ETA cumple cincuenta años y lo celebra intentando una masacre. ¡Qué asco! Pero tenemos la obligación de ir un poco más allá. ¿Cómo es posible que una organización terrorista haya durado medio siglo en una región rica de la civilizada Europa occidental? Mi tesis: porque durante estos años la hemos convertido y tratado como un movimiento de liberación nacional, dotándola de la mística y la estética de los buenos guerrilleros.
En primer lugar, la Iglesia católica del País Vasco. Sin su apoyo primero, su comprensión después y su mirar para otro lado siempre, ETA no hubiera podido existir. Ahora que está tan de moda exigir que la Iglesia pida perdón, no estaría mal que lo hiciera por la teología de la liberación, por haber sucumbido al marxismo guerrillero. Una ideología y una praxis que ha causado muchos miles de muertos y es en gran parte responsable también del atraso histórico de América Latina. La Iglesia católica, igual que mimó el eusquera para evitar el contagio liberal a finales del XIX, nutrió el nacimiento de ETA. Así son las cosas y así va siendo hora de que las contemos.
Pero la Iglesia no es la única culpable de tratar con cariño a unos jóvenes idealistas. Lo es todo el centro izquierda español. ¿Cuánto tiempo hemos tardado en considerar el asesinato de Carrero Blanco un atentado terrorista y no un hecho providencial? La doctrina del tiranicidio y la mística del buen guerrillero nos han impedido ver la serpiente. El buenismo político no es un invento del presidente Zapatero, lo hemos practicado con ETA todos los demócratas, prácticamente hasta el asesinato de Miguel Ángel Blanco y el secuestro de Ortega Lara. Algunos todavía lo practican cuando se oponen a la ley de Partidos o a la penalización del aparato social y económico de ETA-Batasuna.
Y qué decir de nuestros amigos europeos. ETA era el argumento que mantenía el mito de una España violenta, dramática, totalitaria, aún inmersa en la dialéctica del XIX. Qué historia tan romántica a unos pocos kilómetros de casa. Hasta que estallaron los Balcanes. Siempre me ha indignado la doble moral europea; se justifican, apoyan y financian causas nobles en el Tercer Mundo que se despachan sin contemplaciones en casa. A los civilizados europeos les divierte saber que hay buenos salvajes, aunque ellos se hayan convertido en aburridos burgueses. Véanse las dificultades actuales de Colombia para explicar la lucha contra las FARC en una Europa que se mueve entre la admiración infantil y el miedo petrolero a Chávez.
La tercera causa subyacente de la perdurabilidad de ETA está en la lógica económica con la que se encaró el Estado de las Autonomías. El concierto vasco, la restauración de unos privilegios feudales en pleno siglo XX, se concibió como una generosa oferta a los nacionalistas vascos para que unos dejaran de matar y otros de justificarlo. Los primeros se profesionalizaron en el asesinato y la extorsión. Los segundos no tuvieron reparo alguno en beneficiarse de estos vareadores de olivos. Los distintos gobiernos, paralizados por haber sucumbido a la lógica nacionalista de la culpa original, renunciaron a aplicar los instrumentos disponibles en el Estado de Derecho. Este Gobierno no sólo renunció, sino que adoptó esa misma lógica suicida a las relaciones con Cataluña y generalizó la idea de que España ha de pagar por mantener su unidad. Si no paga suficiente, vale todo. Desde amenazar con la ruptura unilateral del marco constitucional hasta el terrorismo.
Si tengo razón en este diagnóstico desgarrador, vencer definitivamente a ETA, lo que hoy es posible gracias al fracaso de la oferta de diálogo, va a requerir algo más que eficacia policial, inteligencia jurídica y cooperación internacional. Exige un cambio cultural en la sociedad española para abandonar su mala conciencia y su disposición a aceptar chantajes para expiar presuntas culpas que nunca cometimos.
Fernando Fernández
www.abc.es
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