Te presentaste como el Cristo del que habla Oscar Wilde en De Profundis, aquél que con una imaginación tan prodigiosa que casi espanta quiere ser los ojos del ciego, los oídos del sordo y un grito en los labios del que tiene la lengua atada. Se nota que nunca leíste al último Azaña. De haberlo hecho, quizá habrías entendido por qué en política la imaginación es siempre amiga del desastre.
Supongo que tampoco leíste a Orwell. Ni siquiera a tus hijas, de las que dicen eres un buen padre (otros te llaman calzonazos, algo que te hará tanta gracia como a mí). Del "Todos los animales son iguales" a "El Camarada Napoleón siempre tiene razón" sólo media un paso: la debilidad, o la falsedad, o ambas cosas. Tampoco importa mucho, porque todos sabemos que la primera hace las veces de la segunda y posee sus mismos efectos.
En su editorial de este mes, Miguel Ángel López, memoria y trabajo, justifica el cartel electoral en que convierte la portada de su revista, Zero –¿es que alguna vez no lo fue?, se preguntarán los peor pensados. Creo que no–, como "un gesto de gratitud y de confianza en un proyecto político que no excluye a nadie, que cuenta con todos por igual". De todas las cualidades del alma, la más excelente es la sabiduría, pero la más útil es la prudencia. Incluso los que poseen la primera pueden olvidar la segunda.
Nunca creí en redentores. Nunca hubo un proyecto para todos por igual. Siempre hay alguien que sobra. De ahí que la religión católica haya sustituido el castigo terrenal por ese infierno sobre el que ni siquiera los papas consiguen ponerse de acuerdo. Hace tiempo que la Inquisición, que nunca se manchaba las manos de sangre, sino que entregaba sus reos al brazo secular, fue reemplazada por el amable "Todos somos pecadores, pero la Iglesia siempre te acompaña". Tal vez sea por eso que casi ningún dictador ha sido amigo de los curas. Tampoco nuestro Caudillo por la Gracia de Dios. No hay lugar en el templo para los Hijos de la Luz. La soberbia es el peor de los pecados:
Supongo que tampoco leíste a Orwell. Ni siquiera a tus hijas, de las que dicen eres un buen padre (otros te llaman calzonazos, algo que te hará tanta gracia como a mí). Del "Todos los animales son iguales" a "El Camarada Napoleón siempre tiene razón" sólo media un paso: la debilidad, o la falsedad, o ambas cosas. Tampoco importa mucho, porque todos sabemos que la primera hace las veces de la segunda y posee sus mismos efectos.
En su editorial de este mes, Miguel Ángel López, memoria y trabajo, justifica el cartel electoral en que convierte la portada de su revista, Zero –¿es que alguna vez no lo fue?, se preguntarán los peor pensados. Creo que no–, como "un gesto de gratitud y de confianza en un proyecto político que no excluye a nadie, que cuenta con todos por igual". De todas las cualidades del alma, la más excelente es la sabiduría, pero la más útil es la prudencia. Incluso los que poseen la primera pueden olvidar la segunda.
Nunca creí en redentores. Nunca hubo un proyecto para todos por igual. Siempre hay alguien que sobra. De ahí que la religión católica haya sustituido el castigo terrenal por ese infierno sobre el que ni siquiera los papas consiguen ponerse de acuerdo. Hace tiempo que la Inquisición, que nunca se manchaba las manos de sangre, sino que entregaba sus reos al brazo secular, fue reemplazada por el amable "Todos somos pecadores, pero la Iglesia siempre te acompaña". Tal vez sea por eso que casi ningún dictador ha sido amigo de los curas. Tampoco nuestro Caudillo por la Gracia de Dios. No hay lugar en el templo para los Hijos de la Luz. La soberbia es el peor de los pecados:
– ¿Cuándo llegaré a la Iluminación? –pregunta impaciente el discípulo a su maestro.
–Cuando veas –responde éste.
– Pero si ya veo muchas cosas todos los días.
– No. Lo que ves son árboles de papel, flores de papel, lunas de papel. Porque no vives en la realidad, sino en tus palabras y pensamientos. Desgraciadamente, vives una vida de papel y morirás una muerte de papel.
Nunca me gustó tu actitud falsamente dadivosa, aunque reconozco que al principio me divertía. Me recordabas al Kniébolo descrito por Jünger en uno de sus sueños, enclenque, melancólico y menesteroso de contacto, ofreciendo bombones envueltos en magnífico papel dorado que dice haber recibido el día de su santo. El problema es que nunca hay suficiente para todos, y como tu compromiso, como el de otros grandes demagogos, era universal, decidiste ir reduciendo ese "todos" a unos pocos, esos que en La granja animal son "más iguales que otros".
