¿Han visto ustedes la cara de felicidad de Zapatero al dar la mano a Obama? Tal como la de un niño cuando su futbolista preferido le firma un autógrafo. Los pies de Aznar sobre la mesa del rancho de Bush no son nada comparado con el mendigar de Zapatero la entrada en las grandes reuniones internacionales. Al menos Aznar no pedía, exigía, y en Niza consiguió para España un estándar nunca alcanzado, que puede ya nunca alcanzaremos. Mientras lo de Zapatero es patético. Cuánto nos costó la silla que le cedió Sarkozy en la cumbre del G-20 en Washington nunca lo sabremos, pero seguro no fue poco, pues los franceses se venden caro. Sabemos, en cambio, lo que le ha costado colarse en la última reunión del mismo club, una vez finalizadas sus sesiones principales: de 30 a 40 millones de euros, que constará reconstruir la fortaleza de L´Aquila, como ha prometido a Berlusconi, con aires de gran señor. En el mismo tono, habló de la lucha contra el hambre en el mundo, olvidándose de los 800.000 españoles que se han acercado últimamente a los comedores de Cáritas. Aunque lo más importante para él era coordinar con los canadienses su participación en la cumbre del G-8 a celebrar en aquel país en junio del año que viene. No irá como representante español, sino como presidente de la UE, que nos toca. Pero el caso es asistir. Dentro de poco, le llamarán el «summitcrasher», el que se cuela en las cumbres, como esas señoras que se cuelan en las recepciones para ponerse moradas de canapés. La única diferencia es que Zapatero lleva una fuente de canapés para el anfitrión y los invitados. Que pagamos usted y yo.
Siendo todo esto bochornoso, lo verdaderamente grave es que ocurre cuando en España la crisis económica continúa presentando su cara más torva, al no encarar las medidas tomadas por el gobierno los problemas de fondo. El ministro de Trabajo ha dejado para el otoño un pacto laboral, ya que sindicatos y empresarios no se ponen de acuerdo. La ministra de Hacienda tiene el próximo día 15 una cita con la financiación autonómica aún no cerrada, con muchas posibilidades de cerrarse en falso, y el FMI empeora las previsiones económicas para España, mientras las mejora para el mundo. Ante tal panorama, nuestro presidente ha hecho lo previsible en él: marcharse a L´Aquila a hablar del hambre en el mundo, y allá se las arreglen la Salgado y el Corbacho con las Autonomías, la patronal y los sindicatos.
De niños, todos hemos sentido esas ansias de escapar al no saber cómo salir del lío en que nos hemos metido. Es también la actitud de los gobernantes pusilánimes desbordados por los acontecimientos: buscar refugio en el exterior. Aunque una vez allí, lo único que sepan hacer sea sonreír de oreja a oreja, al no hablar otro idioma que el suyo. Suerte de sus interlocutores.
José María Carrascal
www.abc.es
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