Los últimos años del siglo España tuvo que atender a tres frentes, Flandes, Francia y el Atlántico, algo que difícilmente habría soportado cualquier otra potencia. Felipe II intentó solucionar el primer conflicto dando las provincias en dote a su hija Isabel Clara Eugenia cuando se casó con el archiduque Alberto de Habsburgo en 1598, mismo año del Edicto de Nantes y del fallecimiento de Felipe. Con ello pensaba facilitar la paz, al traspasar la región a los Habsburgo de Austria e ir desembarazando de ella a España. Pero los rebeldes no aceptaron, Alberto demostraría ser una nulidad militar y fue preciso retener las tropas allí. En 1600 Mauricio de Nassau lograría un éxito sin precedentes al batir en Nieuwpoort a los tercios en campo abierto. Las bajas fueron similares (dos mil por cada lado) y el resultado nulo, pues Mauricio hubo de retirarse sin ganancia alguna: había esperado una insurrección de los flamencos, los cuales permanecieron leales a España.
Peor pasó con Francia, pues Enrique IV probaría ser un adversario temible. En 1595 atacó a España por el lado más económico para él y más productivo para sus aliados holandeses: el Camino español, vital arteria que desde Nápoles y Barcelona (por mar) confluía en Milán y desde allí, por territorios neutrales de Saboya, Suiza, Alsacia, Lorena, Franco-condado y Luxemburgo (alternativamente por cerca del Rin) llegaba a Bruselas. Esa inteligente estrategia permitía de paso ampliar Francia, aproximándola a sus límites actuales. En 1596, Holanda, Francia e Inglaterra acordaron una ofensiva de grandes proporciones, que debía tomar entre dos fuegos al Flandes pro hispano. A tal fin, Enrique hizo de Amiens una plaza de armas donde concentró los aprestos para la ofensiva, que tendría lugar en 1597. Pero Hernán Tello, un jefe de los tercios, se le adelantó en un golpe de mano modélico y tomó Amiens con una pequeña tropa. El archiduque Alberto reaccionó con tal lentitud que permitió a los franceses rendir la ciudad, pero la ofensiva francesa quedó paralizada. Mientras, Mauricio de Nassau, aunque ocupó dos provincias, fracasó en su intento de formar un corredor por el este de Flandes que uniera Holanda con Francia y aislara a los españoles. Ese año, Enrique cortó por Lorena y Saboya el Camino español, que hubo de cambiar a una ruta más replegada.
Finalmente, en la paz de Vervins, de mayo de 1598, Francia y España se devolvieron mutuamente lo conquistado. Felipe pudo morir unos meses después, habiendo conseguido una paz ventajosa con los turcos y otra aceptable con Francia, sus rivales más peligrosas, aunque se mantuviere la guerra en Flandes y con Inglaterra.
Es corriente la idea de que después de la Gran Armada la marina española pasó a segundo término, pero ocurrió más bien al revés. Si ingleses y holandeses se reforzaron en el mar, los españoles hicieron lo propio: el tráfico con América aumentó sin que pudieran impedirlo sus adversarios: de los 600 convoyes entre España y las Indias durante tres siglos, solo dos cayeron en manos de armadas (no de piratas) enemigas. Los piratas, pese a las exageraciones románticas, nunca pudieron capturar un galeón, solo barcos menores y aislados. El éxito español obedeció a un perfeccionamiento del sistema de convoyes y del servicio de inteligencia, que con Felipe II fue probablemente el mejor de su época, y que rompió el factor sorpresa en muchas acciones enemigas. El éxito de la isla Terceira había sido posible por informaciones de agentes franceses al servicio de Madrid, y lo mismo había pasado con una insurrección de París que había expulsado a Enrique III, planeada por Bernardino de Mendoza, verdadero jefe del espionaje español. Mendoza, nacido en Guadalajara, educado en la universidad de Alcalá y combatiente en Flandes, fue embajador en Inglaterra, de donde fue expulsado al descubrirse sus labores de espionaje, en los que usaba códigos secretos y técnicas todavía inusuales. Después obró como embajador en Francia y agente en los medios católicos contra los hugonotes, hasta que Enrique III pidió su retirada. Sus relativos fracasos nacieron del éxito de sus aciertos previos. En 1591 dimitió al quedar ciego. Intelectual notable, dejó una crónica de la guerra de Flandes, una Teórica y práctica del arte de la guerra y una traducción al español de una obra del filósofo neoestoico y tratadista político flamenco Justo Lipsio.
En cuanto a Inglaterra, pese a la calamitosa "Contraarmada" de Drake, su flota se había vuelto muy peligrosa y solía emboscarse en las Azores para capturar los galeones de Indias. En 1591 y 1594, Alonso de Bazán, hermano de Álvaro, desbarató sus intentos, y las empresas de Drake, Frobisher, Hawkins y Cumberland fallaron, mientras corsarios españoles capturaban a su vez mercantes ingleses. En 1595, una pequeña armada de Carlos de Amésquita, al estilo de otras expediciones castellanas en la Guerra de los cien años, desembarcó en el sur de Inglaterra, devastó algunas poblaciones y un fuerte, y burló la persecución que intentaron Drake y Hawkins. Al año siguiente una escuadra angloholandesa volvería a saquear Cádiz, un éxito importante, y el mismo 1596 los ingleses volverían a ser expulsados de las Azores. Ese año los legendarios Drake y Hawkins, socios de largo tiempo en el tráfico negrero y la piratería, con los que se habían enriquecido,murieron de disentería en el Caribe, tras ser repelidos sus ataques a Puerto Rico. Varios golpes de Drake, similares, aunque a escala algo menor, a los de los Barbarroja y otros corsarios otomanos, fueron más allá de la simple piratería, pues logró capturar brevemente ciudades como Vigo, Las Palmas, Cartagena de Indias o Santo Domingo, intentó implantar una colonia en América y dio una vuelta al mundo.
A su vez, España enviaría en 1602 una pequeña fuerza de desembarco a Irlanda para socorrer a los irlandeses en rebeldía contra Inglaterra, pero fue derrotada en Kinsale. La revuelta había estallado en 1594 y duraría nueve años, en parte con armas españolas y reprimida a sangre y fuego por Isabel I. Los irlandeses fueron reducidos al hambre y una masa de sus tierras pasó a propiedad de nobles ingleses. Isabel murió en 1603, y al año siguiente su sucesor, Jacobo I, ofreció amnistía a los rebeldes y condiciones relativamente favorables. Algunos líderes irlandeses quisieron mantener la lucha, pero no les fue posible porque Madrid había firmado ese año la paz con Londres. España quiso garantía para el culto católico en Inglaterra, pero no fue posible.
Pío Moa
http://blogs.libertaddigital.com/presente-y-pasado (17/7/2009)
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