La abuela del cabo Cristo Ancor Cabello Santana, muerto ayer en las cercanías de Herat, en Afganistán, se debía de sentir muy orgullosa cuando el nieto al que crió, ya suboficial del Ejército, partió hacia ese país remotísimo -que probablemente no sepa encontrar en el mapa- a ayudar a otros niños pobres a sobrevivir, a llevarles agua y comida y a arreglarles las escuelas. Seguro que en los últimos días la abuela, Concepción López, se había emocionado al ver el anuncio del Ministerio de Defensa con motivo del Día de las Fuerzas Armadas. Todos esos chicos y chicas felices ayudando al prójimo mientras vuelan con famosos y prueban nada menos que la comida de Ferran Adriá, como si fueran a repartir leche a un colegio de barrio, a conocer mundo y después al Bulli a comer con celebridades. Por cierto, que la muerte de Cristo Ancor es un momento trágico, pero muy oportuno y adecuado para retirar de inmediato esa propaganda mentirosa y edulcorada que ese Ministerio se ha permitido difundir para confundir a sus compatriotas. Ni un arma, ni un enemigo, por supuesto ni un tiro, ni un atisbo de miedo ni de inquietud. Y por supuesto, ni una palabra sobre las necesidades del Ejército para cumplir unas misiones que se les encomiendan sin el material ni la información necesarias. Es cierto que se han acostumbrado, desde La Moncloa a la última secretaría de Estado del último y más inútil ministerio, a utilizar nuestro dinero para mentirnos, pero si existe todavía un atisbo de decencia y vergüenza, sería de desear que no se les vuelva a ocurrir emitirlo ni antes ni después del lunes. Por mentiroso y obsceno. Por ofensivo ante la situación real de nuestras Fuerzas Armadas aquí en España, allí en Afganistán, en el Líbano y en cualquier otro punto del mundo.
«Le dijeron que iba en misión humanitaria y le llevaron a una guerra», se lamentaba la abuela ayer tras saber que Cristo había sido la víctima mortal de la mina que estalló al paso del antediluviano blindado BMR y que hirió a otros cinco compañeros. Ha sido precisamente esa mentira que la abuela se creyó, y muy posiblemente su nieto también, la que ha llevado a las tropas occidentales en general, pero muy especialmente a las nuestras, a la penosa situación en la que se encuentran. Perdiendo una guerra que se había ganado. Eso sí, los campeones en la mentira, fruto de la contradicción insuperable en que se hallan, son nuestros gobernantes. La cosa puede ir a peor y las abuelas españolas deberían ser muy conscientes. Por indecisión, cicatería y el obstruccionismo a todo lo que saliera de la Casa Blanca durante la era Bush, la OTAN pierde continuamente terreno ante los talibán y ante unos señores de la guerra que siempre estarán con el que tenga voluntad de ganar. Y esa sólo la demuestran nuestros enemigos.
Hermann Tertsch
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