terça-feira, 23 de junho de 2009

El Líder Supremo pierde su aura

El comandante de la Policía iraní, con uniforme verde, caminaba por el callejón del Hospital Komak con los brazos en alto y su pequeña unidad al lado. «Lo juro por Dios», gritaba a los manifestantes que tenía enfrente, «tengo hijos, tengo mujer, no quiero pegar a nadie. Por favor, marchaos a casa».

Un hombre que estaba a mi lado le tiró una piedra. El comandante, impasible, prosiguió con su ruego. La gente coreaba: «¡Uníos a nosotros! ¡Uníos a nosotros!». La unidad retrocedió hasta la calle de la Revolución, donde se arremolinaban multitudes ingentes, desafiadas por la milicia del Basij, equipada con porras, y policías antidisturbios vestidos de negro y montados en moto.
Un humo negro envolvía esta enorme ciudad hacia el final de la tarde. Había motos ardiendo y las brillantes llamaradas que desprendían salpicaban el cielo. El ayatolá Alí Jamenei, el Líder Supremo, había utilizado su sermón del viernes para declarar la hora de la verdad en Teherán, y advirtió del «derramamiento de sangre y del caos» que habría si persistían las protestas por las disputadas elecciones.

El sábado consiguió las dos cosas y vio la autoridad, hasta ahora sacrosanta, de su cargo desafiada como nunca desde que la revolución de 1979 diera a luz a la república islámica y se concibiera para ella un puesto de liderazgo a la vera del mismísimo Profeta. El sábado, una multitud de iraníes llevaron su lucha hasta una ruptura sagrada de la que parece casi imposible que haya vuelta atrás.

Jamenei ha asumido un riesgo radical. Ha tomado partido, y perdido así su elevada posición de árbitro, al alinearse con el presidente Mahmud Ahmadineyad contra Mir-Husein Musavi, el líder de la oposición, y Alí Akbar Hashemi Rafsanyani, padre fundador de la revolución. Ha insultado a millones de iraníes alabando su participación sin precedentes en unas elecciones que ahora muchos consideran un golpe de Estado con urnas. Ha ridiculizado la idea de que una investigación oficial de los votos pueda dar lugar a un resultado distinto. Ha intentado usar el patetismo y ha probado a aporrear su atril. En resumen, ha perdido su aura.

La reacción, que ha roto tabúes, ha sido inequívoca. La basura ardía. Las multitudes aullaban. El humo del gas lacrimógeno se alzaba en espiral. Los ladrillos lanzados obligaban a las falanges de policías, algunos armados con rifles automáticos, a retirarse entre gritos de júbilo.
No sé a dónde irá a parar este levantamiento. Lo que sí sé es que algunas unidades policiales empiezan a flaquear. También sé que las mujeres iraníes están a la vanguardia. Llevo días viendo cómo animan a los hombres menos valientes. He visto cómo les pegaban y luego volvían a la refriega.

El sábado hubo momentos en los que la autoridad de Jamenei, que es la de la propia república islámica, parecía frágil. Las autoridades revolucionarias siempre se han burlado de la forma en que el Sha, enfermo de cáncer, capituló antes de un levantamiento, y habían jurado que nunca se doblegarían del mismo modo. Su potencia de fuego sigue siendo formidable, pero se enfrentan a una prueba cada vez más difícil.

Nada más salir de la calle de la Revolución me vi envuelto en una cortina de gas lacrimógeno. Un coche ardió en llamas...

Irán ya ha esperado bastante para ser libre. 

Roger Cohen 
International Herald Tribune

www.abc.es

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