Estos días, con motivo del 40 aniversario de la llegada del hombre a la Luna, hemos rememorado momentos de gran belleza, emoción y heroísmo plasmados en las fotografías y secuencias filmadas por las cámaras del Apolo XI. Revisando la prensa de la época, encontramos otras imágenes históricas que retratan el entusiasmo y la expectación generada, en todo el mundo, con motivo de la misión espacial. Una de estas fotografías, publicada en el diario ABC en julio de 1969, nos muestra al Papa Pablo VI observando la luna a través «del potente telescopio del Observatorio de Castelgandolfo». Me serviré de esta escena para enmarcar dos acontecimientos igualmente históricos, ambos relacionados con la observación del cielo.
El primero tuvo lugar hace 400 años. Una noche de 1609, un joven Galileo apuntó por primera vez con su telescopio a la Luna descubriendo que este astro no es perfecto, como sostenía Aristóteles, sino que está surcado por montañas y cráteres. Con esta observación, la primera de una larga serie que cambiaría nuestra visión del mundo, Galileo desafiaba la hipótesis aristotélica que postula la existencia de un mundo «sublunar» -la Tierra- imperfecto y cambiante, cercado por la perfección celeste, donde sólo existen formas esféricas y movimientos circulares. Todos conocemos el desenlace de esta historia en la que otros Papas, no tan aficionados a la astronomía como Pablo VI, tuvieron un triste protagonismo.
El segundo de los acontecimientos históricos a los que quiero referirme está ocurriendo hoy mismo. En la isla de la Palma, los Reyes de España inauguran el mayor telescopio óptico del mundo -y por tanto, el último y más sofisticado heredero de los instrumentos de Galileo-. El Gran Telescopio de Canarias es, además, la mayor infraestructura científica que se ha construido en España con un coste total de 132 millones de euros, en su mayoría sufragados por el Ministerio de Ciencia e Innovación. Una instalación que también ha contado con el apoyo financiero del Gobierno de Canarias y con aportaciones de instituciones internacionales, destacando por su importancia los fondos europeos FEDER.
El Gran Telescopio de Canarias es ya una instalación de referencia para la astronomía mundial y un emblema para la ciencia española; la mejor muestra de nuestra espectacular escalada hasta la novena posición del ranking mundial de potencias científicas -no podemos olvidar que en los últimos años, mientras el conjunto de la ciencia mundial se ha multiplicado por dos, la ciencia española lo ha hecho por nueve-. El telescopio que hoy se inaugura ha supuesto, además, un reto tecnológico para más de un centenar de empresas. En su diseño, construcción y montaje han intervenido más de mil personas durante los últimos años.
El Gran Telescopio de Canarias forma parte del Mapa de Instalaciones Científico-Técnicas singulares, un conjunto de proyectos diseminados en todo el territorio en los que el Gobierno de España y los gobiernos autonómicos van a invertir, hasta 2024, más de 3.800 millones de euros y a los que el Ministerio de Ciencia e Innovación ha destinado 500 millones de Euros -incluyendo 37,5 del Plan E- durante 2009. Este importante compromiso, adoptado durante la III conferencia de presidentes de 2007, va a permitir a nuestro país dotarse de las infraestructuras necesarias para seguir compitiendo en la «liga» de las potencias científicas durante los próximos años.
En el caso de las ciencias y tecnologías del espacio, también hemos podido avanzar mucho desde nuestros tímidos comienzos a principios de los años 60, de la mano de la NASA, con el establecimiento de sendas estaciones en Gran Canaria -que dio soporte al histórico vuelo de John Glenn, el primer astronauta americano- y en la localidad madrileña de Fresnedillas, esta última con un notable papel en el seguimiento de las misiones Apolo y otros programas posteriores. Hoy España cuenta con una importante industria espacial con capacidad para concebir, diseñar y desarrollar equipos de vuelo y para integrar sistemas y satélites completos. El sector está compuesto por más de una quincena de empresas de alta tecnología, genera un volumen de negocio cercano a los 500 millones de euros -más de 300 por facturación fuera de nuestras fronteras- y cuenta con más de 2.500 trabajadores.
El salto tecnológico y de capacidad industrial experimentado por España ha sido muy notable. Una buena prueba de ello es el lanzamiento, el próximo mes de noviembre, de la misión SMOS -Soil Moisture and Ocean Salinity- un satélite de observación de la Tierra entre cuyos componentes se encuentra un avanzado radiómetro de microondas que, liderado por una empresa española, ha contado con la participación de la práctica totalidad de la industria espacial nacional.
A esto hay que sumar el proyecto actual más ambicioso del sector espacial español: la construcción en nuestro país de dos satélites de observación de la Tierra, Ingenio y Paz, cuyo lanzamiento se prevé en torno al año 2012. Cuando esto ocurra se podrá decir que el sector espacial español habrá alcanzado, definitivamente, su mayoría de edad.
Es difícil apreciar el paso del tiempo entre la Luna que observó Galileo, la que pisó Armstrong y la que nosotros podemos contemplar esta noche. Sin embargo, muchas cosas han cambiado aquí abajo, en el mundo y en España, desde el año 1969. La vieja foto del Papa Pablo VI en el diario ABC me ha hecho reflexionar sobre algunas de ellas.
He de decir que a pesar del entusiasmo papal, ni el telescopio de Castelgandolfo ni ningún otro instrumento óptico disponible en 1969 hubieran permitido observar el alunizaje del Apolo XI en directo. Esta observación, sin embargo, sí hubiera sido posible -al menos teóricamente- para el Gran Telescopio de Canarias, que habría podido detectar el resplandor de los motores del módulo lunar al despegar de la Luna.
Obviamente, el Gran Telescopio de Canarias no se ha construido para enfocar banderas, huellas ni otras tantas pruebas que dejan constancia de nuestro paso por la luna, sino para conocer mejor los planetas, las galaxias y los agujeros negros más lejanos, muchos de ellos jamás observados antes. Por tanto, no remitiré al observatorio de la Palma a los escépticos que insisten en negar la odisea del Apolo XI, y los cinco alunizajes tripulados posteriores, puesto que allí no se van a derrochar las preciosas y costosas horas de observación para demostrar la llegada del hombre a la Luna. En su lugar, les sugiero que visiten el archivo fotográfico de la NASA, donde podrán examinar algunas fotos recientemente enviadas por la sonda LRO. En ellas sí pueden identificarse, con bastante nitidez, diversos rastros dejados por los doce afortunados astronautas que pisaron la superficie lunar entre 1969 y 1972.
CRISTINA GARMENDIA MENDIZÁBAL, Ministra de Ciencia e Innovación
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