Entre los mitos más difundidos por el Islam -y más aceptados por un determinado sector de la izquierda- se halla el de la supuesta tolerancia de Al Andalus. Refutado contundentemente en su día por Sánchez-Albornoz, ha seguido, sin embargo, repitiéndose e incluso ha sido asumido por el presidente Obama en El Cairo. Lo cierto es que la entrada de los musulmanes en España a inicios del s. VIII -entrada propiciada por traidores que pidieron su ayuda para hacerse con el poder- aniquiló la cultura más floreciente de Occidente e implicó la reducción de cristianos y judíos a la condición de dhimmíes, es decir, minorías toleradas a cambio de pagar un tributo y de no predicar su religión so pena de muerte.
En paralelo, el islam se vio desgarrado desde el principio por un racismo exacerbado que colocaba en la cúspide de la pirámide social a las familias árabes -cainitamente enfrentadas entre sí- seguidas por los bereberes, los musulmanes de origen español, los dhimmíes y los esclavos. Con semejante estratificación no puede extrañar que los musulmanes -que nada trajeron a España salvo el cuidado de la paloma, pero lograron hacer pasar por propios los baños y las casas romanas y algunos logros de la cultura griega que habían aniquilado en Asia Menor - nunca llegaran a crear un orden estable.
Durante el emirato independiente, personajes como Al-Hakam I se valieron, según expresión propia, de la espada para coser un territorio desgarrado por la intolerancia islámica. A fin de cuentas, judíos, cristianos e incluso musulmanes de origen español estaban horriblemente oprimidos y se sublevaban de manera periódica. Al respecto, el éxito de la sublevación de Omar Ibn Hafsún, musulmán español que acabó convirtiéndose al cristianismo, deja de manifiesto la pesada carga que significaba el dominio islámico incluso para los correligionarios que no tenían la suerte de pertenecer a la raza de Mahoma.
Con todo, la peor situación fue, desde luego, la de los cristianos o mozárabes. Constantemente huían al norte y, de manera bien significativa, encontraban consuelo no en los Evangelios sino en el Apocalipsis que tan bien pintó el Beato de Liébana. Aquella tolerante Al Andalus era para ellos la viva imagen de la Bestia diabólica que perseguía a los que creían en Jesús. Los mártires de Córdoba con Eulogio a la cabeza son una de tantas muestras de que no exageraban. No más tolerante fue el califato de Abderramán III -un violento desequilibrado que toda su vida intentó ocultar los rasgos físicos que mostraba que era hijo de una vascona- o Almanzor, que sólo supo utilizar la violencia más cruel como arma política reduciendo ciudades como Santiago o Barcelona a pavesas. Las crónicas cristianas recogerían la esperanza de que a su muerte hubiera descendido a lo más profundo del Hades.
Al ir avanzando la Reconquista del territorio invadido por el islam e impedir los reinos cristianos que el califato siguiera sustentándose con el saqueo del norte y el tráfico de esclavos que casi monopolizaba en Occidente, aquella cumbre del dominio musulmán en España se desplomó y llegó el primer período de los reinos de Taifas que se dividieron -bien significativo- según criterios raciales. En un momento determinado, las Taifas pidieron ayuda a los musulmanes norteafricanos. Almorávides, almohades y benimerines pasaron a este lado del Estrecho para sumir Al Andalus en una intolerancia aún mayor si cabía.
No sólo se consumó el genocidio de los cristianos mozárabes que nadie quiere recordar, sino que se llevó a cabo la persecución brutal de los judíos para obligarlos a la conversión. De aquella Al Andalus huyeron Maimónides e Ibn Gabirol, los judíos más brillantes del Medioevo, e incluso el musulmán Averroes, cuyos libros habían comenzado a ser quemados. El final de la Reconquista significó, por ello, no sólo la recuperación de la unidad nacional pulverizada por la invasión islámica y el evitar que la España actual fuera como Marruecos o Mauritania, sino también la preservación de lo que de bueno hubiera podido dejar el islam.
Por ejemplo, la Alhambra que no fue destruida por Isabel y Fernando a diferencia del palacio de Medina Azahara arrasado por los musulmanes por considerarlo demasiado relajado. Concluía así una terrible pesadilla de intolerancia y violencia que algunos, por ignorancia o interés, persisten en elogiar y gracias a ello España pudo tener Renacimiento e Ilustración, fenómenos ambos que -en contra de lo afirmado por Obama- no sólo no fueron impulsados por el islam sino que jamás fueron conocidos en las naciones islámicas. Por algo será.
César Vidal
www.larazon.es
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