Para Berlín, la noticia suponía un filón propagandístico de primera magnitud, por cuanto abría una cuña de disensión entre polacos y soviéticos, y situaba a los angloamericanos ante una disyuntiva: apoyar a los comunistas -quienes llevaban el peso de la lucha contra el III Reich- o secundar a las víctimas polacas -por cuya libertad habían declarado la guerra a Alemania cuatro años atrás-. Estos hechos han inspirado la película ‘Katyn’, recientemente estrenada en España.
En septiembre de 1939, la URSS había capturado numerosos prisioneros, como consecuencia del reparto de Polonia que habían acordado con Hitler el mes anterior. Durante el otoño y el invierno siguientes, miles de estos prisioneros se hacinarían en distintos campos, a la espera de una prometida repatriación ya que, anexionada la parte oriental de su país, serían considerados en el futuro ciudadanos soviéticos.
A comienzos de abril de 1940, este anhelo pareció hacerse realidad cuando les fue notificado que se les transportaba “al Oeste”, dándoles a entender que volvían a casa. Para facilitar la tarea, los soviéticos orquestaron homenajes que incluían bandas de música y discursos. Entretanto, en Moscú y con fecha de 5 de marzo de 1940, Stalin había decidido su exterminio.
Pese a que los polacos tradicionalmente recelaban de los rusos, no imaginaban lo que éstos, devenidos en comunistas, eran capaces de hacer. Por entonces se ignoraba la gigantesca matanza que los bolcheviques habían efectuado contra su propio pueblo; sólo en Ucrania, entre cinco y ocho millones de campesinos habían muerto a consecuencia de la colectivización en los años anteriores.
Aunque los prisioneros polacos habían perdido su optimismo inicial apenas comenzada la evacuación, al ser descargados de los trenes se desvaneció la más mínima esperanza que aún pudiesen albergar. Junto a las vías, les esperaban los “cuervos negros” de la NKVD, las furgonetas de transporte de detenidos de la policía política, a las que fueron obligados a subir con ademanes imperiosos, entre perros policías azuzados por los agentes y las porras y los rostros hostiles de los sicarios bolcheviques. El que las ventanillas hubiesen sido cubiertas con barro para impedir la visión de los detenidos no presagiaba nada bueno.
Asfixiados con serrín
Cuando quisieron darse cuenta, los polacos ya habían sido concentrados a unos 20 kms de Smolensk, en un bosque conocido como Katyn, próximo a la localidad de Gnezdovo. Estaban “al Oeste”, aunque jamás alcanzarían sus hogares, como se les había inducido a creer.
Los lotes de presos eran despachados con el clásico procedimiento comunista del tiro en la nuca. Sólo en torno a un 5% de los cadáveres hallados en las fosas comunes demostraron haber dispuesto de la posibilidad y los recursos necesarios como para oponer algún tipo de resistencia. Las ejecuciones tenían lugar entre la puesta de sol y el amanecer, y se llevaban a cabo con pistolas de fabricación alemana tipo Walter del calibre 7.65.
Algunos, de entre ese 5% que contó con la posibilidad de oponer resistencia, fueron asesinados a bayonetazos o sometidos a torturas que les produjeron la muerte. Otros resultaron asfixiados por los agentes del NKVD taponándoles las vías respiratorias con serrín, procedimiento barato y silencioso. Particularmente cruel fue el destino reservado a ciertos recalcitrantes, a quienes se les dispusieron cuerdas en sus extremidades y cuello de tal modo que, con cada movimiento que efectuaban, se ahorcaban a sí mismos lentamente. El total de asesinados en Katyn roza los 22.000.
Kruschev vs. Stalin
Stalin odiaba a los polacos por varias razones, pero en especial porque le habían hecho fracasar en la guerra que había librado contra ellos en 1920. El hecho de ser un pueblo campesino de marcada religiosidad -católica-, fiel a sus costumbres, no le hacía ciertamente más simpático a los ojos del dictador georgiano. Quizá con la excepción de su propio pueblo, Stalin no trató a nadie peor que a los polacos. La política soviética en los territorios polacos incorporados a la URSS fue deliberadamente criminal. Katyn fue una consecuencia extrema. Pero las deportaciones, los asesinatos y las humillaciones inferidas a este pueblo fueron la médula espinal de su política hacia él.
Cuando los alemanes hicieron público el hallazgo de las fosas de Katyn, los soviéticos reivindicaron airadamente su inocencia y, ante la insistencia de los polacos en llevar la investigación a sus últimas consecuencias, rompieron relaciones con el gobierno polaco radicado en Londres.
La felonía comunista llevó el asunto hasta el punto de que los soviéticos incluyeron el crimen entre los puntos de la acusación en Nüremberg cuando, finalizada la guerra, se juzgó a los derrotados alemanes. La URSS no reconoció la autoría del crimen hasta 1990, y sólo de modo parcial; tendrían que publicarse los documentos en 1992 para aquilatar la verdadera responsabilidad de la cúpula del Estado comunista en el crimen de Katyn. Pero los soviéticos conocían lo que había sucedido desde 1959, como poco, cuando Kruschev ordenó la elaboración de un dosier sobre el asunto. La firma de Stalin, de Beria, Kalinin, Voroshilov, Kagánovich, Mikoyán y Molotov en la orden de fusilamiento deja poco margen a la duda.
Fernando Paz
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