quarta-feira, 7 de outubro de 2009

El Prado, verdadera memoria total

Curiosa España. Inquietante. En aplicación de la Ley de Memoria Histórica, el Ministerio de Defensa está rematando el censo de reliquias de una parte del siglo XX que han de ser borradas de los acuartelamientos y establecimientos militares, cual escudos, lápidas, recuerdos y símbolos del bando nacional en la guerra civil o sencillamente del Estado Español desde 1939 a 1975. Simultáneamente, y en aplicación de la no escrita Ley del Sentido Común, el Ministerio de Cultura ha hecho todo lo contrario: devolver los máximos honores de las salas del Museo del Prado a las pinturas y esculturas del siglo XIX que estaban desterradas en los sótanos, ¡toma, por románticas y decimonónicas, por historicistas, académicas y fachas!

Como lo ha clavado en una frase Gabriele Finaldi, director adjunto del Museo, «se creía que entre Goya y Picasso no pasó nada en la Historia del Arte en España». Sin saber por qué, se aplicaba al siglo XIX el mismo desprecio que los críticos románticos emplearon con el Barroco. Es falso que de gustos no haya nada escrito. Hay muchísimo. Estoy harto de leer libros sevillanos de Arte escritos en el XIX, donde sus autores, en abundantes páginas, ponen de chupa de dómine los retablos barrocos. Por no hablar de El Greco, proscrito hasta que Manuel B. Cossío y la Institución Libre de Enseñanza lo rescataron del olvido y del desprecio.

En España, hasta hace bien pocos años, nadie valoraba la pintura del XIX. De estudiante en Madrid, recuerdo lo vacías que estaban las salas del Museo de Arte Moderno, entonces en los altos de la Biblioteca Nacional. Nadie iba a ver aquellos cuadros de gran formato, que recordaban los reproducidos en los billetes de 500 o de 1.000 pesetas del Banco de España, porque eran los mismos: mucho Cristóbal Colón, muchos Reyes Católicos, mucho Cid Campeador, mucho Fernando el Santo, mucha Juana la Loca, en pinturas que tenían un tamaño que anda que eran como para colgarlas en la salita de una VPO, qué formatos más grandes los de la pintura histórica del XIX, Dios mío de mi alma.

Allí en la Castellana, en aquellos altos de la Biblioteca Nacional, estaban las obras maestras de nuestra pintura del XIX, como «Doña Juana la Loca» de Pradilla, «Las hijas del Cid» de Dióscoro Puebla, «Los amantes de Teruel» de Muñoz Degrain, o «El fusilamiento de Torrijos» de Gisbert. A pesar de que en parte aquella pintura empezaba a ser valorada, y «El fusilamiento de Torrijos» incluso servía de cubierta a algún manual muy progre de Historia de España Contemporánea, el caso fue que aquel Museo se desmanteló y nunca más se supo de esos cuadros apestados, que habían sido enviados allí como a un lazareto cuando en 1896 fueron «desterrados» del Prado. Hasta ahora, que vuelven con todos los honores. Ya nadie puede decir que es pintura de billetaje caduco del Banco de España, de almanaque rancio o de tapas de las latas de carne de membrillo de Puente Genil. El discurso completo de la Historia del Arte Español ha sido recompuesto. De Goya ya no se pasa directamente a Picasso, sino que se hace devota estación en la levita de Torrijos en el amanecer de la playa malagueña. Casado del Alisal vuelve a existir.

Curiosa España. Inquietante España. La verdadera y completa Historia que ya podemos ver en El Prado entera y plena, sin mutilaciones ni censuras artísticas, es justamente la que en estos días se nos sigue negando, recortando, manipulando y velando con la dichosa Memoria, que sistemáticamente borra toda huella que no le convenga o no le guste a quienes quieren reescribirla para que los que perdieron la guerra civil la ganen ahora desde el BOE. Se creía que entre Goya y Picasso no pasó nada en la Historia del Arte en España. Pero siguen creyendo que entre don Manuel Azaña y Don Juan Carlos I no pasó nada en la Historia de España. Y anda que no...

Antonio Burgos
www.abc.es

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