Seis años después de la muerte, en 1997, de Isaiah Berlin, la Universidad de Oxford y la Brookings Institution convocaron un seminario académico para abordar una de las muchas facetas de la obra de este gran historiador de las ideas: su visión de la Unión Soviética. Al año siguiente, el albacea literario de Berlin, Henry Harding, recogió en un volumen los textos, hasta la fecha editados o inéditos, en que aquél consignó su continuado interés en la cultura, la política y las ideas de la Rusia soviética. |
Ahora, con motivo del centenario de su nacimiento, se publican en castellano sus reflexiones, imprescindibles para cualquier estudioso de la URSS y asimismo fascinantes para el lector interesado en la historia y la cultura rusas y, a secas, en el devenir de toda una provincia de la humanidad en el siglo XX.
Berlin, nacido en Riga súbdito del Imperio ruso, vivía en San Petersburgo (a la sazón Petrogrado) cuando estallaron las dos revoluciones de 1917. Poco después, sus padres tuvieron la venturosa idea de huir de la incipiente patria del socialismo y exiliarse en Inglaterra. En el otoño de 1945 se produjo el primer reencuentro de Berlin con su cultura de origen. Tenía poco más de 35 años (estaba nel mezzo del camin di nostra vita), y debió esa suerte de milagro a su condición de funcionario del Foreign Office. La palabra milagro no es, dadas las circunstancias, una hipérbole: inmediatamente después de la capitulación del III Reich y el fin de la Segunda Guerra Mundial, era cuando menos difícil para un civil desplazarse a la Unión Soviética y moverse en ella con algún grado de libertad. El caso es que, por su conocimiento de la lengua y por méritos propios, Berlin recibió de la Cancillería británica la misión de viajar a la URSS y redactar un informe con sus observaciones.
Berlin cumplió con su encargo y redactó dos informes oficiales, pero una vez concluida su misión remató la faena con un extenso y detallado memorándum en el que consignaba sus impresiones sobre el estado de la cultura en la URSS, que también remitió al Foreign Office. Con este otro título (sin pretensiones, apunta Hardy; valga decir, típicamente berliniano): "Nota sobre la literatura y las artes en la República Socialista Soviética Federada de Rusia en los últimos meses de 1945". La versión publicada ahora –y que, con el título "Las letras y las artes en la Rusia de Stalin", encabeza La mentalidad soviética– incorpora revisiones realizadas por Berlin en dos oportunidades, entre 1945 y 1992, y es integral, en lo que hace al texto, respecto de la primera y abreviada, divulgada en octubre de 2000 por The New York Review of Books.
En esta breve reseña me limito, por obvias razones de espacio, a destacar el informe de 1945 y otros tres escritos de parecido tenor (aunque de origen y destino disímiles), dado su carácter parcial o totalmente inédito y su considerable utilidad como herramienta de análisis político. Pero todos los textos del conjunto son igualmente valiosos, y los dedicados a los poetas, a la testimonial añaden la virtud de una prosa impecable y una sensibilidad exquisita y libre de impostaciones y sensacionalismo. Única manera decente de evocar las trágicas circunstancias en que se vieron obligados a sobrevivir y desarrollar su obra autores de la talla de Ósip Mandelshtam, Anna Ajmátova y Borís Pasternak.
En todo caso, la publicación íntegra y anotada por el autor del memorándum de 1945 basta, por sí sola, para hacer de La mentalidad soviética un libro de referencia insoslayable. Aunque no incluye el relato del primer encuentro de Berlin con Ajmátova y Pasternak (para preservar en lo posible la seguridad de sus interlocutores, no publicaría sus recuerdos de ambos hasta treinta y cinco años después), este texto sigue siendo la mejor y más lúcida introducción concebible a la cultura rusa previa a la Revolución y a sus cuatro grandes etapas posteriores: la efervescencia de la década de 1920, el cerrojazo tras la defenestración de Trotski (1928), las secuelas de las espantosas purgas de 1937-1938 y la guerra patriótica. Michael Ignatieff, biógrafo de Berlin, resume el interés de este documento:
Era ni más ni menos que una historia de la cultura rusa durante la primera mitad del siglo XX, una crónica de la aciaga generación de Ajmátova. Probablemente (...) el primer informe occidental de la guerra de Stalin contra la cultura rusa.
