En torno al 485 a. de C., Jerjes, que ya andaba cerca de la cuarentena, sucedió a Darío I en el trono de Persia. La gente, por regla general, conoce a Jerjes porque llevaba clavada la espina de la derrota de su padre en Maratón y, a los diez años del desastre, decidió invadir nuevamente Grecia en una operación hasta entonces sin paralelo en la Historia de las guerras.
Fue con ocasión de esa campaña, cuando Jerjes se enfrentó con el aguerrido Leónidas en las Termópilas y, finalmente, fue vencido de manera decisiva por la flota griega en Salamina. Sin embargo, Jerjes merece ser recordado por muchas otras razones como porque, por ejemplo, fue un magnífico constructor o porque durante su reinado tuvo lugar uno de los primeros intentos históricos cuya finalidad no era otra que la de exterminar por completo a los judíos. El protagonista de ese episodio fue un persa llamado Hamán que formaba parte del círculo más íntimo de los cortesanos y que aborrecía a los judíos por ese tipo de causas que han estado detrás de los pogromos de todos los tiempos. No existe dato alguno de que Hamán recibiera nunca daño de los judíos que vivían en el imperio persa, pero uno de ellos llamado Mordejai o Mardoqueo manifestaba esa independencia de espíritu tan típica de los descendientes de Abraham y del resentimiento hacia aquel individuo derivó Hamán un odio generalizado.
Fuera como fuese, el caso es que Hamán logró arrancar del rey un permiso para acabar con los judíos. Con toda seguridad, éstos lo hubieran pasado muy mal de no ser porque Jerjes había contraído matrimonio con una judía llamada Esther. No sabemos a ciencia cierta cómo era salvo el detalle de que se trataba de una mujer muy bella. Sin embargo, lo cierto es que había ocultado su condición de judía a su marido y que, en un primer momento, intentó eludir el arriesgado paso de interceder en favor de su pueblo.
Si no lo hizo, se debió al hecho de que Mordejai le indicó que quizá la razón que se ocultaba tras su matrimonio no era otra que la manera en que la Providencia había previsto que se pudieran salvar los hijos de Israel. El caso fue que Esther, arrostrando no poco peligro, se atrevió a solicitar de Jerjes que se permitiera a los judíos defenderse y el hecho de que el rey persa se lo concediera se tradujo en la supervivencia de los correligionarios de Esther y en la caída del miserable Hamán.
Desde entonces hasta el día de hoy los Hamanes se han contado por docenas. Hamán fueron los musulmanes que pretendieron obligar a Maimónides y a su familia a convertirse al islam so pena de muerte. Hamán fue el arcediano de Sevilla que provocó las matanzas de 1391 en España de las que nunca se recuperarían las juderías. Hamán fue, por supuesto, Hitler.
Este fin de semana, uno de esos Hamanes –por cierto, persa como el original– fue reelegido presidente en Irán e inmediatamente recibió el beneplácito de los ayatollahs. Esperemos que si Ahmadineyah continúa con su programa de armamento nuclear y amenaza la existencia del Estado de Israel, la comunidad internacional comprenda lo que entendió fácilmente el rey Jerjes, que los judíos tienen derecho a la defensa propia especialmente contra cualquier Hamán que busca su exterminio.
César Vidal
www.larazon.es
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