Desde la primera muerte de un guardia civil en 1968 a la de Eduardo Puelles el objetivo de ETA ha sido siempre el mismo. Los condenados en el «proceso de Burgos», arropados como mártires por las minorías democráticas de izquierda y derecha de la época, lo fueron por usar los métodos que seguiría aplicando ETA en la monarquía constitucional y parlamentaria.
El atentado al almirante Luis Carrero Blanco, celebrado un tanto clandestinamente por millones de españoles que lo consideraron justo y necesario, no tuvo un sentido distinto al que han tenido las palabras pronunciadas el sábado último por Alfonso Sastre, premio «nacional»de teatro. La eliminación de Pertur ha sido interpretada a partir de los mismos, terribles, principios que ha mantenido la dirección de ETA a lo largo de estas décadas.
Los fines que persiguió ETA al asesinar a Buesa y los que intentaron con Recalde vinieron a demostrar que para ETA el cumplimiento de exigencias importantes para sus fines no garantizan la seguridad de sus actores si tan sólo lo son parcialmente. El nombre de Lluch va vinculado a la prohibición de cruzar la raya para todos aquellos que no comulgan con la comunidad euskaldún en medios y fines.
Masacres colectivas cuya comisión da por supuestas las muertes de niños, como fue la de Hipercor, consiguen demostrar que ETA no detiene su estrategia ante ningún tipo de consideración de carácter humanitario. Las muertes, muy contadas, de militantes del PNV, tal como la penúltima, han dejado claro que la coincidencia de objetivos finales no puede llevar a ciertas contradicciones en los medios entre unos euskaldunes y otros.
Expertos dicen que los debates en los que está enfrascada la dirección de ETA a propósito de una nueva fase en sus tradicionales objetivos independentistas, han sido saldados significativamente con el asesinato de Eduardo Puelles, modélico defensor de las libertades.
César Alonso de los Ríos
www.abc.es
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