El gran Julio Cortázar narró en «Las ménades» una hipérbole de la histeria caníbal -en el sentido literal-de los mitómanos. El guiño sarcástico del relato consistía en que la víctima del delirio arrebatado de sus admiradores era un improbable director de orquesta que generaba pasiones destructivas al compás de la turbina musical de Beethoven. Con su brutal e inesperada metáfora de la leyenda de Orfeo despedazado, el maestro argentino adelantaba hace cincuenta años el entonces incipiente fenómeno de la idolatría de las masas, o acaso miraba por el retrovisor de la Historia el inquietante proceso del fanatismo popular ante los liderazgos personalistas que devastaron el pasado siglo.
Sea como fuere, me he acordado de esta breve pieza de «Al final del juego» ante el esplendor mediático global que esta semana ha orlado de forma simultánea la despedida funeraria de Michael Jackson -que tampoco era precisamente Beethoven- y la estruendosa llegada a Madrid de Cristiano Ronaldo. Cada uno en su respectiva magnitud, se trata de dos acontecimientos vinculados por su desproporcionada sobredimensión, fruto de una gigantesca pulsión de mitomanía planetaria. Las suntuosas exequias de Jacko, con su ataúd de bronce y oro, convirtieron toda la abigarrada explosividad sentimental de los negros -pronúnciese afroamericanos- en un espectáculo de masas de ecos faraónicos, mientras la multitudinaria epifanía de Cristiano en un Bernabéu sin césped reunía la esencia conceptual de la posmodernidad: una gigantesca expectativa en torno a una banal representación de la nada.
Porque el futbolista no jugaba ese día al fútbol, y el cantante ya no podía, obviamente, cantar. Sus presencias meramente simbólicas, emblemáticas, concitaron al simple conjuro de su fama un arrebato de masas capaz de generar ingresos a la escala de esa proyección universal. Admiradoras histéricas -ménades- que se desmayaban al paso del cortejo fúnebre o entraban en éxtasis a la vista del ídolo futbolero fueron capaces de guardar horas y hasta días de espera para atrapar unos simples minutos de contemplación enajenada. El impulso de «haber estado allí» sacudió a decenas de miles de almas en torno a un peculiar concepto de la emoción histórica. Los sociólogos saben sacar conclusiones de esos espasmos colectivos de las multitudes, que aplicados a la política, a la economía o al consumo generan rentables flujos de liderazgo pasivo. Jackson era una estrella rutilante del pop y Ronaldo un icono del fútbol moderno, pero ninguno de sus conciertos o partidos ha generado las audiencias de sus (des)apariciones de esta semana. Dice Umberto Eco que la función de los mitos es dar sentido y forma al desorden de la experiencia. Lo que no está claro es qué sucede cuando a través de ellos la experiencia se desordena en un alboroto de emociones compulsivas.
Ignacio Camacho
www.abc.es
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