El asesinato del inspector Eduardo Puelles García rompió ayer el espejismo de una ETA en fase terminal y situó al Gobierno ante la realidad de una organización terrorista débil, por supuesto, pero no vencida, y sobre la que no terminamos de aprender que no se deben hacer pronósticos optimistas. El hecho de que el inspector Puelles fuera miembro del Servicio de Información antiterrorista del Cuerpo Nacional de Policía demuestra que ETA sigue teniendo redes de seguimiento e identificación entre los vecinos de sus víctimas y que es capaz de localizar el vehículo, supuestamente protegido, de un funcionario policial. En este atentado hay una preparación logística muy preocupante. Esta vez, los terroristas, después de los fallos que impidieron la detonación de artefactos explosivos utilizados en algunos de sus últimos atentados, se han asegurado del éxito de su golpe criminal con una carga junto al depósito de combustible del inspector asesinado, quien murió envuelto en llamas. La crueldad de esta agonía hace aún más repulsivo el crimen.
ETA anunció hace pocas semanas que mantendría el terrorismo mientras no se cediera a sus chantajes. Tal anuncio iba acompañado de un respaldo explícito a la estrategia de Batasuna de reagrupar al nacionalismo radical en un frente soberanista. A esta apuesta del entramado batasuno le faltaba un asesinato para poder decir que el conflicto sigue vivo y que la violencia de ETA está legitimada por la negación de derechos al pueblo vasco. Nada cambia en el infierno etarra, pero los terroristas deberían, ahora más que nunca, saber que algo sí ha cambiado fuera. Este es el momento para hacer real el cambio político en el País Vasco, porque la eficacia policial y la respuesta judicial ya están en marcha, pero hacen faltas políticas complementarias. Patxi López es lendakari gracias al PP, y no para sustituir al nacionalismo por el sentimentalismo dialogante, sino para ejecutar acciones políticas contundentes que den la vuelta al sistema educativo y a los medios de comunicación públicos del País Vasco e impulsen la dedicación de la Ertzaintza contra ETA. Después de casi treinta años de monopolio nacionalista, es el turno de otra manera de gobernar el País Vasco y de combatir a ETA desde la sociedad vasca.
La unidad política es otro frente que debe presionar a los terroristas. Las declaraciones del presidente del Gobierno y de Mariano Rajoy son inequívocas y ofrecen a la sociedad la tranquilidad de que ETA ya no los divide. Pero también son precisos acuerdos que den cuerpo a esta unidad política de PP y PSOE, con reformas legales que mejoren la eficacia de la acción policial y judicial y, urgentemente, reparen las fisuras de la ley de Partidos Políticos, seriamente afectada por la sentencia del Tribunal Constitucional sobre Iniciativa Internacionalista, la última franquicia del entramado batasuno. Huelga decir que sobre este partido debe recaer toda la atención de las Fuerzas de Seguridad y del Ministerio Fiscal para ilegalizarlo en cuanto sea mínimamente posible.
Hay que asumir que ETA volverá a asesinar, porque se lo exige su naturaleza esencialmente criminal y porque las estrategias políticas que ordena a Batasuna siempre necesitan violencia para justificarse. La respuesta está en la ley y en la justicia, en la derrota sin condiciones, por supuesto, pero también en el compromiso del Gobierno de no volver, nunca más, a negociar con estos asesinos.
Editorial ABC
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