Sólo unas horas después de que Moratinos se colocara la medalla de la liberación de dos presos políticos en Cuba, el régimen castrista confirmó ayer la condena a dos años de carcel a Agustín Cervantes, gestor en Santiago de Cuba del Proyecto Varela, un movimiento que pide cambios democráticos utilizando la propia Constitución cubana. Es el juego indecente de la dictadura, al que el ministro de Exteriores se presta. Lo hace convencido y de buena fe, pero también torpemente, plegándose a las exigencias de los hermanos Castro para aislar a los disidentes. «Si quieres que suelte a unos presos, ni un contacto con esos mercenarios», le diría Raúl en La Habana. Y Moratinos aceptó, para poder regresar a Madrid con lo que él llama «resultados».
Así, incluso, llegó a decir en el Congreso que, gracias a esa política, de 300 presos se ha pasado a 206, sin mentar que la inmensa mayoría han sido puestos en libertad sólo tras cumplir sus condenas.
Mientras Moratinos se ufana de su labor, se multiplican en la isla el acoso y las detenciones arbitrarias, por horas o por días, de cualquiera que tenga el menor contacto con la disidencia. Los cubanos suspiran por un permiso para salir del país y hasta en las iglesias se dan gracias cuando a alguien, tras mucho tiempo de espera, se lo conceden para ir a visitar a sus familiares.
Esos y otros derechos humanos son pisoteados una y otra vez. Pero Moratinos no ha visto esa realidad, porque su estancia en Cuba se la ha pasado junto a las instancias oficiales, despreciando a los opositores y empeñado en una actitud entreguista a un régimen que aplasta la libertad de los cubanos. Todo, a cambio de vagas promesas de reformas, que cree a pies juntillas. Ayer, el PP, a través del diputado Teófilo de Luis, le preguntó, entre otras cosas, cuáles son esas reformas que le ha anunciado Raúl Castro.
Luis Ayllón
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