ETA interpretará su último atentado como muestra de una fortaleza que resulta ser más ficticia que real. La capacidad de la banda para continuar atentando no debe ocultar la acuciante debilidad de ETA causada por una eficaz presión policial y judicial que constriñe de manera considerable su margen de actuación. Sus propagandistas quizás recuerden la efectista frase utilizada por el IRA para desafiar al Gobierno británico después del intento de asesinato de la primera ministra Margaret Thatcher en 1984: «Nosotros sólo tenemos que tener suerte una vez, ellos siempre». Sin embargo, bravatas de ese tipo no evitaron finalmente la derrota de la más sanguinaria organización terrorista en Europa. La propaganda terrorista es fundamental para mantener adhesiones a una causa criminal cuya relevancia y apoyo se han reducido hasta mínimos históricos. Por ello conviene exponer la verdadera realidad que el terrorista intenta encubrir con atentados como el de ayer.
En primer lugar debe subrayarse que sólo la fortuna ha evitado una matanza después de que ETA hiciera estallar una potente carga explosiva sin previo aviso. La voluntad de ETA era pues la de asesinar indiscriminadamente, como lo fue aquel 29 de mayo de 1991 cuando nueve personas, cinco de ellas menores, murieron al atentar los terroristas contra el acuartelamiento de la Guardia Civil en Vic. Un día después, el editorial «Ataúdes blancos» de ABC reflejaba el horror de una masacre que pudo repetirse ayer, como ya ocurrió el 11 de diciembre de 1987, cuando ETA asesinó a seis niños, junto a otros cinco adultos, al colocar un coche bomba en otra casa cuartel de Zaragoza. Estas son las intenciones de una banda representada por Arnaldo Otegi, al que una cadena de televisión entrevistó recientemente en un programa de humor facilitando así la reproducción de la propaganda terrorista al presentar al portavoz de ETA sin la necesaria crítica y contextualización de quien apoya el asesinato de seres humanos.
En segundo lugar, el atentado terrorista no debe ocultar que ETA atraviesa una grave «crisis operativo-militar», como la banda ha reconocido en documentación incautada. La debilidad de la banda llevaba a los propios terroristas a afirmar en 2008 que «el balance de los últimos años nos expresa el agotamiento de un ciclo», admitiendo que «los errores repetidos durante años nos exponen la necesidad de efectuar un cambio organizativo total». El intento de reestructuración acometido por ETA para neutralizar dicho debilitamiento fracasó antes y después de tan revelador reconocimiento. Las incesantes detenciones de dirigentes etarras y los devastadores golpes a las células terroristas demuestran que, como ya afirmara la ponencia preparada por la cúpula etarra tras la ruptura de la tregua, «las caídas y la represión se han convertido en algo insoportable».
El «debilitamiento progresivo» que confesaba ETA en los últimos meses no ha cesado, sosteniendo los terroristas que «ha habido un desequilibrio entre los ataques represivos del enemigo y la respuesta armada». Como complemento a tan desolador panorama ETA reconoce que su «capacidad movilizadora ha ido decayendo», sumiendo a sus simpatizantes en la «resignación». Conviene tener presentes estas admisiones, reveladoras del fracaso de ETA, en unos momentos en las que las imágenes del último atentado serán utilizadas para distorsionar la crítica coyuntura de los terroristas. Frente al éxito con el que ETA intentará revestir su atentado, debemos recordar la preocupación de los terroristas ante su incapacidad, como ellos mismos han indicado, para «llevar a cabo acciones cualitativas significativas».
Este decepcionante balance es el que ha llevado a destacados militantes a reclamar el fin de la violencia. A los casos de los últimos años como el de Francisco Múgica, que con el respaldo de otros presos escribió en 2004 que «nuestras estrategia político-militar ha sido superada por la represión del enemigo», se suma ahora el de Txema Matanzas, prominente líder terrorista que desde la cárcel ha descrito la situación de ETA como «caótica», concluyendo que «es hora de cerrar la persiana». Bajo la falsa sensación de fortaleza que el atentado contra la Guardia Civil quiere trasladar, subyacen, como ha explicado la misma ETA, «grietas en el muro de la militancia». Se visualizó este resquebrajamiento cuando en junio de este año un vídeo mostró a los etarras Patxi Uranga y Ainara Vázquez instantes después de que la Policía irrumpiera en su vivienda. Las imágenes exhibían los rostros atemorizados y derrotados de quienes se sabían conocedores de su sombrío porvenir.
En tan críticas circunstancias para ETA varios han sido los factores que han disuadido a otros militantes de renunciar al terrorismo. Por un lado ETA instrumentaliza logros como la radicalización del nacionalismo representado por el PNV y la negociación con actores democráticos como la emprendida en la pasada legislatura. Así lo ilustraba un documento interno de 2008 en el que los terroristas desactivaban las críticas ante su debilidad estructural aludiendo a dichas negociaciones: «En las tres ocasiones, aun diciendo que nunca se sentarían, les hemos forzado a hacerlo mediante la lucha y este es, de nuevo, el único camino que hará que el enemigo se siente y que se supere, de modo positivo, el conflicto». Asimismo ETA contiene las disidencias en su seno ejerciendo una implacable intimidación sobre su entorno. ETA continúa deslegitimándose entre su comunidad, pero sigue actuando como lo que sociológicamente puede definirse como una «entidad avariciosa», blindando a sus integrantes de las influencias externas con la intención de ejercer un mayor control sobre ellos. El miedo erige barreras que dificultan la salida natural de individuos descontentos con la violencia. Esta renuencia al abandono se fortalece con la aquiescencia que el PNV muestra con los fines nacionalistas propugnados por ETA, confiriéndole una peligrosa legitimación que facilita la realimentación del terrorismo.
Esta conjunción de variables obstaculiza la profundización en una descomposición sin embargo evidente. El miedo al aislamiento que la renuncia al terrorismo puede causar en el ambiente familiar y social frena una implosión del entramado terrorista que, no obstante, es posible. Revelador de ese temor a la marginación era la reacción de la ex pareja de la etarra Carmen Guisasola tras mostrar ésta su crítica a la violencia. El rápido distanciamiento de su compañero apareció en «Gara» bajo el significativo título de «Carmen Guisasola y Pérez Rubalcaba».
ETA utiliza estos condicionantes para rentabilizar sus atentados, reactivando su violencia con una propaganda que persuade incluso a sectores ajenos a los objetivos etarras y que, en coincidencia con los terroristas, insisten en que el final del terrorismo sólo será posible mediante la negociación. Esta infundada aseveración contrasta con otra hipótesis: el terrorismo de ETA puede concluir mediante el colapso del propio movimiento terrorista. Es ésta una posibilidad factible que ETA rechaza como poco realista. Sin embargo, la acertada y firme actuación estatal en diferentes frentes decisivos para una ETA ya considerablemente debilitada puede desencadenar un proceso de desintegración imparable. Si consolidados regímenes políticos como las dictaduras del Este desaparecieron al desatarse una serie de inercias, el Estado español también podría provocar unas dinámicas que permitan el resquebrajamiento de una organización terrorista que cuenta con mucho menor respaldo político y social. Con atentados como el de ayer ETA intenta ocultar que ese horizonte de derrota es muy real.
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