En este mes se han dado grandes pasos. Barack Obama dirigió la reunión de L´Aquila, cerca de Roma, con 16 grandes economías del mundo, generadoras de tres cuartas partes del carbono enviado a la atmósfera. De aquí a 40 años, en 2050, las emisiones de CO2 se reducirán el 80 por ciento. La temperatura media no deberá sobrepasar los 2ºC sobre los niveles pre-industriales.
Para 2020, en cambio, no ha habido acuerdo entre las democracias ricas y los grandes países emergentes, China, India, Brasil. La delegación china no firmaría si lo acordado para 2050 no condicionara el pacto de 2020. Faltan 140 días para la reunión de Copenhague, que prepara la sustitución del protocolo de Kioto.
En su tercer viaje transatlántico, Obama ha conseguido una nueva reducción de los arsenales atómicos ruso y americano. Ha impulsado la negociación de Doha, sobre el libre comercio. Se ha comprometido en este trance extremo -porque es un trance extremo- a que los países desarrollados donen, en los próximos tres años, 20.000 millones de dólares al África subsahariana.
No aprovechamos el calor para volver a la carga. Pero las cosas están mal, muy mal. En el Ártico, la capa de hielo ha reducido su espesor 17,78 centímetros al año, en 2004-08. La superficie helada ha retrocedido un 42 por ciento. Algo parecido ocurre en el Polo Sur. En las regiones próximas a la Antártida, en Argentina y Chile, grandes bloques de hielo se deshacen. En Perú, la cordillera andina ha perdido el 27 por ciento de su superficie helada, como los Himalayas o los Alpes. Las zonas áridas siguen extendiéndose. ¿En la frontera de Mongolia? No, en Alicante, Murcia, Albacete...
A finales de los años 1990 comenzaron a reunirse 2.000 científicos convocados por las Naciones Unidas. Era el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre la Evolución del Clima, GIEC. Físicos, astrofísicos, geólogos, médicos, antropólogos, matemáticos, químicos, economistas, juristas... Las conclusiones se han adoptado casi por unanimidad. La Tierra se calienta a un ritmo superior al temido. La acción del hombre es responsable de ese calentamiento. La quema continua de combustibles fósiles durante cien años, carbón, petróleo y gas, ha dañado la biosfera. No sabemos si definitivamente. Puede ser que no. Pero estamos muy mal.
Recordemos: el mundo pasó de 2.000 millones de habitantes a más de 6.000 en solo un siglo. Sin información más o menos libre, democracia imperfecta y energía salvaje, no existirían los antibióticos ni la bomba de cobalto. Son interconexiones difíciles de entender en un mundo dominado por la estupidez televisiva. Para casi todos los habitantes del planeta, esto es un lío. O como decía Winston Churchill, un inextricable misterio envuelto en un enigma insoluble. Sin embargo, los líderes son líderes para eso: tienen que sacarnos de este laberinto.
El MIT, Massachusetts Institute of Technology, predecía al terminar el siglo XXI un aumento medio de hasta 4ºC si no se daba en diez años un cambio radical. Hoy rectifica: en ciertas zonas puede pasar a 9ºC. El cambio de temperatura producirá guerras de supervivencia. Guerras por la comida y el agua. No entraremos hoy en esa cuestión. Recordemos solo, la guerra entre israelíes y palestinos es, también y sobre todo, una guerra por el territorio.
Paul Krugman, último premio Nobel de Economía, lo explicaba el mes pasado en el NY Times: las mortales oleadas de calor que se daban una vez en cada generación, podrán aparecer una o dos veces al año. Lo chocante, sigue Krugman, es la desvergüenza con que creadores de opinión mienten sabiendo que mienten. Habría que llevar a los tribunales a esos negacionistas. Krugman recuerda cómo el representante por Georgia, Paul Broun, sostuvo hace pocos días que el cambio climático era una «patraña» -este era el término- «perpetrada por la comunidad científica». Los tribunales, ¿no deben pedir cuentas al representante de Georgia por esas palabras y lo que detrás esconden?
En esta materia, la más grave de todas, muchos políticos aciertan. No sabemos si llegarán a tiempo. Los políticos son Barack Obama, Angela Merkel, Nicolás Sarkozy, Gordon Brown; el primer ministro canadiense, Stephen Harper; el de Japón, Taro Aso; el presidente de Brasil, Lula da Silva; el primer ministro indio, Manmohan Singh... Más allá del bien y del mal, Singh, a sus 76 años, da la batalla para llevar al ánimo de sus conciudadanos lo que está en juego. La mayoría de los indios quieren, primero, energía; y luego, debate sobre los riesgos. Ustedes, británicos, han crecido durante 150 años gracias a las colonias y a la quema de carbón y petróleo. Cuando nuestro turno llega, ¿nos van ustedes a decir que contaminamos?
El indio Rajendra Pachauri, el británico Nicholas Stern, el norteamericano Thomas E. Lovejoy, el canadiense Gordon McBean, el mexicano Mario Molina, el francés Jean-Louis Borloo vuelven a dar la alarma. Un grito ante la hidra de siete cabezas, mientras Paul Broun, de la Cámara de Representantes, miente y sabe que miente. Los chinos prefieren resultados sin debate previo. El presidente Hu Jintao o el primer ministro Wen Jiabao son tecnócratas de partido único, frente a la democracia india, llena de riesgos.
La llegada de Barack Obama a la Casa Blanca puede tener efectos incalculables en este terreno. En América, la pirámide del poder transmite instrucciones urgentes desde el mes de enero (se habían perdido, culpable o dolosamente, los ocho años anteriores). Las gentes corrientes tienen un resorte que les hace defender no solo su interés sino el de sus hijos y nietos: hay que ser bastante canalla para pasar de esto. En los últimos años, han sido los europeos y japoneses los que han trabajado sin cesar. Con los nórdicos a la cabeza, Suecia, Noruega, Dinamarca, Finlandia. Luego los alemanes, británicos y franceses (con un papel poco brillante de España, gran contaminadora). Pero España es hoy un líder en producción de energía solar, eólica y otras renovables, con una decena de compañías competidoras a escala global.
El azar es un componente misterioso de la vida. El profesor Juan Urrutia ha rescatado un término griego, el carácter estocástico del mundo. Las tiradas de los dados, ¿no están gobernadas por el curso de las estrellas? ¿Lo aleatorio es del todo casual? ¿No tenemos un cerebro demasiado modesto para entender? La civilización, desde que existe, unos 5.000 años, ha aspirado a reforzar lo previsible frente a lo estocástico. En 1919, Albert Einstein consiguió asomarse por la ventanita, apenas perceptible, abierta en lo alto de la pared por Niels Bohr para escrutar el universo. Seguiremos informando no sobre Einstein y Bohr, sino sobre los avances conseguidos en las próximas semanas.
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