Don Antonio Domínguez Ortiz con Granada al fondo, en la última entrevista que concedió a ABC | KAKO RANGEL
Moreno Alonso lo biografía en «El mundo de un historiador»
Don Antonio Domínguez Ortiz vivía frente a La Cartuja granadina, ciudad a la que llegó en el otoño de 1942 alarmado por temblores de tierra. El primer terremoto le sorprendió en la cama. Sintió una suave oscilación. Allí habitaba un doble ático, que compartía con su estudio. Tuvo que ampliarlo para que cupieran todos sus libros, más de 15.000, leídos y releídos, arracimados en torno a una mesa camilla. Máximo experto en la España de los siglos XVI, XVII y XVIII, nos enseñaba que «considerarse únicamente vasco, únicamente sevillano o únicamente malagueño es un retroceso muy considerable en el proceso de mentalización de la Humanidad. Un paso atrás».
Al morir en 2003 dejó obra inédita: su deliciosa e interesantísima correspondencia con historiadores. Manuel Moreno Alonso, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Sevilla, lo recuerda, vivo, en «El mundo de un historiador» (Fundación Lara; premio Domínguez Ortiz de biografías).
-Los maniqueos dividen la vida entre buenos y bárbaros. Don Antonio jamás redujo la historia.
-Domínguez Ortiz era, por encima de todo, un historiador de matices, ecuánime, especialmente equilibrado. Si algo despreciaba era el maniqueísmo de tantos historiadores, que reducen la historia a un mero enfrentamiento entre buenos y malos. En conversaciones coloquiales, sin embargo, afluían expresiones como éstas que, con su socarronería andaluza, sorprendían a quien las oía.
-Su sentido común era innato.
-Ese sentido común, que entre los historiadores resulta tan poco frecuente, orientó su vida y su obra. Por ello entendió tan bien la vida de los hombres cuando la historió.
-Sostenía que todo historiador debe tener una dosis de civilizada beligerancia.
-Cuando alguien le preguntaba si era un sabio no le gustaba. Era un hombre de nuestro tiempo, que miraba la historia teniendo en cuenta los problemas de hoy. Lo que hace, precisamente, que su visión del pasado sea tan actual y real como la vida misma.
-¿Cómo consiguió renovar la Historiografía española?
-Fue un fin que jamás le pasó por la imaginación. Nunca se lo propuso. Conocidas son las dificultades que pasó para abrirse camino. Todo fue fruto de una vida consagrada al estudio. El fruto de este trabajo realizado en silencio fueron sus libros. Así fue como renovó nuestra historia.
-¿Cómo era una jornada de trabajo en la vida del historiador?
-Era hombre de una laboriosidad extraordinaria. ¡Siempre estaba trabajando! Sabía aprovechar todos los momentos. En la Academia de la Historia, cuando murió, se dijo de él que era hombre de flema británica y rigor germánico. Pero él no era así. Trabajaba con la mayor naturalidad del mundo. ¡Qué decir de su vieja Olivetti con los caracteres ya gastados de tanto escribir! Todo lo hacía con una naturalidad y sencillez que, en mi opinión, podían parecer desconcertantes.
-Don Antonio entendía la Historia como la batalla del espíritu.
-Así es como, en alguna ocasión, lo he definido en mi biografía. Siempre he pensado que estaba especialmente dotado de un instinto y de un vigor especial para desentrañar el pasado. Su dedicación a la Historia estuvo siempre llena de ánimo y de esfuerzo. Su constancia es admirable.
-¿Qué escuela, qué legado, qué herencia nos concedió?
-Sin haber sido nunca profesor universitario, hoy es reconocido como el gran maestro de los historiadores españoles. «El Homenaje» que se le dedicó al historiador, publicado el año pasado en tres grandes volúmenes, es un exponente de este reconocimiento. Su legado es enorme. Su bibliografía, inmensa, en torno a los 600 trabajos. Fue un lujo de la historiografía española.
-Y era un genio humilde.
-Proverbiales fueron su sencillez y su autenticidad. En su amor por la verdad fue un hombre insobornable. En la entrevista que publico en el apéndice al libro se retrata.
-Hoy Domínguez Ortiz habría cumplido cien años. En 2003 murió. Tantos años sin él es un lujo demasiado inmenso que no nos podemos permitir.
-Los trabajos de Don Antonio seguirán siendo de consulta obligada. En las jornadas que celebramos los días 21 y 22 en Sevilla queremos simplemente recordarle.
-¿En España se le ha reconocido como debe o se han olvidado ya sus lecciones magistrales?
-Es un historiador vivo.
-Él detestaba el esoterismo. ¿Su rigor era su racionalidad?
-Si me lo permite, retomando su pregunta de antes, ese esoterismo que a veces denunciaba podía ser un tipo de barbarie a la que a veces aludía. Su rigor, aparte de en la racionalidad y en el buen sentido, se asentaba en su honestidad intelectual.
-Él veía los nacionalismos como uno de los grandes males de nuestro tiempo. ¿Y usted?
-Particularmente le preocupaba la tendencia disgregadora impuesta en los programas educativos. Una tendencia que no responde a exigencias populares, sino a unas minorías políticas que se han apoderado del aparato pedagógico, que es un canal que circula por las alcantarillas. A mí este nacionalismo de tipo fundamentalista me parece una «barbarie» también.
-¿Qué le debe la Historia a Domínguez Ortiz?
-Le debe su renovación. Durante muchos años se ha dicho ligeramente que el gran renovador de la Historia Social en España fue su amigo Jaime Vicens. Pero no es así. De ello me ocupo en el libro. El gran renovador es Domínguez Ortiz, un historiador de la estirpe de Menéndez Pidal o Sánchez Albornoz.
Antonio Astorga - Madrid
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