No se preocupen ustedes que no les voy a hablar del Premio Nobel de Barack Obama. Sé de formas aún más contumaces de hacer el ridículo. Y sin emboscarse detrás de una academia que parece dedicada a hacernos reír desde hace tiempo. Escandinavos serios, educados y bien pagados, jugando a ser Almodóvar. Quienes creímos que con la mamarrachada de Al Gore habían conseguido su hito máximo nos equivocamos. Cobardes, cretinos y pelotas. El perfil del éxito hoy en día. Insultan a los Soljenistsin —al maravilloso Aleksandr Wat no lo conocen, se lo recomiendo, un nuevo impagable libro de Acantilado de las conversaciones del polaco Wat con el Nobel Czeslaw Milosz, titulado «Mi siglo»—. Por eso hablaremos de otros tiempos. Después de convertirnos las vísperas del Día de la Hispanidad en el desfile del orgullo indigenista, al menos hemos tenido un desfile de nuestras Fuerzas Armadas. Pese a todas las componendas escenográficas, el Gran Timonel no ha podido evitar que le expresaran lo que piensan de él gran parte de los familiares de los militares. Y además hemos tenido alguna publicidad en la que nuestras Fuerzas Armadas salían armadas y no cocinando con Ferrán Adriá y revolando con Concha Velasco. ¿Mala conciencia por nuestro último caído en guerra, nuestro cabo Cristo, que llamándose así, tuvo que querer ser bautizado antes de morir? Quién sabe. ¿Y el pobre Cristo que quiso bautizarse agonizando? ¿Víctima de los talibanes de allí y también un poco de los de aquí, de los que te insultan si crees en Dios, si te bautizas, si haces la comunión? Elegante es alquilar una finca para un bautizo civil. O hacer una comunión civil y muy, muy laica, en el Palace. Sabemos de algunos. Que después se quejan de que la boda de un dueño de la empresa que embarranca es una cursilada.
Con motivo del Día de la Hispanidad y como permanente consuelo al escaso respeto que en la vida cotidiana se tiene con nuestras fuerzas armas y la Guardia Civil —véanse cuarteles, casas cuarteles y salarios—, nuestra ministra del ramo aparece por doquier en la prensa, incluso con libros en la mano y globos terráqueos al fondo. Y nuestra querida ministra —cuyo marido escribe bien, sabe hacer negocios y debe mandar y desde luego saber, como jefe consorte del CNI, casi tanto como nuestro Fouché Rubalcaba—, nos habla de la contundencia con que se emplea nuestro ejército en Afganistán. Ese ejército que tiene que dejar, humillado, que sean otros los soldados que vayan a por los verdugos de nuestro cabo Cristo, el que se bautizó antes de morir. Supongo que eso a la ministra no le sentaría nada bien. Ni que se bautizara ni que fueran americanos y afganos los que mataron a los asesinos del cabo. Nosotros somos buenos, pacifistas y no podemos faltar a los enemigos en Afganistán, sólo al facherío español. Por eso la ministra nunca ha pedido perdón ante los soldados muertos por España por haber dicho que ella era como aquel difunto Rubianes que se cagaba en la puta España, y recomendaba que los que creíamos en ella nos metiéramos esa España por el culo. Lo siento por Rubianes. Nadie tiene que morir por ganas de insultar. Pero no lo siento por la ministra. Sus palabras están grabadas. Y todos los que ayer desfilaron debieran tenerlas en su I-Pod para sonreír cuando ella saluda a las tropas. Pero déjenme que se lo cuente con ese universo intelectual tan fantástico de la ministra. Dice que el asedio al Alcázar de Toledo —sabrán de lo que hablo— hay que «recordarlo pero no exaltarlo ni glorificarlo». Para recordarlo, lo mejor, al parecer, es hacer desaparecer todo lo que recuerde a aquella auténtica gesta, comparable por cierto a otras de otros españoles republicanos. Pero exaltar o glorificar la lucha de quien cree, tiene honor y lo defiende hasta la muerte debe ser una chorrada, ¿verdad, querida ministra? Así es como se manda a nuestros compatriotas a la guerra. Sin decirles adonde van y despreciando la victoria.
Hermann Tertsch
www.abc.es
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