Por una diferencia horaria, los europeos fueron los primeros en condenar los hechos ocurridos en Honduras en la mañana del 28 de junio. Unas horas más tarde lo hizo la OEA, activada por el sentido corporativista de los presidentes que la controlan y por los intereses personales y mezquinos de su secretario general. Dos días después se sumó la ONU, incitada por el presidente actual de la Asamblea General, el ex ministro sandinista –al servicio de Ortega, Chávez y Castro– Miguel D'Escoto Brockman. El lema era: ¡Todos contra Honduras! |
El problema, sin embargo, no está en las reacciones iniciales. El problema está en que, después de un mes, las democracias de verdad, con Estados Unidos a la cabeza, siguen haciendo frente común con gobiernos abiertamente antidemocráticos, como los de Venezuela, Nicaragua, Bolivia, Ecuador y Cuba, y persisten en que "la restauración de la democracia y del orden constitucional en Honduras pasa necesariamente por el retorno de José Manuel Zelaya a la presidencia de la República".
Esa posición, además de injusta, es hipócrita y cobarde. A estas alturas ya no es válido aferrarse al pijama de Zelaya; ya nadie puede alegar ignorancia de que lo que en verdad ocurrió en el país centroamericano es que sus instituciones legítimas se activaron para frenar legalmente los muchos y continuados atropellos del ex presidente Zelaya a la Constitución y al orden institucional. Esa activación oportuna, valiente y apegada a derecho salvó la libertad y la democracia en el pequeño país centroamericano. Todo lo demás son cuentos chinos.
¿Por qué entonces las democracias siguen con la cantaleta de la restitución de Zelaya? Empecemos por Estados Unidos. En primer lugar, la actual administración demócrata, enfrentada como está a enormes problemas internacionales y domésticos, lo menos que desea en estos momentos es que se le alborote el patio trasero y cree, equivocadamente, que la mejor manera de lograrlo es no irritando a los déspotas de la región. En segundo lugar, tiene horror de ser percibida como una administración que apoya un golpe de estado, cosa que en Honduras no hubo. En tercer lugar, tiene miedo de que su nueva política hacia América Latina fracase si incomoda al bloque chavista. Por último, cree que debe sacrificar a Honduras para enseñar a los otros países del hemisferio que los golpes de estado ya no se toleran. Ilusos.
¿Y qué decir de los europeos? El siguiente caso es ilustrativo. En agosto de 2008 un generalote derrocó mediante un golpe de estado puro y duro al presidente civil de Mauritania, elegido democráticamente, y se apoderó del gobierno. Hace poco más de una semana, el mismo golpista se afirmó en el poder ganando unas elecciones que él mismo ayudó a organizar. El gobierno de España se ha congratulado por esas elecciones y ha declarado su disposición a colaborar con el generalote "en la consolidación de la gobernabilidad constitucional y el desarrollo económico y social de este país vecino y amigo". ¿Y qué dice respecto a Honduras? Que Zelaya debe ser restituido a la presidencia.
¿Y del secretario general de la OEA qué hay? Pues que se disponía a ser cómplice de la consulta ilegal que Zelaya esperaba realizar el 28 de junio. En una conferencia organizada por el Inter American Dialogue en Washington el pasado día 16, Insulza –admirador confeso de Fidel Castro– declaró que estuvo en contacto con Zelaya en los días anteriores al 28 de junio, y que en la víspera de su deposición le llamó para decirle que el lunes 29 arribaría a Tegucigalpa una misión de la OEA. ¿Alguien que no se chupe el pulgar podrá creer que esa misión llegaría para cuestionar la legitimidad de la consulta que Zelaya tenía organizada para ganar con una amplísima mayoría? Pues no: el objetivo de la misión era justificar la consulta y paralizar las instituciones hondureñas. Encima de eso, Insulza tuvo el descaro de anunciar la semana pasada que la OEA no reconocerá al gobierno que elijan los hondureños en noviembre si Zelaya no es restituido.
Es tiempo de poner punto final a tanta cobardía y al doble rasero. La Unión Europea, Estados Unidos y todas las democracias de verdad están claras en el fondo de que Zelaya fue depuesto de manera legal y legítima y de que no puede ni debe volver a la presidencia. Es tiempo de reconocerlo abiertamente y de mostrar el debido respeto hacia las instituciones hondureñas y hacia la mayoría de los hondureños, pacíficos y amantes de la libertad. Pero ya sé que esto es pedirle demasiado a la comunidad internacional.
© AIPE
JORGE SALAVERRY, ex embajador de Nicaragua en España.
http://exteriores.libertaddigital.com
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