Los orígenes del totalitarismo, de Hannah Arendt (1906-1975), filósofa alemana de origen étnico judío, trata, entre otras cosas, de cómo llegó Hitler al poder. Es llamativo que las maniobras de Hitler, descritas por Arendt en los años 50, recuerden tanto a las de Chávez y compañía. |
Chávez no es Hitler, pero aquí dejo una lista de hechos y características de la Alemania de nazi que a más de uno, hoy, les resultarán harto familiares:
– Hitler mostró que la manera moderna de hacer una revolución no pasaba por maniobrar contra el Estado sino dentro del Estado. Dicho de otro modo: había que usar el Estado para aniquilar el Estado.
– Reclutó como simpatizantes y votantes a personas por las que nadie se había interesado previamente como sujetos políticos.
Quien así procede da prioridad al activismo, y anima a sus seguidores a participar en actos que serían ilegales en un Estado de Derecho. Es decir, procede como lo hacen los grupos criminales, lo cual sirve, además, para que nadie se atreva a dejar el movimiento.
Una vez en el poder, el movimiento no siempre necesita a estos seguidores, y hasta les puede acusar de ser elementos subversivos.
– Antes de llegar al poder, Hitler creó organizaciones paralelas a las ya existentes en la sociedad civil: organizaciones juveniles, deportivas, profesionales, etc. Así, creó la impresión de que su movimiento albergaba gente de todas las edades y profesiones.
Al acceder gobernar el Reich, Hitler ya disponía de sociedad paralela a la sociedad. Sin abolir las otras organizaciones, les quitó toda influencia. Las estructuras independientes se vieron arrasadas por la fusión/confusión entre Estado y Partido. Los opositores no tenían a quién recurrir.
– Hitler prestó más atención a la selección de personal que a la ideología.
Todo el debía depender del movimiento para conservar su puesto. Se despojó de sus puestos públicos a los judíos y al resto de enemigos del pueblo, y quienes los sustituyeron sabían que debían su nueva posición al régimen.
– Los nazis recurrieron asimismo a la multiplicación de las organizaciones en el seno del movimiento. Así, nadie sabía a ciencia cierta quién tenía el poder de decisión.
Este método constituye una manera de mantener controlados a los funcionarios y simpatizantes, que de esta manera nunca están seguros de su posición. En cualquier momento, una nueva organización puede controlar a las ya existentes, por lo que éstas y sus integrantes corren riesgo permanente de perder su parcela de influencia. Además, al mudar constantemente a la gente de puesto y lugar de trabajo, el régimen impide que los funcionarios desarrollen una capacidad precisa o dispongan de una red de contactos. Desaparecen las capas intermedias entre el líder y las masas, y la única ley es la palabra de aquél. Los súbditos terminan aislados y dirigidos desde arriba.
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– En un país totalitario, lo importante no es la ideología, sino la lealtad al líder. Éste puede cambiar su discurso si le beneficia hacerlo. Los seguidores deben cambiar de creencia según las instrucciones del momento. El totalitarismo es la dominación permanente de un individuo sobre todo y sobre todos. En vez de la ideología, lo importante es un activismo incesante que desvíe la atención al asunto emocional del momento.
– Muchos seguidores incondicionales respaldan al Gobierno aun cuando lo que diga o haga no se que no corresponda con la realidad. Se acostumbran a no comparar con la realidad y pierden la costumbre de juzgar por lo que ven.
Dice Arendt que el súbdito ideal de un régimen totalitario no es el nazi o el comunista convencido, sino aquél para el que la distinción entre los hechos y la ficción o entre lo verdadero y lo falso ha desaparecido.
– Los datos que no corresponden a lo afirmado por la ideología son tratados como si no fueran tales.
No se divulgan estadísticas correctas, primero porque no interesa la verdad, pero también porque no interesa que otros, dentro o fuera del país, la conozcan.
– El régimen ve a los no adictos no como adversarios sino como enemigos, y suele proclamar que el enemigo está enmascarado y se esconde.
La idea de ese enemigo invisible se desarrolla hasta convertirse en paranoia, porque se ven enemigos por todas partes. Es difícil contradecir esa idea, ya que, precisamente, se trata de un enemigo invisible.
– Los que sí saben cómo son las cosas –por ejemplo, porque han visitado otros países– son apartados de la vida pública o castigados con algo peor.
– Los países no totalitarios representan un peligro, porque desde ellos puede venir otra versión de la realidad.
Es lógico que el líder quiera conseguir una expansión mundial, porque solo dominando puede imponer la ficción en que basa su propio régimen. Por eso, los países totalitarios son imperialistas por naturaleza.
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Un último apunte. Se debe distinguir entre Estados totalitarios y Estados autoritarios. En un Estado totalitario no priman los intereses nacionales, sino la voluntad de poder del líder. Hasta en países autoritarios como la España de Franco y la Italia de Mussolini se permitió que la sociedad civil continuara trabajando como antes. Precisamente, se quería dar un aire de normalidad a todo. En cambio, un Estado totalitario destruye la sociedad civil para que solo haya una voluntad, la del líder, aunque ese signifique, entre otras cosas, la destrucción económica del país. En un país totalitario, toda muestra de capacidad e inteligencia es vista como potencialmente peligroso. Ni siquiera se acepta que los inteligentes ofrezcan sus servicios al movimiento. Se prefiere a gente mediocre pero leal, porque se considera más probable que obedezcan.
Inger Enkvist
http://revista.libertaddigital.com
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