La imagen de Hugo Chávez rindiendo homenaje al guerrillero Raúl Reyes con un minuto de silencio ante las cámaras de televisión ilustra perfectamente el grado de perversión y desquiciamiento al que ha llevado el caudillo venezolano su acción política, convirtiendo una operación antiterrorista en una gravísima crisis que parece la antesala de una guerra que no debería tener lugar en ningún caso. Hugo Chávez tiene en estos momentos vínculos más profundos y emotivos con un grupo terrorista que con el Gobierno legítimo de Colombia, con el que ha eliminado toda comunicación y prácticamente ha roto las relaciones diplomáticas, mientras que ha ofrecido a la narco-guerrilla de las FARC la consideración de fuerza beligerante.
Chávez ha actuado también, según todas las apariencias, como el instigador de la extemporánea reacción del presidente ecuatoriano, Rafael Correa, que ha pasado de una actitud razonable cuando fue informado de la operación militar colombiana en su territorio a repetir los mismos insultos que lanzaba el venezolano contra el presidente de Colombia, Álvaro Uribe. Y en realidad, el Gobierno ecuatoriano tiene muchas más explicaciones que dar que el de Bogotá, pues si, por un lado, es cierto que las tropas colombianas atravesaron la frontera, lo cual es reprochable, fue sólo porque los terroristas se cobijaban en territorio ecuatoriano y -por lo que se ha demostrado hasta ahora- con la escandalosa complacencia del Gobierno de Correa.
Al ordenar públicamente el despliegue de fuerzas militares en la frontera con Colombia, azuzando irresponsablemente sentimientos belicistas entre sus seguidores, Hugo Chávez se ha comportado como un dirigente desquiciado. Los argumentos que esgrime para justificar esta escalada militar no tienen precedentes en la historia reciente y no pueden explicar que pretenda arrastrar a tres países -o cuatro, si el nicaragüense Daniel Ortega sigue obedeciendo las instrucciones de Caracas, como hace Rafael Correa- a una guerra inútil y sin sentido. Si quedaba alguna duda, ahora sabemos para qué quería Chavez las armas que ha estado comprando y acumulando en los últimos años y los aviones y las patrulleras que el Gobierno socialista intentó venderle, a pesar de las evidencias de que el régimen chavista no dudaría en usarlas. Afortunadamente, las autoridades colombianas han mantenido por ahora la calma y se han abstenido de desplegar tropas o de hacer gestos que contribuyan a agravar la situación.
Chávez no ignora que, después de su derrota en el referéndum, su régimen ha empezado a resquebrajarse y que el descontento de la población venezolana crece cada día. Invocar al enemigo exterior es una artimaña a la que han recurrido otros caudillos populistas y dictadores militares, pero rara vez ha funcionado después de apagarse los destellos de los primeros cañonazos.
Editorial - www.abc.es
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