En enero de 1520 el Papa León X, Juan de Médicis, bautizaba al marroquí al-Hasan ibn Muhammad, imponiéndole sus propios nombres. En ese instante nacía para la Cristiandad Juan León, conocido por El Africano, escritor y viajero autor de una espléndida Descripción General de África, obra cuya traducción al español tuvimos el honor de realizar hace ya algunos años. En la reciente Pascua de Resurrección, el Papa Benedicto XVI ha cristianado al egipcio Magdi ´Allám, periodista del Corriere Della Sera. Entre uno y otro suceso todos los Pontífices -y antes de León X- han administrado el agua bautismal a miles de neófitos, sin embargo al diario El País no le ha gustado el gesto de Benedicto XVI con el nuevo cristiano y -sirviéndose de la libertad de expresión que no disfrutaría en ningún país musulmán- se ha aplicado a impartir urbi et orbi su campanuda doctrina habitual, sobre lo que el universo mundo debe, o no debe, hacer. Incluido el Papa.
Como no cabe suponer que el periódico de Prisa sea partidario del exterminio de los fugitivos del Islam, de la desigualdad entre los sexos, la ejecución de homosexuales, la prohibición de todas las religiones distintas de la mahometana y de un largo etcétera de abusos contra las ideas y las personas, debemos imaginar benévolamente que su objeción va más bien por el lado de la oportunidad, del sentido de «provocación» que entenderían -han entendido- los musulmanes del mundo entero; es decir, que bautista y bautizado deberían haber renunciado a su derecho a manifestar y administrar su fe como les plazca, en aras de que la bien engrasada progresía europea pueda continuar haciendo su digestión en paz, aun al precio de rendirse otra vez ante el chantaje que a diario nos lanzan los musulmanes. Y seguimos esperando que asomen los moderados, ese ente de razón inventado por políticos y periodistas occidentales remisos a admitir que la realidad es, de verdad, de verdad, tan cruda como la vemos. No es «Síndrome de Estocolmo», es simple connivencia tácita con la Conferencia Islámica que ya ha comenzado el despliegue de sus amenazas. El colmo del esperpento, en el país del Chiquichiqui y de Moratinos, lo bordan personajes -conversos al Islam que lucen apellidos españoles junto a exóticos nombres árabes- negando a otros el derecho a hacer lo mismo que ellos, sólo que con meta final opuesta.
Hace meses, un profesor de la Universidad islámica de al-Azhar (El Cairo) me hizo una entrevista en que pronunció una treintena de veces la palabra «respeto». Naturalmente, se refería al debido a su fe, con lo cual fue muy fácil ponerse de acuerdo, mientras no más intercambiábamos tan gastado vocablo porque, en abstracto, mi interlocutor también reconocía el respeto necesario para el Cristianismo. Pero, como se alcanzará a cualquier lector, los problemas de comprensión -insolubles- empiezan al aludir a casos concretos y, sobre todo, al significado real del mismo término respeto; por ejemplo, al plantear el derecho de los musulmanes egipcios a pasarse al Cristianismo si así lo desean (un caso sangrante, próximo y conocido, es el de Mohamed Hegazi, obligado a vivir en la clandestinidad y escondiéndose de su familia: ver ABC, 19.02.08), en paralelo a los coptos que se islamizan: ¿por qué unos sí y otros no? La respuesta es obvia: porque el Islam es la religión verdadera, en tanto el Cristianismo es falsa. Y a esto llaman diálogo de civilizaciones, diálogo que hube de cortar con cajas destempladas con el representante de al-Azhar cuando se descolgó descubriendo la piedra filosofal: todo esto sucede por culpa del imperialismo americano. Acabáramos.
Es grave que a diario la prensa nos informe de noticias como la condena de un blogger egipcio a cuatro años de cárcel por formular críticas al Islam (ABC, 23.02.07); o de otros dos años de prisión endosados a un sacerdote francés, en Argelia, por atender a cristianos subsaharianos (ABC, 14.02.08); o que cada año la Navidad en Belén aparezca más enjuta y solitaria al ir quedando pocos cristianos en la ciudad. Todo eso es grave por cuanto significa de falta de reciprocidad y por desnudar de modo feroz el alcance real que los musulmanes otorgan a la palabra respeto, pero mucho más inquietantes son las presiones -interiorizadas, admitidas, bien digeridas- que está sufriendo el diputado holandés Geert Wilders por haber producido el cortometraje Fitna (poco podrá decir en quince minutos), aun antes de proyectarlo en público: no toleran más menciones que las hagiográficas, laudatorias y sumisas bajo toneladas de incienso. Presiones idénticas a las padecidas por Ayaan Hirsi Ali, los caricaturistas daneses, Theo Van Gogh (asesinado por un terrorista musulmán), el mismísimo Naguib Mahzfuz (malherido), su traductor al japonés (asesinado), el periodista egipcio Farag Foda (asesinado), Nawal as-Sa´dawi (encausada y acallada mediante una fetua), o el precursor y detonante del retorno de los Asesinos del Viejo de la Montaña, Salmán Rushdie. Y, por favor, que no salga algún erudito de guardia a explicarme que los antiguos Asesinos eran ismaelíes y éstos no, porque ya lo sé.
Un ingenuo expediente, de vez en cuando utilizado en los medios de comunicación occidentales, para calibrar el carácter violento o pacífico del Islam, consiste en rebuscar y aducir aleyas del Corán en que se profieran anatemas, maldiciones o incitaciones al exterminio de los enemigos (sólo en la azora segunda, La vaca, hay 39 alusiones violentas, de las cuales 9 se refieren directamente al «combate por Dios») o por el contrario, alguna de las contadas en que se sugiere un cierto y relativísimo escenario de tolerancia. A esta práctica inocente podría agregarse un ejercicio similar en los hadices de Mahoma, las Tradiciones de su vida, mucho menos conocidas en Occidente. Pero ambos corpus documentales, que componen la base de toda la doctrina jurídica islámica, no dejan de ser teoría, letra, venerada pero letra. Importa más, a nuestro juicio, la historia de las acciones islámicas o la observación de lo que acontece ahora mismo, único terreno en el que podemos intervenir para cambiar el curso de los acontecimientos. Y en estas dos áreas de reflexión hay escasos motivos para el optimismo.
Es urgente que los gobiernos serios de Europa (Alemania, Reino Unido, Francia, hasta Italia) tomen conciencia del calado del conflicto que se está gestando bajo nuestros pies; la feliz siesta gozada hasta septiembre de 2001 no da más de sí, ni nuestro continente tiene derecho a continuar inhibiéndose en la confrontación con el islamismo, dejando a los americanos todo el peso de la lucha. Y por supuesto que no nos referimos sólo a confrontación militar, por más que ésta sea precisa para la supervivencia. Lo primero es defender la libertad de expresión en nuestros países, de manera radical y sin fisuras, sin abandonar a su suerte a quienes se refugian entre nosotros, o apoyando a las claras a cuantos Magdi ´Allám quieran bautizarse donde y como mejor les cuadre, haciendo ver a los recién llegados que las leyes son para cumplirse, o que hurtar el bulto para eludir la integración no es el mejor camino para la concordia. Parecen obviedades, pero hay países -el nuestro, por ejemplo- en que llevar a la práctica lo obvio resulta una prueba de heroísmo.
Serafín Fanjul - Doctor en Filosofia y Letras Árabes y Semitas por la Universidad Complutense de Madrid - Catedrático de Literatura Árabe en la Universidad Autónoma de Madrid
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