Leo que, en su sagrada misión de rescatar los odios antiguos, las Cortes debaten sobre "los republicanos del Valle de los Caídos", y Garzón y otros individuos envenenados de rencor –o de ganas de hacer negocio, porque todo va junto– lanzan ahora una campaña sobre el enterramiento "ilegal" de imaginarios republicanos bajo la cruz del valle. Durante años se negó la existencia de izquierdistas en aquel lugar, para quitarle su carácter de monumento a la reconciliación, ahora se trata de que, como dice una de esas personas, "mi madre no se explica por qué su padre está (enterrado) con su verdugo". Aparte de que este tipo de testimonios hay que mirarlos con lupa, porque la falsificación de la propia biografía se ha convertido en un deporte en la izquierda, vale la pena observar la irreconciliable mala leche concentrada en tan breve frase.
¿Verdugo? Las izquierdas se sublevaron contra la república en 1934 y comenzaron la guerra civil, mientras que el "verdugo" defendió la legalidad. Luego las izquierdas destrozaron la legalidad republicana a partir de febrero del 36 y trataron de imponer una revolución, y con todo ello provocaron la reanudación de la guerra. El "verdugo" consiguió vencerlas, algo que los rencorosos jamás le perdonarán. Y en el Valle de los Caídos el "verdugo" ordenó que se enterrasen no solo soldados y otras víctimas de su bando, sino también del bando contrario, en señal, ¡precisamente!, de reconciliación. Es cierto que el "verdugo" los enterró a todos bajo una gran cruz, símbolo de un cristianismo que las izquierdas quisieron erradicar hasta del recuerdo, destrozando incluso las cruces de los cementerios, como ahora pretenden borrar el pasado con su "memoria histórica" estilo Gran Hermano. Y que están enterrados todos bajo el común epígrafe "Por Dios y por la patria", lo que no deja de resultar una ironía, cuando las izquierdas lucharon contra la religión y también contra la patria. Pero una ironía reconciliadora, a fin de cuentas. Como señalaban Besteiro o Marañón, en definitiva ganaron los mejores, y lo manifiesta el propio monumento a los caídos de los dos bandos. Algo que jamás habrían hecho sus enemigos, a quienes recomendaba la Pasionaria utilizar los cadáveres de los nacionales como abono de los campos.
Muchas veces he recordado que, contra la pretensión de muchos cínicos de izquierda e hipócritas de la derecha (aquí se han invertido las tornas de la definición de Drieu La Rochelle) la reconciliación no se alcanzó en la transición, sino que la transición fue posible porque la reconciliación estaba alcanzada desde mucho tiempo antes: muy pocos fuimos los que nos opusimos al franquismo, y aún menos los que luchamos de verdad. Reconciliación odiada con un fervor ciego por los locos de siempre, que no se resignan a que los españoles convivamos en paz.
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Fuera de España se emplea mucho el término "nacionalista" para caracterizar a los franquistas durante la guerra civil (que tampoco se llamaban a sí mismos "franquistas"). En realidad la propaganda del Frente Popular se hizo aún más nacionalista que en el bando contrario, probablemente por motivos de ocasión, para movilizar a la gente (contra la invasión extranjera, etc.), aunque con perfecta insinceridad. Pero los de Franco se llamaron "nacionales" y evitaron el término "nacionalistas", porque consideraban que defendían a la nación pero, en la tradición derechista española, veían el nacionalismo como una doctrina anticristiana, que hacía de la nación una especie de dios nuevo. El lema básico era "Por Dios y por la patria", como aparece en los recordatorios de los caídos. En primer lugar Dios, y en segundo lugar la patria. En cambio desapareció el tercer término del lema tradicionalista: "Por Dios, por la patria y el rey", siempre por ese orden de importancia. La guerra civil no se libró por la monarquía, como tuvo ocasión Franco de recordarle a Don Juan.
Pío Moa
http://blogs.libertaddigital.com/presente-y-pasado
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