sexta-feira, 26 de fevereiro de 2010

El desgobierno

Esto no es un Gobierno. No tiene coordinación, ni coherencia, ni criterio. No hay quién dirija. Ni siquiera es una banda de amiguetes porque la mayoría no habla entre sí ni están organizados. El presidente sólo despacha, y por separado, con media docena. La sensación de caos es absoluta; el descontrol, inmenso. El Gabinete como tal no existe ni cuenta con un funcionamiento sistemático; se mueve desde el principio por ocurrencias impremeditadas, por impulsos fugaces que si antes duraban al menos un año -como el Plan E o los 400 euros-ahora no se sostienen más allá de un par de semanas, como ha ocurrido con la reforma de las pensiones. A veces, ni siquiera duran horas; ayer la vicepresidenta primera descartó de un plumazo la congelación salarial de los funcionarios que en la víspera había planteado la vicepresidencia segunda. Hay pulsos de poder por el poco poder que Zapatero les deja.

Encerrado en su estrecho círculo de pretorianos, el presidente ha descolegiado el Consejo de Ministros al entregar el mando de operaciones a una comisión tripartita en la que José Blanco ejerce de vicepresidente de hecho sin competencias legales. De la Vega ha caído en desgracia y está cansada, aislada y molesta. Salgado declina responsabilidades y Chaves simplemente no las tiene. Los sindicatos gozan de derecho de veto. Miguel Sebastián sube y baja en influencia según el humor cambiante de Zapatero, que vive refugiado en una burbuja cuyo acceso controla su propio primo. Los decretos de estructura orgánica son papel mojado y nadie sabe a quién dirigirse ni cómo. El armazón organizativo del Estado se tambalea porque su suporte administrativo ha sido desmantelado como se desatornilla un andamio. Se trata de un desbarajuste institucional sin precedentes, propio de un sistema de poder personalista cuyo mayor problema reside en la propia inconstancia de quien lo dirige, que además aparece y desaparece según la agenda de la Presidencia semestral europea.

En este marco de anarquía, el supuesto pacto con la oposición resulta una quimera, un desvarío. Nadie sabe con quién hay que hablar ni para qué. El nuevo tripartito apenas ha podido preparar un papel insultante, un documento que serviría para despedir a un becario. El consenso es una mera categoría propagandística urdida con la intención de diluir responsabilidades. Lo peor que le podría pasar al zapaterismo sería que el PP se aviniese a una negociación seria: tendrían que alumbrar alguna idea, coordinar proyectos, y quedaría al descubierto el clamoroso vacío en que se ha convertido la gobernanza. No tienen nada que ofrecer, y las únicas propuestas coherentes, de inmediato desautorizadas, parten de un par de secretarios de Estado. El caso sería grave en cualquier circunstancia; con la crisis enquistada y el país en quiebra, se trata de un problema mayúsculo. Nada menos que un Estado sin respuestas.

Ignacio Camacho

www.abc.es

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