Descartes da una lección de geometría a la reina Cristia de Suecia /Louis Michel Dumesnil
René Descartes, uno de los padres fundadores del racionalismo moderno, filósofo, matemático y científico, pudo morir asesinado, envenenado.
La tesis no es totalmente nueva, pero un profesor, filósofo y gran especialista en Sócrates, Platón, el pensamiento estoico y la historia de la filosofía, Theodor Ebert, aporta información de nuevo cuño en un ensayo universitario que suscita cierta expectación en los medios filosóficos europeos.
En 1980, por vez primera, otro especialista alemán, Eike Pies, aportó las primeras revelaciones, que llegaban a esta primera conclusión: Descartes pudo morir por envenenamiento con arsénico. Treinta años más tarde, Ebert ha conseguido reconstruir la «novela negra» de aquel siniestro crimen.
Hacia 1649, Descartes estaba en el punto álgido de su fama continental, su gloria intelectual y su enfrentamiento con el integrismo religioso, que consideran sus teorías matemáticas y científicas como harto sospechosas de herejía, apenas menos peligrosas que las de Galileo. Ese año, la Reina Cristina de Suecia invitó a Descartes a su corte, como amigo y preceptor.
Una invitación envenenada
Descartes aceptó la invitación y se instaló, en Estocolmo, en la residencia personal del embajador de Francia, donde también residía un capellán muy conservador, François Viogué. Descartes solía confesarse y comulgar con cierta regularidad, antes de dirigirse a palacio, donde debía trabajar con la Reina, todos los días, a las 5 de la mañana.
Descartes sentía cierto horror por los matinales horarios de la Reina de Suecia. Pero, con frecuencia, solía comulgar un poco antes. La tesis del profesor Ebert es que Descartes fue envenenado por el capellán Viogué, que lo habría dado una hostia bañada en un producto similar al arsénico.
Ebert ha recurrido a la historia de las ideas, para mejor reconstruir el posible asesinato por envenenamiento de Descartes. Viogué fue un capellán ultra conservador, temeroso de la «nefasta influencia» que el filósofo y científico podía ejercer en la Reina de Suecia. A juicio de Ebert, Viogué compartía hacia Descartes el mismo odio intelectual que muchos otros integristas religiosos de su tiempo: el racionalismo y las tesis del filósofo chocaban con la teología oficial de la época.
A juicio de Theodor Ebert, el bien posible envenenamiento de Descartes fue, al mismo tiempo, un crimen político y una maquinación criminal, con fondo de grandes convulsiones intelectuales.
Juan Pedro Quiñonero - París
www.abc.es
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