No es la economía, es la cultura. No es una encíclica para tiempos muertos de la historia; es un texto para épocas postideológicas, para espacios postmodernos, antídoto de constructores de paraísos posthumanos. No es una encíclica para funcionarios de una doctrina social oficialista de la Iglesia –que no existe– por la que se han colado las ideas más peregrinas y pasajeras, todas ellas contrarias a la tradición cristiana, a partir de un permanente empaste de citas al uso. |
No es una encíclica para quienes, acomplejados con la modernidad, han pretendido hacernos creer que la Iglesia es moderna por el hecho de aceptar acríticamente algunos principios de esa modernidad. No es una encíclica para quienes han potenciado con sus escritos una tercera vía de secularización interna de lo cristiano a partir de una indigesta relación entre Iglesia-mundo. No es una encíclica para especialistas de la cosa y de la causa. No nos equivoquemos.
El instrumento adecuado para leerla no es una lupa, es un telescopio que nos permita la distancia de las ideas y la cercanía del objetivo. La encíclica del Papa es la nueva carta del humanismo que, quien es referente indiscutible de ética mundial, entrega a la tabla común de la discusión pública. Una de las virtudes del texto es que el Papa parece mantener un diálogo con el texto mismo, que lo es con la tradicional doctrina social católica y con los principios y las consecuencias que deben ser contrastados en el devenir de la historia. En la encíclica se percibe cómo Benedicto XVI, a partir de unos lugares comunes, pretende elevarse a un nivel de visión, a un estrato anterior, en el que pueda desplegar los fundamentos. Los lectores de la encíclica se habrán dado cuenta de que el comunismo y el socialismo ya no existen para el texto; pero lo que sí existe es la deslegitimación de los principios que han contribuido decisivamente al desarrollo de esos sistemas contrarios a la dignidad de lo humano.
Louis Rougier, en su magnífico libro El genio de Occidente (Raíces clásicas y cristianas de la civilización occidental), nos enseñó que el mito fundacional de Occidente era el mito de Prometeo. Pese a que F. A, Hayek, en la presentación de ese texto, se refiriera a la excesiva confianza que Rougier tiene en la razón humana, no debemos olvidar que la civilización occidental es producto de esa actitud de confianza en lo que define al hombre y le permite la apertura a la realidad, que es siempre apertura a la trascendencia. Prometeo significa, y aquí me remito a Rougier, la negación a quedarnos satisfechos con la condición humana tal y como está y a insistir en la posibilidades de mejorar las cosas para que respondan a las necesidades de los hombres. Prometeo, a partir de una equivocada modernidad, ha estado encadenado por esa misma pulsión de mejora. Vivimos bajo el signo de Prometeo encadenado. Ha sido Benedicto XVI quien superando los hábitos tecnicistas, incluso de una cierta comprensión de la doctrina social de la Iglesia, y se ha lanzado a desencadenar la razón de progreso y el progreso de la razón con su nueva encíclica Caritas in Veritate.
No es necesario citar largos párrafos de la nueva encíclica para que comprendamos que una de las apuestas del Papa es superar la ruptura entre la razón y la vida. En su propuesta de integración, que nace de ese humanismo integral al que tanto se refiere, las ideas clásicas adquieren nuevos sentidos. Un caso ejemplar ha sido el de la fundamentación de las ciencias sociales y, por tanto, de la economía. En el texto del diálogo consigo mismo y con el pensamiento y los autores que más están incidiendo en lo contemporáneo, el Papa propone con claridad que detrás de toda teoría social, existe una teoría de lo humano. Como nos ha recordado recientemente el profesor Alejandro Llano, sin el saber, la mera actuación es ciega. La clave del bienestar social está en conocer y entender. Y la encíclica insiste en algo, convertido en tópico, que estamos lejos de practicar: permitir "a la fe, a la teología, a la metafísica y a las ciencias encontrar su lugar dentro de una colaboración al servicio del hombre". La encíclica, y ésta es una de las claves fundamentales, es una propuesta de apertura de la razón, de interdisciplinariedad, de propuesta de diálogo con los métodos de lo social y con las ciencias de lo social que, según su origen y destino en la historia, se propugnaron como la clave de la definición de lo humano. Frente a la indeterminación general, no sólo física, también social y sociológica, el Papa ha propuesto con un texto calificado de social, por serlo antropológico, un escenario pleno de sabiduría para el destino del hombre en la historia. No ha estado lejos de ofrecer la clave de la pregunta que atenaza nuestro tiempo: la del ser en la historia como condición de libertad.
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