La historia da grandes vueltas, pero, en asuntos como la política exterior de un país, las grandes vueltas se hacen esperar lo suyo. De ahí que a los denostados neocon españoles nos resulte más patético que sorprendente esto de ver a Zapatero convertido en un mal imitador o en la cruz de la política exterior de Aznar, convencido ahora de que Estados Unidos es una relación esencial para España, persuadido de que debe apoyar sus guerras contra las dictaduras y el terrorismo islamista y valedor incluso de la necesidad de una actitud patriótica en la defensa de España en el exterior.
Y ahí lo tenemos hoy arrodillado que no sentado frente a la bandera, como algunos han destacado, en un acto totalmente contrario a su concepción de las relaciones entre política y religión. Rezando porque hay que estrechar las relaciones con Estados Unidos, porque el entendimiento con Obama bien lo vale, porque España lo necesita.
Todo ello muy apreciable si no fuera por la incongruencia que representa respecto a su propio discurso, el de antes de ayer. Y, sobre todo, porque ahora se hace desde el fracaso, desde una posición de debilidad, que es la que el propio Zapatero impulsó frente a lo que consideró excesos patrióticos de Aznar.
Hace tres años, en la edición española del Foreign Policy, un conocido defensor de la política exterior de Zapatero, José Ignacio Torreblanca, afirmaba, en debate con Florentino Portero, que Aznar apostó en su segunda legislatura todo a una sola carta y perdió mientras que, lejos de perder fiabilidad, la política exterior de Zapatero había devuelto a España a una posición centrada en Europa, a una mejora de las relaciones de Rabat, a una nueva imagen de país dialogante con la Alianza de Civilizaciones.
Reducidas a la nada la Alianza y Rabat, convertidos en un problema para Europa, Zapatero implora en Estados Unidos, vaya ironía.
Edurne Uriarte
www.abc.es
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