Octavio Paz hizo un elogio de la democracia y pidió elecciones libres en Nicaragua al recibir el Premio de la Paz durante la Feria de Fráncfort en octubre de 1984. En México, la izquierda se revolvió agitando a los estudiantes contra tamaño sacrilegio. La turba quemó al poeta en efigie y coreaba por las calles: «¡Reagan, rapaz, tu amigo es Octavio Paz!». Sólo unos pocos escritores, artistas e intelectuales salimos en defensa del viejo guerrero libertario: Alberto Ruy Sánchez, Gabriel Zaid, Salvador Elizondo, Juan García Ponce, Enrique Krauze, José de la Colina, Ramón Xirau, José Luis Cuevas, Abel Quezada y quien escribe estas líneas. El resto, callaba o participaba en la algarada.
Nada raro, sólo 2 años antes habíamos tenido que cerrar la revista Vuelta durante unos días tras las amenazas de bomba recibidas cuando Gabriel Zaid publicó «Colegas enemigos», un valiente ensayo en el que desentrañaba cómo Roque Dalton -poeta salvadoreño icono de la izquierda guerrillera- había sido ejecutado por sus camaradas. Los inquisidores aún tardarían 10 años en reconocerlo.
En fin, el poeta me envió desde Tokio una edicíón de Desde el país de las ochos islas, la estupenda antología de poesía japonesa de Hiroaki Sato y Burton Watson, junto con una postal que decía: «En Japón, luchadores de peso completo; en México, intelectuales de izquierda de cerebro incompleto».
Octavio Paz sostenía que la libertad de pensamiento y el ejercicio de la crítica eran los pilares fundamentales de la ética intelectual. Y había sostenido esos principios desde su juventud. Uno de los mayores dolores de su vida fue no haberse levantado en el Congreso de Intelectuales Antifascistas, celebrado en Madrid, Valencia y Barcelona en 1937, cuando José Bergamín sumó a la delegación española a la condena contra André Gide (porque se había atrevido a decir la verdad de lo que ocurría en la URSS cuando volvió de un viaje propagandístico organizado por Stalin). Paz y algunos jóvenes escritores de Hora de España discrepaban de aquel auto de fe, pero, a pesar de que se habían manifestado, el miedo les calló. Paz comenzará enseguida a criticar a aquella izquierda totalitaria que negaba o justificaba el Gulag. Desde entonces, la persecución no cesa.
Tulio Demichelli
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