Los profesionales del progresismo eclesial lo tenían en palmitas, quizás porque no le conocían bien. Ahora empiezan a dirigir su artillería contra el cardenal Oscar Rodríguez Maradiaga, ya que su libertad de pastor no se pliega ni al coro de lo políticamente correcto ni a los intereses ideológicos en curso. La prueba es el encono que el chavismo y sus satélites dispensan al purpurado salesiano, que ha visto con más lucidez que la mayoría lo que está en juego en el tapete iberoamericano. |
El arzobispo de Tegucigalpa ha revelado en declaraciones a Páginas Digital que los obispos hondureños estuvieron reunidos el pasado uno de junio durante tres horas con el depuesto presidente Manuel Zelaya, con el fin de convencerle de retirar el proyecto de consulta popular sobre su permanencia en el poder, dado que éste resultaba a todas luces violatorio de la Constitución. Finalmente Zelaya perseveró en su intención, y la razón que esgrime el cardenal Maradiaga es contundente: "lamentablemente pesó más el proyecto de Hugo Chávez y se precipitó lo que todos lamentamos". Evidentemente el cardenal no realizaría una acusación de este tipo si no dispusiera de abundantes pruebas de la penetración, ya en curso, de las células del chavismo en el interior de su país.
Lo cierto es que se ha producido un fuerte contraste entre la banalidad que han gastado tanto la Unión Europea como la OEA y los propios Estados Unidos, y la toma de postura incómoda de la Conferencia Episcopal de Honduras liderada por Maradiaga. De hecho, en declaraciones al Frankfurter Allgemeine Zeitung, el cardenal ha sentenciado que "es absurdo parangonar la deposición de Zelaya con tantos golpes de Estado que han tenido lugar en la historia de América Latina que llevaron a los militares al poder, ya que no hay ningún miembro de las Fuerzas Armadas que forme parte del nuevo gobierno". Además sostiene que en Honduras "los tres poderes del Estado, ejecutivo, legislativo y judicial, actúan en sentido legal y democrático de acuerdo con la Constitución de la República de Honduras". No es difícil imaginar la lluvia ácida que ha caído sobre la cabeza de un cardenal que habitualmente ha gozado de buena prensa, y que más de uno encumbró en su día como el papable del Tercer Mundo.
Ahora bien, Maradiaga suele ser directo y no le gustan las medias palabras pero tampoco es insensible a las corrientes de opinión. Si ha decidido entrar en batalla de esta manera es porque sabe muy bien la gravedad de lo que está en juego, que es ni más ni menos que el intento de expandir un nuevo populismo trufado de indigenismo y neomarxismo a lo largo y ancho del continente iberoamericano. Un intento del que no está claro si ha tomado nota la nueva administración Obama, pero que la Iglesia no puede permitirse el lujo de ignorar porque la tradición católica es uno de sus primeros objetivos a batir. Benedicto XVI lo tuvo bien presente en sus discursos de Aparecida, cuando sostuvo sin medias tintas que el progreso de los pueblos iberoamericanos ha estado ligado a su acogida de la fe cristiana: "el anuncio de Jesús y de su Evangelio no supuso una alienación de las culturas precolombinas ni fue una imposición de una cultura extraña", mientras que "la utopía de volver a dar vida a las religiones precolombinas, separándolas de Cristo y de la Iglesia universal, no sería un progreso... sería una involución hacia un momento histórico anclado en el pasado". Recordemos que Hugo Chávez mostró su irritación ante este juicio del Papa, que es mucho más que una mera valoración histórica.
La situación de la Iglesia en Venezuela, convertida en el principal vector de la resistencia al proyecto totalitario, es ya sumamente precaria, dado que sufre continuas amenazas, agresiones y difamaciones, aparte de padecer una legislación que trata de impedir su incidencia histórica en campos como la educación, la sanidad o la cultura. En Ecuador ya se han producido los primeros encontronazos con el régimen de Correa, que trata de introducir una legislación sobre la familia y la vida en abierto contraste con la tradición del país. Y en Bolivia, Evo Morales no deja de endurecer su discurso contra una Iglesia a la que culpa de sostener la espada de los conquistadores y de vehicular una cultura que se opone a su proyecto de liberación indígena. En Centroamérica, la franquicia del chavismo la ostenta hasta el momento el nicaragüense Daniel Ortega, pero existen pocas dudas de que Zelaya era el siguiente peón en el tablero. El cardenal Maradiaga lo ha dicho sin pelos en la lengua: "Es preciso saber que desde hace tiempo nosotros luchamos contra una poderosa campaña financiada con mucho dinero por el presidente venezolano Hugo Chávez... y agentes del servicio secreto venezolano operan en nuestro país, donde también han introducido armas". No es extraño que Maradiaga haya sufrido repetidas amenazas contra su vida a partir de estas denuncias, que no llegan precisamente de un conservador aliado de los Estados Unidos.
Más allá de la salida del caso hondureño, la voz de alarma de la Iglesia en Honduras debería despertar más de un espíritu adormilado. La convergencia de indigenismo, laicismo y populismo socialista produce un cóctel corrosivo para las sociedades sobre las que se abate. Pero además necesita buscar la derrota simbólica, el amedrentamiento y la exclusión social de la Iglesia. En el continente de la esperanza hay serios nubarrones para la misión auspiciada por la reciente Conferencia de Aparecida, y hacen falta pastores capaces de jugarse la imagen para decirlo en voz alta, con inteligencia, realismo, sentido histórico y libertad eclesial.
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