También de 1945 y su primer viaje a la URSS es "Visita a Leningrado", relato no oficial de su reencuentro con el principal escenario de su infancia, que contiene una descripción de primera mano del estado ruinoso en que había quedado la ciudad de Pedro el Grande después del sitio alemán. Como con el memorándum y los dos grandes análisis sobre el sistema estalinista ("La dialéctica artificial" y "La cultura de la Rusia soviética") incluidos en esta recopilación, Berlin se cuidó muy mucho de contarlo todo, y cuando no maquilló y distorsionó ligeramente su relato, publicó las páginas más críticas y comprometedoras bajo seudónimo. Como el que inventó en 1951, cuando Hamilton Fish Armstrong, el entonces editor de Foreign Affairs, le pidió que redactara un análisis del estalinismo para publicarlo en esta revista. Berlin, atento a la posibilidad de que aún vivieran en la URSS algunos de sus parientes, y para no comprometer a "littérateurs inocentes" que había visitado en 1945, le hizo entrega de "La dialéctica artificial: el generalísimo Stalin y el arte del gobierno", pero con la condición de que apareciera firmado por John O. Utis. Cuyo significado desentrañó en una carta escrita a Armstrong:
OUTIS significa nadie en griego; sin duda recordará algún que otro ingenioso juego de palabras con este término en la Odisea, donde Ulises engaña al cíclope sirviéndose de él. Además, también suena vagamente al nombre que podría tener un refugiado lituano o incluso checo o esloveno, de modo que sería factible para un artículo de esta índole.
Los cuatro textos señalados son la médula de La mentalidad soviética. Leyéndolos, no sólo se comprende que Berlin fue un testigo excepcional por su profundo conocimiento de la cultura y la historia rusas, sino algo más importante aún: ya en 1945 como durante su segundo viaje a la URSS, en 1956, en ningún momento se dejó engañar por los baratos trampantojos del comunismo soviético, que sin embargo deslumbraron y cegaron, como las proverbiales baratijas a los indígenas americanos, a generaciones enteras de intelectuales occidentales. Su análisis del estalinismo como fraude de la dialéctica marxista y maquinaria de poder merece aún hoy ser divulgado ampliamente. Porque aún hoy abundan entre los sedicentes intelectuales progresistas occidentales los mitificadores del marxismo y el "socialismo en un solo país".
El gran aporte de Stalin, la invención por la que es digno de pasar a la historia, es lo que Berlin llama "la dialéctica artificial", "un instrumento garantizado para corregir las incertidumbres de la naturaleza y la historia y preservar el ímpetu innato –la tensión perpetua, la condición de movilización bélica permanente– que por sí solo permite llevar una forma de vida tan poco natural". Berlin comprendió que la mezcla de despiadado tacticismo y brutal adaptación a los cambios por cualquier medio a que se reducía el método patentado por Stalin, contrariamente a lo que muchos dirigentes y políticos occidentales llegaron a pensar, podía mantenerse indefinidamente aun después de desaparecer su factótum. Entre otras razones, por ésta, fundamental:
El arte de manipular la "línea general" [del Partido] consiste justamente (...) en no permitir que la miseria humana, extendida por la población en su conjunto, alcance un pico de desesperación tal que la muerte (sea por suicidio o asesinato) parezca preferible. Los ciudadanos de la Unión Soviética no gozan de un grado de libertad o felicidad que pueda volverlos demasiado rebeldes o insuficientemente productivos, pero tampoco se les permite caer en un estado de pánico, desesperación o indiferencia tal que pueda paralizar su actividad. Las oscilaciones de la "línea general" están diseñadas precisamente para evitar esos extremos.
Berlin remata su análisis de "La dialéctica artificial" con este perfecto resumen de lo que representó el estalinismo, auténtica fase superior del comunismo:
Se trata de un instrumento mecánicamente poderoso y exhaustivo para la sumisión de seres humanos, para quebrar sus voluntades al tiempo que éstos desarrollan sus máximas habilidades para la producción material organizada, el sueño de los explotadores capitalistas más despiadados y megalomaníacos. Pues emerge de una represión aún mayor de la libertad y los ideales de la humanidad de la que Dostoyevski otorgó a su Gran Inquisidor; y dominar las vidas de unos ochocientos millones de seres humanos constituye el fenómeno más importante, más inhumano y aún el peor comprendido de nuestro tiempo.
La sagacidad y la astucia, la destreza y los conocimientos de Berlin, dignos del Odiseo homérico, impregnan este recorrido por los años más oscuros de Rusia. Pero también la empatía con sus habitantes, que permitió a su autor comprender que la mayoría de "los gobernados" o "súbditos" del régimen nunca llegaron a creer del todo en la propaganda oficial, que "en su gran mayoría no [eran] ni creyentes comunistas ni herejes impotentes", y de los que traza, a la postre, un retrato, si no enteramente encomiable, ciertamente amable: el de "un grupo profundamente apolítico, aislado, educado con rigor, romántico, imaginativo y algo infantil integrado por seres humanos normales y corrientes que forman parte de una corporación gobernada sin piedad".
Además de un gran libro de historia y análisis de la cultura y la política rusas bajo el comunismo, los escritos de Isaiah Berlin sobre la URSS son una lección de humanidad. Algo de lo que tampoco en nuestros días andamos sobrados.
ISAIAH BERLIN: LA MENTALIDAD SOVIÉTICA. LA CULTURA RUSA BAJO EL COMUNISMO. Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores (Barcelona), 2009, 369 páginas.
Ana Nuño
http://libros.libertaddigital.com
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