Hoy se cumplen cuatro años del punto de inflexión de la historia de España iniciada con la aprobación de la Constitución. El 11-M supuso la brutal ruptura con la normalidad democrática por la que tanto habían luchado los españoles. El pasado domingo se ha confirmado en las urnas que la quiebra inducida por las bombas de los trenes entonces no suponía un paréntesis en una evolución hacia la plena homologación de España con los países modernos de la Europa democrática sino el principio de un proceso radicalmente distinto sin final previsible. Hoy (las urnas han vuelto a hablar) demuestra estar asentado. Durante más de un cuarto de siglo, la sociedad y su clase política protagonizaron una larga marcha para alcanzar a los vecinos europeos que nos llevaban siglos de ventaja en la construcción de una sociedad libre e instituciones fuertes.
Hace cuatro años, nuestro nuevo Gran Timonel inventó una singladura hacia objetivos más trascendentales en la conquista del Bien y sobre todo más comprometidos en combatir al Mal que considera afecta a la mitad de la población de la nación. Sus teóricos llaman ahora a ganar una guerra que, dicen, perdieron hace 70 años los buenos frente a una perversa alianza de obispos, terratenientes y generales. Esto sugiere que una cantidad exigua de enemigos fue capaz de ganar una guerra frente a las mentes de masas democráticas de socialistas, comunistas, anarquistas que defendían la república. Pero el Mal existe y no son los terroristas que pueden ser «hombres de paz» o «hienas» en virtud del trato que reciben del Estado de Derecho.
Ungido nuevamente y con mayor entusiasmo, han de crecer en el Gran Timonel las ansias por imponer sus intenciones de crear una sociedad de bondad infinita. Para tan alto fin todo vale. Ni sus mentiras compulsivas, ni sus errores catastróficos, ni su gestión incompetente, ni su temeridad, ni su aventurerismo, ni su infinita soberbia, ni el desecho de tienta que sus colaboradores suponen. Todo se le ha perdonado. Eso sí, cuando las dificultades del sobrevivir se impongan, la culpa recaerá en los antipatriotas. Contra ellos soltarán su jauría. No es anacrónico, es surrealista este frentepopulismo en el siglo XXI. Pero todos recordamos ejemplos de una constelación maldita que hunda conquistas y libertades.
Rompamos aquí con la épica. Zapatero ha logrado dividir a España en dos como desde un principio quiso. Su problema ha sido que pensaba que una de las dos, la suya, era mucho más grande que la otra. «No hay tantos obispos, lugartenientes y generales», habría soñado que le decía su abuelo Lozano. Pero ya tiene una segunda oportunidad. Y tiempo para que el universo imaginario de militancia zascandil que le es propia a él y a su soldadesca de propaganda siga difuminando la basura ideológica que nuestros hijos y nietos ven en cada una de las televisiones y escuchan y leen en su adoctrinamiento colegial. Así se crean mayorías en favor del Bien y militantes capaces de todo contra el Mal de esa España aviesa que somos aquellos que no obedecemos sus consignas. No hay ni que tener en cuenta el favor electoral que supuso para el Gran Timonel que la jornada de reflexión la protagonizaran los negociadores con ETA abrazados al ataúd de una víctima. Ahora tienen tiempo para convertirnos en esos «Niños sin Dios» de que hablaba Ödon von Horvath, capaces de delatar a sus padres por no ser suficientemente serviles al Gran Timonel. La debilidad mental y organizativa de sus rivales los ha hecho hoy casi imbatibles en el Kulturkampf. Eso no desmiente la perversión de sus planes. Confirma la vergüenza para quién no supo evitarlos.
Hermann Terstch
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