En cierta ocasión el general Franco aconsejó a su interlocutor: «Haga usted como yo, no se meta en política». Más allá del gusto por el cinismo gallego el mensaje contenía una sabia reflexión. En una dictadura el jefe del Estado debe estar por encima de las banderías. La pluralidad es intrínseca a la condición humana, existe aun en los regímenes más atroces, y hay que saber manejarla.
Alí Jamenei nunca ha estado a la altura del cargo que ocupa. De clérigo mediocre pasó a político, sin demostrar cualidades que le hicieran ganar en autoridad. Quizás por esas poderosas razones Alí Akbar Hashemi Rafsanyani, el más capaz e intrigante de los políticos iraníes, íntimo colaborador del ayatolá Jomeini y ex presidente, le aupó a la condición de Líder Supremo. Pero Jamenei campó por libre, amparando a los jóvenes radicales y a la Guardia Revolucionaria frente al núcleo original.
Alí Jamenei no ha sabido situarse por encima de las banderías. Ha jugado a parte y se ha quemado. En una dictadura las elecciones son prescindibles, pero si se convocan, por restringidas que sean, hay que respetar el resultado. Con el pucherazo, Jamenei ha humillado a una parte importante del régimen, que le ha respondido retirándole su confianza. El Líder Supremo cuenta con todos los mecanismos coercitivos, pero ha perdido lo esencial de la legitimidad intelectual y religiosa. Las «sotanas» están en su contra y eso, en un régimen teocrático, tiene considerable importancia.
El derrotado Musavi no se rinde y mantiene firme su exigencia de elecciones limpias, con el respaldo de los ex presidentes Jatamí y Rafsanyani. Cada día la dictadura jomeinista se resquebraja un poco más. El aliado de Zapatero en la Alianza de las Civilizaciones ve cómo de su propio seno emerge una nueva voluntad, la de los civilizados que claman por la democracia.
Florentino Portero
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