domingo, 21 de fevereiro de 2010

El infeliz aniversario de Irán

La revolución islámica de Irán sucedió hoy hace 31 años. El monarca del país, Mohammad Reza Pahlavi, perdió. Él había viajado al exterior a mediados de enero prometiendo que cuando volviera no gobernaría, solamente reinaría.

Eso no era suficiente para el ayatolá Jomeni que en aquel entonces vivía en el exilio, para ser más exactos, en Francia. El 1 de febrero el ayatolá regresaría en un vuelo privado a Irán donde fue recibido por millones de partidarios, muchos de los cuales creían que él era, literalmente, el Mesías, el "imán secreto" que los chiítas llevaban esperando durante siglos. Menos de dos semanas después, el Gobierno del Sha se derrumbaba.

Yo estuve presente en la creación, si me permiten usar la frase de Dean Acheson, secretario de Estado del presidente Truman. Claro que Acheson estaba hablando de los orígenes de la Guerra Fría. Yo me estoy refiriendo a la guerra contra Occidente que se desató con la revolución islámica y que continúa hasta nuestros días sin solución a la vista.

Yo era entonces un joven corresponsal extranjero, no muy ducho en las costumbres de Oriente Medio. Pero sabía esto sobre revoluciones: la mayoría de ellas acaban en fracaso. La vida bajo el régimen zarista había sido dura; pero bajo la bota de los comisarios fue exponencialmente más dura. En China, la revolución comunista llevó a la Revolución Cultural que arrastró a decenas de millones de personas a la muerte. La Revolución Francesa degeneró en el Terror.

La Revolución Americana es la gran excepción. Estableció una nueva nación basada en verdades "evidentes" como que los gobernantes necesitan el consentimiento de los gobernados y que ningún Gobierno puede privar legítimamente a sus ciudadanos de los derechos otorgados por "su Creador".

Hoy en día, hay iraníes valientes que están protestando en las calles, uniéndose al Movimiento Verde, porque también ellos quieren elegir a sus líderes y quieren que esos líderes respeten sus derechos inalienables. Hasta la fecha, poco ha sido el apoyo que éstos han recibido de Estados Unidos y otras naciones libres.

Hae unos días, Estados Unidos y la Unión Europea publicaron una declaración conjunta y hacían un llamamiento al régimen iraní en el poder para que "acabase con los abusos contra su propio pueblo [y] para que detuvieran a los responsables de los abusos". Pero, ¿qué es lo que impide que el presidente Obama, el presidente francés Nicolás Sarkozy y otros líderes occidentales se pongan ante las cámaras y pidan enérgicamente al líder supremo Alí Jamenei y al presidente Mahmud Ahmadineyad que no se ataque a los iraníes que protestan pacíficamente en pro de una reforma democrática? ¿Cuánto esfuerzo requeriría esa iniciativa? ¿Cuántas vidas se podrían salvar con ello?

Los gobernantes de Irán nunca han sufrido de falta de apoyos en Occidente. Como indican Patrick Clawson y Michael Rubin en Eternal Iran (Irán eterno), en los años que precedieron a la revolución de Irán, Jomeini hacía que el

islam sonara compatible con marxismo. Hay ejemplos de su retórica simple y directa en discursos emotivamente potentes: ‘La clase baja es la sal de la tierra’; ‘En una sociedad verdaderamente islámica, no habría campesinos sin tierra’; ‘Estamos a favor del islam, no del capitalismo ni del feudalismo’. Jomeini cambió las interpretaciones tradicionales de los chiítas para convertirlas en revolucionarias en vez de quietistas para así apoyar a las masas oprimidas (mostazafin) en vez de a los mansos. Esa mezcla de tercermundismo e islam fue tan potente que permitió a los activistas administrativos encargarse de la oposición al Sha.

