Poco después de que Moratinos dejara la isla, el régimen de La Habana liberó al prisionero de conciencia Nelson Aguiar Ramírez, que pasó en la enfermería la mayor parte de sus seis años y ocho meses de cárcel. A Nelson la noticia debió sorprenderlo con el viejo pijama de cada día. Es un juego de azar que siempre toma desprevenido al agraciado. En esta ocasión tampoco se sabrán las circunstancias en que se tomó la decisión, y él mismo se preguntará ¿por qué yo? Es imposible describir ese instante en que el síndrome de Estocolmo trata de apoderarse de uno, ese momento en el que te informan de la excarcelación es un sucedáneo del nirvana.
La liberación de Aguiar se produce cuando la maquinaria represiva había actualizado su inventario de rehenes con la detención del doctor Darsi Ferrer y el miembro del Movimiento Cristiano Liberación Agustín Cervantes. Pero no significa ninguna modificación en el esquema represivo, forma parte del macabro ritual de intercambio con el que La Habana paga con víctimas las ayudas; ha sido así siempre hasta el punto de que está aberración se ha convertido en regla, que intenta presentarse como magnánima.
Este comportamiento, que es equivalente a la práctica de la guerrilla colombiana, no puede ser legitimado por la falta de energía o compromiso o por simpatías políticas. Para el régimen es mucho más fácil tomar rehenes que para los seguidores de Marulanda porque son personas indefensas violadas en sus derechos más elementales.
Nelson ha salido de la cárcel y nos alegra, como nos alegrará siempre que haya liberaciones. Pero este intercambio de favores tiene que cesar, como la hipocresía que significa esta pantomima de la apertura. La petición de excarcelaciones tiene que hacerse desde la transparencia y la incondicionalidad para que pueda compararse al sacrificio de estos hombres.
Alejandro González Raga, periodista cubano
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