Los iraníes acudieron masivamente a las elecciones presidenciales del viernes, lo que significa que ni el peor totalitarismo teocrático es capaz de anular los anhelos naturales del ser humano hacia la libertad. Y lo único que ha quedado claro es que el régimen de la revolución islámica ya no es un sistema de gobierno que recoja el consentimiento de toda la sociedad, sino que bien al contrario, tal como se ha visto en el rechazo de los resultados oficiales de la votación, la gestión agresiva y desafiante de Mahmoud Ahmadineyad no cuenta con el consenso general que él presupone. El apoyo social que ha recibido la candidatura del moderado reformista Husein Musavi ha sido lo bastante relevante como para que quepa una duda razonable de que los resultados oficiales sean fiel reflejo de la votación.
A estas elecciones no han podido concurrir más que los candidatos autorizados por el régimen, no ha habido libertad para difundir las ideas alternativas y no ha sido posible un control independiente del recuento. Es muy difícil considerar que se haya tratado de elecciones democráticas, puesto que aun cuando sea muy importante, la democracia no consiste solamente en el ejercicio regular de depositar un voto en las urnas. Eso es, en efecto, la expresión externa de un mecanismo que no puede funcionar si los ciudadanos no pueden organizarse según sus ideas políticas, si no las pueden expresar sin limitación y si no existe libertad de prensa para que toda la sociedad pueda ejercer un escrutinio directo de la gestión de los dirigentes. En Irán, como se ha visto, se puede votar, pero el régimen teocrático no permite prácticamente ninguno de los demás ejercicios democráticos, que son tanto o más importantes. Sería de lamentar que a causa de ese comportamiento irregular del régimen, la desesperación de los iraníes desembocase en situaciones de grave violencia. Las potencias occidentales que llevan años tratando de llegar a un acuerdo con el régimen iraní para impedir que se convierta en una potencia nuclear y, en concreto, la administración Obama que le ha abierto la puerta de la negociación, deberían tomar nota de lo que ha pasado este fin de semana. Las verdaderas elecciones democráticas son aquellas en las que los ciudadanos libres puedan cambiar a los gobernantes de una manera efectiva en caso de que no aprueben su gestión, y no para legitimar la permanencia en el poder de aquellos que las utilizan solo como fachada.
Editorial ABC
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