Muchos de mis compañeros periodistas celebraron esa unión. El 12 de febrero de 1979, la revista Time informaba de

una sensación de optimismo contenido en Irán. (...) Seguramente los iraníes insistirán que la revolución cumpla con sus objetivos democráticos. (...) Los que conocen [a Jomeini] esperan que finalmente se radique en la ciudad santa chiíta de Qum y retome una vida de enseñanza y oración. Parece improbable que trate de convertirse en un arzobispo Makarios de Irán, llevando directamente las riendas del poder. Jomeini cree que Irán debe ser una democracia parlamentaria con varios partidos políticos.

Un editorial del New York Times tranquilizaba a sus lectores afirmando que "personas moderadas y progresistas" estaban asesorando a Jomeini. El periódico vaticinaba que el ayatolá dotaría a Irán de "un modelo de gobernanza humana desesperadamente necesario para un país del Tercer Mundo".

Tampoco tenían ni idea destacados políticos y diplomáticos. Andrew Young, el embajador ante la ONU del presidente Jimmy Carter, llamó a Jomeini "algo así como un santo". William Sullivan, el embajador americano en Teherán, comparó a Jomeini con Gandhi. Un portavoz del Departamento de Estado preocupado con la posibilidad de que hubiera un golpe militar, decía que sería "lo más peligroso para los intereses de Estados Unidos. Se llevaría por delante a los moderados y sería una invitación a que la mayoría se uniera a alguna facción radical".

Yo sí que no veía la revolución islámica como ellos. Me parecía improbable que los moderados ganasen a los radicales o que los verdaderos creyentes tuvieran mucha paciencia con aquellos a los que veían como apóstatas.

Recuerdo que le pregunté a un periodista iraní si él creía realmente que los mulás permitirían la crítica de tipos laicos como él mismo y que si los chicos que andaban por las calles con rifles AK-47 regresarían calladamente a las escuelas, fábricas y granjas. El periodista hizo caso omiso a mis preguntas, pero estoy seguro de que la duda empezó a apoderarse de él antes de que las autoridades clausuraran su periódico y de que los alumnos que apoyaban a Jomeini tomaran la embajada de Estados Unidos.

En el "mundo musulmán", en su sentido más amplio, había mucha gente que entendía exactamente lo que estaba sucediendo. Steve Coll escribe en Ghost Wars (Guerras fantasma) que aunque Jomeni fuera chiíta y por tanto "anatema para muchos islamistas conservadores suníes... sus audaces logros inspiraron a musulmanes por doquier".

Yo sostendría que más allá de la inspiración, había rivalidad: Irán se estaba transformado en el primer Estado moderno yihadista. ¿Dónde estaba el equivalente suní? No era Arabia Saudí: a pesar de los sermones sobre la plaga infiel predicándose sistemáticamente en sus mezquitas, los miembros de la "familia real" estaban demasiado cómodos dándose la gran vida en Occidente. Tampoco era Pakistán: aunque cada vez son más islamistas, sus oficiales militares entrenados en Occidente no estaban por la labor de liderar una insurrección global. Pero sí se plantaron las semillas de un movimiento suní, no estatal, yihadista/terrorista. Regadas con la inmensa riqueza del petróleo, brotarían en los desiertos como Al-Qaeda algunos años después.

El Sha era un déspota. Pero los mulás que gobiernan Irán y su Guardia Revolucionaria han sido muchísimo más brutales, opresivos y letales. Los anunciados resultados de las elecciones de junio, tan evidentemente falsos, sólo sirvieron para empeorar una situación ya deteriorada. Desde entonces, miles y miles de iraníes han estado arriesgando la vida como protagonistas de una revolución contra la revolución islámica.

Por más de tres décadas, he esperado poder volver un día a un Irán que no esté gobernado por teócratas y matones. Eso todavía es posible, pero no será gracias a los líderes occidentales ya que, hasta ahora, no han exhibido ni valor ni convicciones.

©2010 Scripps Howard News Service
©2010 Traducido por Miryam Lindberg

Clifford D. May, antiguo corresponsal extranjero del New York Times, es el presidente de la Fundación por la Defensa de las Democracias, institución investigadora dedicada al estudio del terrorismo.

http://www.libertaddigital.com

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