Los triunfos contra los turcos y la unión de España y Portugal se vieron enturbiados por la continuación de los apuros financieros y de la guerra en Flandes. Tras el rápido aniquilamiento de la primera rebeldía, los llamados "mendigos del mar", marinos protestantes holandeses, pirateaban desde bases inglesas y también en beneficio inglés, bajo el lema Mejor turcos que papistas. Pero en 1572 Isabel I los expulsó, por buscar un arreglo con Felipe II o por temor a su calvinismo. Entonces los mendigos ocuparon el puerto desguarnecido de Brielle, y luego el de Flesinga, cortando el comercio de Amberes. Para entonces Guillermo de Orange había reorganizado un ejército con apoyo de los hugonotes y el rey de Francia. El golpe de los "mendigos" originó una nueva revuelta por casi todo Flandes. Holanda, menos Ámsterdam y Middelburg, se declaró en rebeldía, y Guillermo volvió con refuerzos. En Holanda predominaban los católicos, de los que una parte entró en la revuelta por sacudirse el yugo de Alba y otra parte siguió leal a España; pero la minoría calvinista, mucho más dinámica y con ayuda francesa, se puso en vanguardia. El propio Guillermo, católico hasta entonces, se convertiría en 1573 al calvinismo. Alba recobró el sur, donde hizo trizas a Luis de Nassau y a los hugonotes, con lo que los protestantes alemanes, también comprometidos, prefirieron abstenerse. El hijo de Alba, Fadrique, atacó despiadadamente el norte, pero el dominio del mar por sus enemigos impedía una solución rápida como cuatro años antes.
Ante la prolongación del conflicto, Felipe sustituyó al Duque por el barcelonés Luis de Requeséns, gobernador de Milán y antes sagaz consejero de Juan de Austria en las Alpujarras y Lepanto. Llegaba con instrucciones de negociar, salvaguardando el catolicismo y la soberanía de Felipe. Sintiéndose fuertes, los rebeldes rechazaron el acuerdo y continuaron la lucha. Requeséns los aplastó en 1574 en Mook, donde perdieron la vida dos hermanos de Guillermo. El golpe, quizá decisivo, no pudo ser explotado porque los tercios se amotinaron, indignados por la larga falta de pagas. Felipe tenía en Flandes 86.000 soldados, en su mayoría flamencos y alemanes, un gasto que, combinado con el de otros frentes, provocaría su bancarrota en 1575. En marzo del 76 falleció Requeséns, que indicó: "aun si los naturales nos amaran como a sus hijos", lo que estaba muy lejos de ocurrir, "bastarían tantos motines como ven de nuestra nación para aborrecernos".
El motín seguía un mecanismo peculiar: circulaba la consigna, los nobles y oficiales eran apartados y se formaba una especie de soviet avant la lettre, sin perder en absoluto la disciplina y el orden interno (así había ocurrido con los almogávares en Oriente). Los soldados creían que en la corte mandaban letrados y no militares que les comprendieran, pero en realidad no había dinero. En 1574 el ejército de Flandes consumía 1,200.000 florines mensuales y solo recibía 300.000 de España. Ese año se debían 37 pagas a los tercios, que constituían solo una décima parte de los efectivos teóricos del ejército, pero eran el nervio de este. Un conde flamenco se asombraba de "la miseria y desesperación de los pobres soldados" que, sin embargo, "resistían con los estómagos vacíos a las fuerzas enemigas", y les ocasionaban duros reveses. El enemigo también agotaba sus recursos pero al menos estaba en su tierra o en las cercanías.
Los motines suponían abandonar plazas fuertes que los rebeldes reocupaban sin esfuerzo, desordenando las campañas. A Requeséns le sucedió Juan de Austria, y cuando este se dirigía a Flandes tuvo lugar, en noviembre, el saqueo de Amberes. Para evitar los motines, Requeséns había pedido en vano la aplicación de la alcabala, que habría permitido pagar a las tropas. En septiembre, la región de Brabante había aprobado ese impuesto, pero para combatir a los amotinados. En octubre, rebeldes y católicos se unieron y declararon fuera de la ley a los soldados españoles, con lo que podían ser matados impunemente. Bastantes amotinados se refugiaron en la ciudadela de Amberes, donde los rodearon las tropas adversarias con intención de aniquilarlos. Pero el 3 de noviembre, los sitiados irrumpieron de súbito en la ciudad, destrozaron a los sitiadores y sometieron Amberes a un salvaje saqueo, en el que mataron a entre 2.000 y 8.000 personas, según fuentes, contra solo 30 muertos propios. Juan de Austria, que iba con intenciones conciliatorias, se vio en posición complicada.
