sábado, 10 de outubro de 2009

El Premio Nobel

(Entradilla al programa "Sin complejos" de esRadio, del sábado 10 de octubre de 2009)

Dicen que detrás de todo gran hombre hay una gran mujer... sorprendida. Y sorprendidísima debe de estar hoy la mujer de Obama, al igual que los demás estamos realmente estupefactos por el hecho de que se haya concedido el Premio Nobel de la Paz a su marido.

Es cierto que el Premio Nobel de la Paz no goza precisamente de mucho prestigio, especialmente desde que se concede a personas como Yaser Arafat (ese mangante con turbante que vivió toda su vida a costa del sufrimiento de su pueblo), como Jimmy Carter (uno de los peores presidentes que ha tenido Estados Unidos en toda su Historia, si no el peor), como Rigoberta Menchú (esa supuesta luchadora por los derechos humanos, tan amiga de todas las dictaduras y movimientos totalitarios, siempre que sean de izquierdas) o como Al Gore (ese simpático caradura que se gana un pastón vendiéndonos a todos teorías anticientíficas sobre un inexistente calentamiento global).

Es cierto también que el Premio Nobel de la Paz se ha convertido (quizá siempre lo fue) en una especie de Premios Goya de la buena conciencia, mediante el que los progres del mundo unidos se conceden mutuamente carnets de pacifista y se muestran encantados de conocerse unos a otros.

Pero una cosa es que todos sepamos de qué va en realidad el Premio Nobel de la Paz y otra muy distinta es que ya ni siquiera se guarden las más mínimas formas, dilapidando así el escaso prestigio que a ese premio le quedara.

Porque es la primera vez, que yo sepa, que ese premio se concede a alguien con carácter anticipatorio. Quizá el comité que concede el premio ha decidido responder al concepto de guerra preventiva con el de paz preventiva. Porque al presidente americano, que sólo lleva ocho meses en su cargo, se le ha concedido el premio no por lo que haya hecho (porque no ha tenido tiempo todavía de hacer nada), sino por lo que piensa hacer. A Obama se le concede el Nobel por su visión sobre el desarme nuclear (que aún no ha tenido tiempo de plasmarse más que en un único discurso sobre el tema) y por sus esfuerzos en pos de la paz mundial (cuyos frutos, si es que llegan a existir, ni siquiera han comenzado a despuntar).

Vamos, que es como si se concediera a un director novato el Oscar a la mejor película basándose exclusivamente en el guión y cuando aún no ha comenzado ni siquiera el rodaje.

Obama declaraba ayer, al conocer la concesión del Premio, que lo acogía "con humildad y sorpresa". En lo de la humildad no entro, aunque no me cuadra en el personaje, pero lo de la sorpresa no me extraña en absoluto. Obama debe de estar tan anonadado como todos los demás.

¿Qué razón puede haber para que el comité del Premio Nobel decida, contra toda lógica, conceder el galardón a alguien que aún no ha tenido ni siquiera tiempo material de hacer nada concreto, ni en pro de la paz mundial, ni de ninguna otra cosa?

Permítanme que aventure una explicación. Desde que tomara posesión de su cargo, hace unos meses, Obama ha puesto en marcha una política que aún no ha tenido tiempo de rendir fruto alguno, es cierto, pero que apunta ya maneras e indica una visión del mundo que rompe con el papel tradicional de los Estados Unidos, recuperando lo peor del mandato del también galardonado Jimmy Carter.

Internamente, en los Estados Unidos, la popularidad de Obama no ha hecho sino caer, por la acción combinada de dos factores principales: su gestión de la crisis económica, que amenaza con sumir a la primera potencia mundial en una profunda depresión a medio plazo, y su actitud errática en materia de política exterior. En este campo de la política internacional, cada vez hay más gente que mira con preocupación la forma en que Obama ha vuelto la espalda a la única democracia que existe en Oriente Medio, que es la israelí; la manera en que está dejando tiradas a las democracias iberoamericanas frente a la ofensiva populista pagada con los petrodólares de Chavez; el modo en que ha retirado el escudo anti-misiles que protegía a la Europa del Este; la política del avestruz que está aplicando ante el programa nuclear iraní puesto en marcha por el demencial régimen de los ayatolás o la ambigua postura ante la guerra de Afganistán contra el terrorismo islámico.

Cada vez son más la voces que muestran su preocupación, dentro de Estados Unidos, por las negativas consecuencias que esa actitud puede tener para la seguridad, la economía y la libertad de todo el mundo.

Sin embargo, y por las mismas razones que crece la preocupación dentro de Estados Unidos, la progresía occidental está encantada con Obama. Y quizá sea ése el motivo de la concesión del Premio Nobel en este preciso instante. Lo que se busca con esa concesión es, precisamente, apuntalar a Obama frente a las cada vez más numerosas voces que muestran su alarma por la política del presidente americano. Es una manera de blindar a Obama frente a sus críticos, porque a partir de ahora cualquiera que ose, dentro de Estados Unidos, reclamar un poco de sensatez en la política exterior americana quedará inmediatamente tildado de belicista, por contraposición al pacifismo del que Obama está ahora investido.

Dice el refrán: "si un amigo te critica, malo; si tu enemigo te alaba, peor". Si yo fuera americano, estaría hoy aún más preocupado que ayer, viendo cómo la progresía occidental eleva a los altares a Obama sin el más mínimo sentido del pudor.

Pero, como no soy americano, no sólo estoy preocupado, sino verdaderamente asustado. Porque lo peor que tienen estos iluminados de la paz es que, para ellos, todos los demás somos piezas sacrificables. Se ha visto en Honduras, donde Obama ni siquiera se ha molestado en fingir un apoyo a ese régimen democrático que está siendo acosado por el totalitarismo chavista. Resulta fácil adivinar que Obama, protegido ahora con el Nobel, seguirá adelante con su política de apaciguamiento, sacrificando cualquier cosa con tal de evitar los conflictos.

Hoy, más que nunca, conviene recordar las palabras que Churchill le dirigiera a Chamberlain después del infame pacto de Munich, reprochándole su política de apaciguamiento ante Hitler. "Habéis sacrificado el honor por tratar de evitar la guerra, pero terminaréis teniendo guerra y deshonor."

Ojalá que Obama no termine pasando a la Historia como el Chamberlain de nuestro tiempo.

Luis del Pino
http://blogs.libertaddigital.com/enigmas-del-11-m

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