El eventual hallazgo del cadáver de Andreu Nin Pérez en Alcalá de Henares otorga nueva proyección a este intelectual revolucionario, más conocido por las oscuras circunstancias que rodearon su asesinato en junio de 1937 por agentes de la policía soviética (la NKVD) que por su historia política y personal previa. Y es que su itinerario vital constituyó un apretado periplo político que le llevó del catalanismo al comunismo y de su pueblo natal a Moscú.
Nacido en 1892 en El Vendrell (Tarragona), pronto se sintió atraído por la política. Su biógrafo Pelai Pag_s señala que con 14 años intervino en un acto catalanista y con 17 quiso impedir el paso de un tren militar que en 1909 se dirigía a Barcelona a sofocar la rebelión de la «Semana Trágica». Asimismo, divulgó el esperanto mediante una sociedad local, Frateco (Fraternidad).
En 1910 se instaló en Barcelona para estudiar magisterio y frecuentó ambientes republicanos y obreristas. Ello explica su militancia sucesiva en la Unión Federal Nacionalista Republicana, su ingreso en 1913 en la Federación Catalana del PSOE y su actividad en 1919 en la Confederación Nacional del Trabajo (CNT). Debe destacarse que entre 1915 y 1917 realizó un viaje de trabajo por Oriente Próximo que amplió sus horizontes exteriores. Pero fue su atracción por la revolución soviética de octubre de ese último año la que marcó su vida. Así, Nin defendió el ingreso en la Internacional Comunista de la CNT.
Como secretario del comité nacional cenetista inició estancias en Moscú, donde residió entre 1922 y 1930, se casó y tuvo dos hijas. Dominó el idioma ruso (lo que le permitió convertirse en un buen traductor al retornar a Cataluña) y conoció la burocracia revolucionaria, pues llegó a ser el «número dos» de la Internacional Sindical Roja. Este cargo le confirió una notable proyección y le facilitó un notable conocimiento del movimiento comunista internacional. La labor no le desvinculó del mundo catalán, pues realizó funciones de anfitrión de personajes como el dirigente separatista Francesc Macià cuando viajó a la URSS o el escritor Josep Pla y colaboró en prensa política catalana (notablemente en La Batalla). Igualmente, se mantuvo vinculado a Joaquín Maurín, promotor desde 1922 de los Comités Sindicalistas Revolucionarios.
La pugna desatada entre Josep Stalin y León Trostski a la muerte de Lenin marcó un nuevo hito en la trayectoria de Nin, quien tomó partido por el segundo, aunque después acabó distanciándose de él. Ello no impidió que fuera considerado un «troskista» por Stalin, lo que pagaría con su vida. Así las cosas, Nin fue oficialmente expulsado de la URSS en 1930.
Ya en España, reemprendió su actividad política y su obra escrita. En 1935 publicó Els moviments d´emancipació nacional, donde preconizó una Unión de Repúblicas Socialistas de Iberia sin excluir el derecho a la autodeterminación. En septiembre de ese año promovió la creación del antiestalinista Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), del que fue miembro del comité ejecutivo y Maurín secretario general. La creación del POUM hizo que el universo marxista catalán, al estallar la Guerra Civil en julio de 1936, presentara dos formaciones disputándose un mismo espacio: el POUM y el Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC), de obediencia soviética y organización hermana del Partido Comunista de España.
Como el inicio de la contienda sorprendió a Maurín en la zona rebelde, Nin devino el líder del POUM. En el clima revolucionario imperante en Cataluña fue nombrado conseller de Justicia de la Generalitat, en un gobierno que debía representar la unidad antifascista de las organizaciones republicanas.
Pero esta última pronto mostró sólidas grietas y sus tensiones internas se acentuaron desde inicios de 1937, inseparables de intrigas urdidas por los agentes soviéticos de España.
De ese modo, las presiones del PSUC apartaron a Nin del gobierno en enero de ese año y, finalmente, llevaron al abierto enfrentamiento de las fuerzas de la retaguardia en los llamados «hechos de mayo»: un conflicto que se desarrolló en Barcelona del 3 al 7 de mayo del mismo 1937 entre las organizaciones republicanas, con un eco desigual en Cataluña. Lo desencadenó la ocupación por fuerzas de orden público (ordenada por el conseller de Seguretat) del edificio de Telefónica, controlado por anarquistas, ya que intervenían las conversaciones de los miembros del gobierno, incluyendo al propio Jefe de Estado, Manuel Azaña.
La negativa ácrata a abandonarlo desató una lucha. Una facción reunió a anarquistas de la CNT y de la Federación Anarquista Ibérica (FAI), y al POUM, que veían prioritario desarrollar la revolución para vencer. La otra aglutinó al PSUC, la Unión General de Trabajadores (UGT), Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) y otras fuerzas menores con una prioridad opuesta: efectuar la revolución tras derrotar a los rebeldes. Para lograrlo proponían medidas como sustraer el control de las industrias de sindicatos y partidos, crear un ejército regular y un único cuerpo de seguridad interior. La liza acabó con la victoria de los últimos y unas 280 muertes. La CNT entró en declive y el POUM fue estigmatizado como fascista.
El episodio -definido como «una guerra civil en la guerra civil»- influyó en la remodelación del gobierno catalán y del republicano (el presidente Francisco Largo Caballero fue substituido por Juan Negrín) y desde entonces ha merecido lecturas opuestas: la de la victoria del «orden revolucionario» o la del triunfo de «la contrarrevolución».
El corolario de esa lucha fue la desaparición de Nin, secuestrado por la NKVD y ejecutado clandestinamente con la complicidad o el silencio de los comunistas españoles, un oscuro aspecto de su muerte. Sus verdugos justificaron torpemente su desaparición al presentarle como «agente fascista», siendo famosas las pintadas «¿Dónde está Nin? En Salamanca o en Berlín».
Hoy conocemos casi todos los pormenores de la muerte de Nin gracias al documental televisivo «Operació Nikolai» (TV3, 1992), especialmente por su consulta de archivos soviéticos. El programa desveló detalles y protagonistas de la trama criminal y confirmó lo apuntado por historiadores como Pag_s o Francesc Bonamusa y testimonios de la época, notablemente el del exministro comunista Jesús Hernández (Yo fui ministro de Stalin, 1953).
Sabemos, pues, que fue responsable del crimen Alexander Orlov (alto cargo de la NKVD que después eludió las purgas de Stalin exiliándose en Estados Unidos) con el húngaro Erno Gerö (Pedro, responsable de la Internacional Comunista que intervino activamente en la organización del PSUC), y un ruso-brasileño llamado José Escoy (Juzik). Pero también españoles no identificados participaron en la desaparición de Nin.
No obstante, el asesinato de Nin no sólo lo determinó la dinámica política catalana, pues fue asimismo inseparable de la soviética. Ésta estuvo marcada por los llamados «procesos de Moscú», que llegaron a su punto culminante los años de nuestra Guerra Civil y supusieron una depuración de la «vieja guardia» y del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) que se habría saldado con un millón de ejecuciones. En este contexto, también fue llamado a Moscú y posteriormente ejecutado el cónsul soviético en Barcelona, Vladimir Antónov-Ovseenko, un revolucionario de primera hora.
La singular trayectoria de Nin como marxista «heterodoxo», sus esfuerzos por conciliar marxismo y nacionalismo, y su asesinato constituyen los elementos que le han convertido en el símbolo de la Guerra Civil percibida como una «revolución traicionada» por el comunismo, erigiéndose en su mito más emblemático.
Xavier Casals, historiador
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