El saqueo de Amberes unió a todas las provincias contra los españoles. No obstante, Don Juan explotó las discordias entre ellas y a principios de 1577 obtuvo al acuerdo pedido por Requeséns: acatamiento a Felipe II y restablecimiento del catolicismo, a cambio de la marcha de los tercios, abolición de la Inquisición, amnistía y vuelta a la administración tradicional: Guillermo de Orange entró en el séquito de Don Juan en Bruselas. Con involuntaria ironía, el tratado se llamó Edicto Perpetuo. Fueron retirados los tercios y la Inquisición. Guillermo fue aceptado como lugarteniente del gobernador español o estatúder de Holanda (y Zelanda), pero rechazó la vuelta al catolicismo y ofreció la soberanía a un príncipe francés; los nobles de las provincias católicas la ofrecieron a un noble Habsburgo. En respuesta, los tercios volvieron a finales del año, al mando de Alejandro Farnesio, futuro duque de Parma, militar italiano al servicio de España e hijo de la anterior gobernadora de Flandes Margarita de Parma. Los rebeldes debieron evacuar Bruselas, y a principios de 1578 sufrieron una dura derrota en Gembloux.
En octubre de ese año murió de tifus Juan de Austria, con 31 ó 33 años. Era hijo ilegítimo de Carlos I y Bárbara Blomberg, nacido en Ratisbona y criado en España. Su corta pero fulgurante carrera contra moriscos y turcos le había hecho muy popular. Le sucedió Farnesio, quien se vio favorecido cuando los calvinistas de Holanda empezaron a asesinar y encarcelar a católicos, lo que produjo en el sur una reacción prohispana como la de 1566 cuando los protestantes destrozaron las iglesias. Farnesio aprovechó para firmar la Unión de Arrás con varias provincias. Ideológicamente, el territorio quedó dividido en lo que serían Holanda y Bélgica, una bajo poder calvinista y otra católica. En 1581, Guillermo fue declarado fuera de la ley y puesta a precio su cabeza. Él había mantenido una ficticia fidelidad al rey, que rompió entonces abiertamente, proclamó la independencia de sus provincias y ofreció la soberanía a Isabel I. Esta rehusó, por miedo a meterse en un laberinto, sin dejar nunca de auxiliar de modo extraoficial a los rebeldes. Guillermo hizo la oferta al posible heredero del trono francés, Francisco de Anjou, que aceptó; pero las querellas internas anularían el trato.
Pese a mil contrariedades, la primera mitad de los 80 trajo importantes victorias a España: fracasaron las maniobras francoinglesas sobre Portugal, mientras Farnesio, en Flandes, recobraba ciudades metódicamente: Tournai, Mastrique, Dunquerque, Nieupoort, Brujas y Gante; en 1584 sitió Amberes, tenida por inexpugnable. Los rebeldes rompieron los diques y anegaron el entorno, pero no lograron romper el asedio. Farnesio tendió un magno puente de pontones sobre el Escalda, protegido por dos fuertes, obra de ingeniería militar única en su época, que aislaba la ciudad, frustrando los intentos de los sitiados por destruirlo. El asedio, obra maestra de táctica e ingeniería, despertó expectación en toda Europa, y al cabo de 14 meses la ciudad se rendía.
También en 1584 Balthasar Gérard, un católico francés que se ofreció a Farnesio, asesinó a tiros a Guillermo de Orange. Gérard, capturado, tras sufrir atroces torturas fue condenado a ser quemada su mano derecha con un hierro al rojo, separados con pinzas de hierro trozos de carne de sus huesos, desventrado aún vivo. Su corazón fue arrancado de su pecho y estrellado contra su rostro, luego lo descuartizaron y decapitaron.
Pío Moa
http://blogs.libertaddigital.com/presente-y-pasado (13/7/2009)
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