El vate Zerolo cogió el hisopo, lo metió en el acetre e, inmediatamente, comenzó a asperjar a su congregación. "In nomine Zapatero, pater noster...". Con todo el respeto que se merecen los participantes, contrayentes, consagrantes, confesantes y convenientes, especialmente el pequeño elegido por los dioses del imperio Armani para inaugurar el libro de la apostasía ciudadana del bautismo laico, confieso públicamente que, pese a las risas y sonrisas sustitutivas de la gracia de Dios, efecto de los efluvios secularizadores, el laicismo trascendente y trascendido es aburrido, repetitivo y escasamente original. |
Nada hay menos solemne y más artificial que una burda copia sacramental, como una copia de la partida de bautismo a lo civil, sin el padre y la madre, con el cónyuge uno y dos y tres y cuatro. Ya tenemos plantado el simulacro del sacramento del bautismo, la francachela pseudolitúrgica de los progresistas confesos, cuyo credo es el discurso de investidura del presidente del Gobierno o la última pirueta pública de la portavoz Pajín.
Ornamentos aparte, hay quien ha puesto los pies sobre el altar para pisar el mantel de las puntillas. Pero, ¿cómo vamos a tomarnos en serio el socialismo guay si no hacen más que dar que hablar con sus pantomimas públicas? Esas sí son públicas; la religión católica, a la vida privada, sin luz ni taquígrafos, pero sus fantasías litúrgicas para el escenario social. Vengan medios de comunicación, cámaras, periodistas y acción, que el nuevo proselitismo revestido de un punto de pensamiento snob va a recitar a Benedetti, que no es Benedicto. No hace falta que nos den más explicaciones, "ya sabes", dicen, "lo mal que lo pasaron sus progenitores, y los progenitores de los progenitores, con la Iglesia, con la obligación moral y con la rúbrica ceremonial". Atrás quedaron los años en los que el culto y la cultura eran la misma realidad. Ahora tenemos una nueva generación que ha desamortizado a la Iglesia el nombre y la rosa, el sacramento y su realidad, y los ha convertido en construcción simbólica de nueva ciudadanía. Ciudadano por cristiano, para que, al final, alguien se empeñe en la contradicción: o ciudadanos o cristianos.
Si algún pariente o amigo nos invitara a un sacramento laico, con perdón del pensamiento y del lenguaje, tómese antes una ración de paciencia y de sentido del humor. Humor se escribe con amor, dijo el poeta; aquel que confesaba que si no creemos en la religión verdadera, menos lo vamos a hacer en la inventada. La izquierda no ha perdido su punto de clericalismo, de amor-odio a los curas y a la Iglesia. No puede vivir sin ejercer el sacerdocio laico, otro matrimonio conceptual desviado, oxímoron donde los haya, que acapare el protagonismo social. Comenzaron con los funerales laicos, luego vinieron las primeras comuniones por lo civil y terminarán con el sacerdocio ciudadano, después de haber cursado los estudios de grado y postgrado en teología para la ciudadanía, es decir, en ideología convertida en corpus dogmático.
El hombre –y la mujer, para que no se enfaden los lingüísticamente correctos– es un animal simbólico; es un animal religioso, mal que pese a algunos que andan por ahí. Necesita de ritos de paso, de inicio y de término, no vaya a ser que la soledad de la ideología agudice el drama de la existencia. Los laicos de este país, como los de la Revolución francesa, nunca han tenido otra pretensión que la de sentarse en la catedral y entronizar a la diosa razón. Sustituir la verdadera religión por la religión de la humanidad, al estilo Augusto Comte. Ya lo dijo Diderot: "La posteridad es para el filósofo lo que el otro mundo para el hombre religioso" y por eso quieren asegurar la posteridad. A los sacerdotes, que están sufriendo en esta época una de las campañas denigratorias más intensas y extensas que se han visto en los últimos años, le ha salido la competencia de una nueva casta sacerdotal: la de los concejales laicos que hablan en nombre de la nueva humanidad, de la nueva religión de la humanidad. Ya lo apuntó en 1762 Rousseau cuando pedía "una profesión de fe puramente civil, sentimientos sociales sin los que un hombre no puede ser un buen ciudadano ni un súbdito fiel". La religión civil, según Robert Bellah, consiste en creencias, rituales, espacios sagrados y símbolos. Al sociólogo americano se le olvidó la clase sacerdotal de los Zerolos, un linaje destinado a la liberación de la religión y a la exaltación de la razón ciudadana, con hisopo incluido.
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