quarta-feira, 15 de julho de 2009

Harry Potter y la enésima entrega

Dicen que todavía quedan dos. Y ya van seis. Es impresionante cómo se estira el chicle literario-cinematográfico de Harry Potter. Tras la iniciales polémicas sobre el valor educativo del film, y aquellas diatribas en las que involucraron con malas artes al propio cardenal Ratzinger, ya sólo queda el rastro de una franquicia de puro entretenimiento que deja pingües beneficios.


En esta ocasión nos enfrentamos a Harry Potter y el misterio del Príncipe. La película –que en inglés se llama El príncipe mestizo– como tal no aporta nada nuevo y da una vuelta de tuerca a la lucha entre el bien y el mal. La sexta novela de J. K. Rowling enfrenta una vez más a Albus Dumbledore y a Voldemort con nuevos ingredientes como la inmortalidad. Y es que hay un conjuro que permite partir el alma y guardar una de las partes en objeto material. De esa forma se puede burlar la muerte, ya que siempre queda "un alma" de repuesto. Pero sólo hay una forma de dividir el alma: cometiendo un asesinato. Esta singular metafísica se presta a lecturas muy enfrentadas. Por un lado bebe de tradición aristotélica al atribuir al alma la "forma" del cuerpo, es decir, concibe el alma como lo esencial del ser humano. Pero por otro lado impone a una realidad espiritual una propiedad material como la de dividirse. Además, para alcanzar esa suerte de inmortalidad hay que ser un asesino, lo cual nos lleva a la pregunta perpleja de si la inmortalidad es un bien o un mal. Obviamente estas cuestiones son irrelevantes para un producto destinado a hacer comer palomitas, pero sí que es interesante comprobar cómo hoy las cuestiones "metafísicas" son consideradas como un mero juego elástico. A Julio Verne, por poner un ejemplo, jamás se le ocurriría plantear una novela que transgrediese la tradición metafísica occidental. Basta leer las explicaciones que se esfuerza por dar por ejemplo en De la tierra a la luna para que la ciencia ficción no repugne a la razón de un lector occidental. Hoy no hay límites referenciales compartidos, y por ello se pueden combinar tradiciones metafísicas y religiones en un collage new age en el que nada es tomado en serio.

A pesar de todo esto, es posible reconocer el peso involuntario de la tradición occidental y judeocristiana en el film. Especialmente en la cuestión del sacrificio voluntario de uno mismo para la salvación del resto. En este caso tanto Potter como Dumbledor afirman con sus actos que el valor de la vida no es el valor supremo, y que se puede entregarla por amor a los demás. Otra cuestión similar es el valor que se da a la conciencia como referente inevitable. Hasta el malo del film, Draco, sufre en sus carnes el grito de su conciencia. También el asunto de la búsqueda de la propia identidad como algo relacionado con la propia misión responde a la tradición judeocristiana de "la vocación". Es cierto que todo esto viene mezclado, tal como hemos dicho, con un montón de elementos espurios que dejan casi irreconocible una metafísica coherente con nuestra tradición.

¿Quiere todo lo expuesto decir que esta película es nociva? No necesariamente. Aunque los fundamentos filosóficos sean el no-fundamento, la filosofía práctica que destila sí es más tributaria de una ética de origen cristiano. El film exalta la fidelidad en la amistad, el antedicho sacrificio, el valor de la verdad, la limpieza en el juego, la pureza en las relaciones amistosas....

Esta entrega tiene otra particularidad, y es que dada la edad de los personajes y actores, da un paso más en la línea de "peli de instituto": enamoramientos, celos, besos apasionados tras la columnas, fiestorros... Todo ello sin que se rompa el tono de la saga que, obviamente, no es High School Musical. Como historia la película es muy convencional, con menos acción que las anteriores, y con unos efectos digitales... que ya no sorprenden ni a nuestras abuelas.

Juan Orellana

http://iglesia.libertaddigital.com

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