sexta-feira, 5 de fevereiro de 2010

«Perdidos», la serie total

«Perdidos» no es sólo una serie de televisión que arrastra millones de fans y que ha creado escuela, sino que ha revolucionado la manera de contar historias y de leerlas. Televisión, internet y literatura se dan la mano. ABCD desentraña en el número de esta sábado las claves de una serie que ha seducido a toda clase de públicos.

¿Por qué nos gusta tanto «Perdidos»? Somos muchos los que nos hemos hecho adictos a esta serie después de superar ese acto de fe que es la primera temporada (confiar en que la solución del enigma creciente no será fácil y previsible), y también las aguas estancadas de los episodios centrales de la segunda temporada, para adentrarnos en la increíble tercera temporada, donde la historia crece y crece en oleadas hasta un magnífico final, para luego comenzar a desesperarnos en la cuarta entrega con la llegada de personajes nuevos que no nos caen bien (un joven chino que siempre está de mal humor, una pelirroja bastante antipática y un insoportable físico cuántico tartamudo) y ponernos ya furiosos en la quinta con la definitiva pérdida de rumbo de la serie, sobre todo por la casi completa desaparición de los personajes principales, que son los que de verdad nos interesan: Kate, Jack, Hugo, pero sobre todo Benjamin Linus y John Locke.

Y ahora nos queda la sexta y última temporada, en la que el misterio se resolverá, por fin, y que será, como todos sabemos, una gran desilusión. Y a pesar de todo seguimos siendo adictos a «Perdidos», una de las mejores series de esa Edad de Oro de las series televisivas que fue el período de entre siglos.
La desilusión

¿Que por qué sabemos que será una desilusión? Primero, porque es lo que nos decimos a nosotros mismos para que luego nos guste más. Segundo, porque la serie comenzó a hacer aguas cuando en la cuarta temporada aparece el tema irritante de los saltos en el tiempo, una especie de ruptura total de las reglas del juego que complica la ya complicadísima trama hasta efectos mareantes, y no digamos ya el tema, irritante al máximo, de tirar una bomba atómica para destruirlo todo. Tercero, porque «Perdidos» tiene una estructura narrativa formada por misterios que se amontonan unos sobre otros en capas, y los misterios son tantos y tan complejos que sería imposible resolverlos todos satisfactoriamente.

¿Qué es el monstruo de humo negro? ¿Qué clase de «dioses» con cabeza de reptil construyeron la isla y sus extraños templos? ¿Quiénes son «Los Otros»? ¿Es cierto que la isla es una especie de «caja» dentro de la cual, como en la habitación de Stalker, uno puede encontrar lo que más desea? ¿Por qué no pueden nacer niños allí? ¿Por qué casi todos los personajes tienen problemas con su padre? ¿Por qué es necesario matar al padre para ser admitido por la isla? ¿Existe de verdad una enfermedad contagiosa en la isla? ¿Es la isla un ser inteligente dotado de voluntad propia? ¿Quién es Richard Alpert y por qué no cambia de aspecto con el paso de los años? ¿Quién diablos es Jacob y por qué posee poderes sobrenaturales? ¿Es la isla el lugar al que vamos después de muertos? ¿Es el paraíso? ¿Es el infierno?

Espacio pensante

El verdadero protagonista de Perdidos es la isla en sí, el maravilloso escenario natural de Hawai, donde ha sido rodada íntegramente la serie. «El espacio –escribe Frank Lestringant en su ensayo «Pensar por islas» (Revista de Occidente nº 342)–, y más concretamente la topografía, es una forma de pensamiento. De donde surge la siguiente paradoja: el problema no está en pensar el espacio, es el espacio el que piensa». Por eso la isla de Perdidos piensa por sí sola y, como el océano inteligente de Solaris, hace realidad nuestras obsesiones y nos devuelve nuestros errores, nuestros amores, los seres desaparecidos. ¿Es toda la isla un ensueño de Hugo Reyes, una creación de su mente, tal y como le explica Dave con argumentos perfectamente lógicos y casi concluyentes? Eso explicaría que Libby, la fantasía romántica de Hugo, sea una enferma mental que se encontraba en el mismo sanatorio que Hugo, y que Hugo sea capaz de hacer desaparecer, con sólo desearlo, la cabaña de Jacob, el centro neurálgico y tarkovskyano de toda la mística de la isla.

Trampas

Pero esta clase de «claves» (hay muchas) son todas trampas y, como las formas de un dibujo de Escher, se cancelan unas a otras. La idea principal de «Perdidos» es que la realidad no existe, sino que somos nosotros la que la creamos con nuestros pensamientos. Pero la verdadera fascinación de la serie proviene de que es imposible reducirla a un sentido, a una clave: aquí conviven todos los sentidos, todas las claves. Este mundo no es incomprensible e inabarcable por un exceso de misterios, sino por un exceso de explicaciones.

¿Tiene algún sentido lo que sucede en la isla? Ésta es la pregunta que los personajes (y los espectadores) se hacen una y otra vez. Jack, el líder científico y racionalista, lo niega, mientras que John Locke, el líder místico e iniciático, afirma que todas las cosas que suceden allí tienen un propósito. Otro de los personajes principales, el fascinante Mr. Eko, opta por una vía intermedia. «No pido perdón, padre, porque no he pecado», dice de rodillas frente al sacerdote en la impresionante escena de su destrucción. «Yo no pedí la vida que me han dado. Pero me la dieron. Y con ella hice lo mejor que pude». Situada en el centro de la serie (es decir, el lugar más parecido al «final» en una estructura esférica) es posible que ésta sea la solución más elegante que podamos esperar al gran dilema de dilemas que es Perdidos. Cuya sexta y última temporada comienza ahora. Disfrútenla. Namasté, y buena suerte.

Andrés Ibáñez

www.abc.es


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