Así, de golpe y porrazo comenzaron a proliferar en España homófobos, machistas, xenófobos, fascistas, teócratas e imperialistas, a los que algunos entusiastas intentaron aplastar (no pudieron, pero quién sabe si podrán). En el exterior, emprendiste una cruzada contra esos diabólicos hombres-bestia que, como afirmaba el ariosófo Von Liebenfels, "nos oprimen, matando sin conciencia a millones de personas en guerras asesinas desencadenadas para su ganancia personal".
Privados de humanidad y despojados de moral, las nuevas no-personas, cuyo único pecado es preferir los hechos a los misterios, lo real a lo posible y la risa presente al éxtasis futuro, decidieron plantarte cara. Hace unos meses pregunté a uno de ellos sobre el porqué de su rebeldía. Su respuesta, como a ese españolito que guarde Dios, me heló el corazón:
Ya en el franquismo me llamaron de todo, así que poco me importa lo que digan ahora. Lo único que me molesta es que algunos de los que entonces me insultaban sean los mismos que me insultan ahora, o peor aún, sus padres.
Comprenderás (y si no, confío en que al menos lo intenten hacer otros) que, ante lo que consideré desde el principio una gran injusticia, me pusiera del lado del más débil, en este caso los opositores a algunas de tus reformas más progresistas, y que automáticamente me convirtiera en un apóstata. Ya en el colegio me llamaban de todo precisamente por ser lo que los ahora liberados no tuvieron el valor de ser entonces –¿por qué dicen opresión cuando quieren decir cobardía?–, así que a mí tampoco me incomoda lo que chillen ahora. Sí, también en mi caso algunos son los mismos.
A medida que tu proyecto avanzaba, y mientras los disidentes se ponían a salvo de la ignominia, ibas buscando la vana alabanza, eso que no es sino galanteo y adulación y que siempre es patrimonio de los pusilánimes, aunque se disfracen de guerrilleros, lleven capucha, empuñen armas de fuego o vistan turbante. Se llegó a decir que eras más hermoso que un disco de rock y que tenías más garbo que Isadora Duncan.
Hace poco alguien (Madame du Zerole, dama exquisita) proclamó que proporcionabas "orgasmos democráticos". A mí, que tu partido junte a los gays con los cómicos y que el marica oficial del PSOE se comporte como una mujerzuela me parece un tanto homófobo, por eso del estereotipo. ¿Qué pasa con los que no nacimos para la farándula ni aspiramos a cabaretera, los que ni siquiera poseemos la gracia y el donaire del divino Nacho Montes? Recuerdo aquel infame artículo de la Rigalt en el que criticaba a Grande-Marlaska por actuar contra "el proceso" y le recomendaba que dejara la judicatura y desfilase el día del Orgullo en tutú o uniforme leather.
En fin, elogios triviales, miopes o malignos, según procedieran de la ignorancia, el complejo o la venalidad. Vendiste paz y armas, muchas armas, por las cuatro esquinas del globo, y denunciaste la nueva conspiración de Alejandría. Tus más fervientes partidarios se preguntaban lo mismo que entonces: "¿Acaso no son caníbales? ¿Acaso sus madres no copulan con cabras? ¿No inmolaron sus ancestros a sus propios hijos?". Los vituperios volaron en ambas direcciones.
Cosas parecidas se han oído en otros lugares, citas apócrifas aparte. Sin embargo, no olvides quién comenzó, quién perfeccionó la técnica y, sobre todo, quién la consagró como política de Estado. Se dice que ninguna idea es tan anticuada que no haya sido alguna vez moderna, y que ninguna idea es tan moderna que no llegue a ser algún día anticuada... Todo consiste en colocarle un marco adecuado.
En fin, que alguien tendrá que cerrar la caja de Pandora que tú abriste antes de que lo único que nos quede sea la esperanza. Adiós y gracias. O, en el peor de los casos, hasta luego. Sea como fuere, aquí estaré, pues no es tanto lo pasado en una vida que obligue al silencio, y yo carezco de grandes secretos.
Luis Margol
PS: El martes pasado participé en un debate muy interesante en la Escuela Superior de Arquitectura de la Universidad Politécnica de Madrid organizado por Acrópoli, una de las organizaciones que se manifestaron frente a la sede del PP en el inicio de la campaña electoral. Pueden leer su sorprendente resumen del acontecimiento, mi respuesta y las crónicas de Emilio Alonso, uno de los participantes, y Cristina Falkenberg, asistente al acto. Ustedes mismos.
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