¿Qué política antiterrorista prefiere usted, la de esta legislatura, con cuatro muertos, o la de la anterior, con muchos más?, preguntó Zapatero a Rajoy en el debate. En ese momento no me importó lo que contestara el adversario. No se trataba de ser más hábil, ni de ganar el pulso televisivo. Eran las vidas de los mil asesinados por ETA lo que el presidente manejaba para que le votaran. A menos muertos, más votos; es simple. Yo gano, parecía decirnos. No importa si negocio políticamente, si legalizo ANV y luego la vuelvo ilegal, si hago de Otegi un delincuente o un santo según me conviene, si saco al asesino De Juana de la cárcel aceptando un chantaje. ¿A quién le importa? ¡Al final lo que cuentan son los muertos! Yo sólo tengo cuatro y vosotros... muchos más. Nada, que yo lo he hecho mejor.
¡Qué vergüenza! Qué pena sentí por ti, Alberto, por Ascen, por Gregorio, por Miguel Ángel y por tantos otros, al oír a quien gobierna España y pretende seguir gobernándola preguntarle a los españoles qué legislatura preferían: la de los cuatro muertos o la de los más de cuatro. Como si vosotros, Alberto, Silvia, Fernando, Miriam, Máximo, fuéseis sólo eso, números, peso en una balanza. Me entró náusea y tuve que apagar el televisor mientras le contestaba imaginariamente: «Señor Zapatero, los muertos no los pone usted, ni Aznar, ni ningún presidente, los pone ETA». Quizá gane usted el debate, señor Zapatero, e incluso las elecciones, pero en el camino hacia el triunfo ha ido perdiendo la dignidad. Justa manera de honrar a los mil asesinados por ETA, a los miles de heridos, a los que han sido secuestrados, a los que siguen siendo extorsionados, a los que viven aterrados y a los más de 100.000 exiliados. ¡Bravo! Gobierne usted siempre, porque si cambiamos y viene Rajoy, quizás ETA apriete el gatillo, porque la pistola la ha tenido siempre bien sujeta y apuntándonos a todos los españoles, con usted, con Aznar, con Gonzalez, con Suárez y con el mismísimo Franco.
Siento decirle que no me reconozco en un presidente que intentó premiar a una organización terrorista por no matar, aunque el premio fuera rechazado por esta por insuficiente. Espero, sin embargo, poder reconocerme en un pueblo que no mide la valía de un gobernante por el número de asesinatos de ETA durante su gobierno. Seguro que hay muchos ciudadanos que prefieren un gobernante que les salve la vida, aunque el precio a pagar sea tan alto como el de darle a ETA la libertad de muchos vivos y la dignidad de tantos muertos. Y si los que quieren acabar con el problema terrorista, sea como sea, son mayoría, entonces no habrá ganado usted, Sr. Zapatero, sólo un debate: habrá ganado mucho más, habrá logrado la confianza de tanta gente que prefiere cerrar los ojos y los oídos a quienes les hablan de justicia y de libertad.
Teresa Jiménez-Becerril
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