La ministra de Defensa de España, Carme Chacón, ha apelado a los medios de comunicación para que ayuden a encontrar un nombre alternativo a la guerra de Afganistán. Las bases del concurso ¿Cómo lo llamamos? eran presentadas por Chacón en una entrevista que publicaba ABC este domingo. El único requisito es que no se emplee el término "guerra". La señora de Barroso ofrecía unos cuantos ejemplos para animar al personal, tales como "situación de enfrentamiento", "de gran riesgo", "de violencia generalizada" y con "ataques frecuentes". Son descripciones aplicables a unos disturbios prolongados y por ahí va mi propuesta. Que lo llamen los disturbios de Afganistán.
Las perturbaciones que tienen lugar en suelo afgano les cuestan la vida a militares de numerosos países, entre ellos España, y la ministra ha pedido colaboración para hacerle comprender a la gente que en las misiones de paz hay combates y víctimas, o sea, que son como la guerra, pero con otro nombre. ¡Que lo intenten ellos! Se llame como se llame, Chacón y el Gobierno reclaman una nueva estrategia allí, desde la premisa de que no hay solución militar y debe recurrirse a doña política. Una posición análoga a la que siempre ha mantenido el nacionalismo ante ETA bajo el paraguas retórico de que la solución policial no existe. Punto de partida, también, de la brillante extrategia que aplicó el astuto Zapatero en su día. En contextos así, donde dice política, entiéndase negociar, ceder y retirarse. Son cosas que se pueden hacer, pero no llamar por su nombre.
La razón primera por la que el Gobierno no quiere llamar a la guerra de Afganistán por su nombre es otro nombre: Irak. Quienes llegaron al poder aupados sobre el noalaguerra (de Bush) y sentados ante la bandera de Estados Unidos (de Bush), se estremecen al calcular el coste político de reconocer que mantienen tropas en un conflicto bélico (de Obama). A fin de cuentas, a Zapatero se le ha elegido dos veces no para que combata contra el terrorismo, sino para que gestione su apaciguamiento. Llámenlo equis.
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