Entre el 5 y el 7 de octubre tendrá lugar un seminario del CEU con motivo del 75 aniversario de la insurrección izquierdista de 1934, buen motivo para debatir y comentar uno de los acontecimientos más cruciales de la España contemporánea, que está en el origen del despeñamiento de la II República, y por tanto de la guerra civil y la evolución posterior. |
Me temo, sin embargo, que la mayoría de los medios de información (¿?) preferirán dedicar sus espacios a cosas de mayor trascendencia, como los asuntos sentimentales de tal o cual famoso/a, o las archirrepetidas sandeces y trivialidades de los políticos, o las declaraciones pintorescas de cualquier titiritero. Ese es el panorama y el nivel intelectual predominante en la España de Rodríguez y de Rajoy.
Como he hablado muy ampliamente sobre el 34, no me extenderé ahora sino para comentar algunos aspectos de mi libro Los orígenes de la guerra civil española, que se ha reeditado, con un prólogo de Stanley Payne y un epílogo para universitarios, diez años después de su primera salida.
Una de las cosas que más me ha llamado la atención es la reacción de numerosos historiadores de izquierda y de derecha, negando valor a mi investigación con el argumento de que todo aquello "ya se sabía". Uno se pregunta, para empezar, quiénes lo sabían, porque es evidente que la inmensa mayoría de la población no tenía ni idea. El episodio estaba casi olvidado, y quienes sabían algo solían hablar de "la revolución de Asturias", cuando no de "la huelga de Asturias", y el interés por ir más allá no se notaba por ninguna parte. De ahí que yo supusiera, erróneamente por suerte, que mi libro tendría un éxito muy limitado, pues ¿quién se acordaba o quería acordarse de aquellos hechos, salvo una ínfima minoría? Las editoriales debían de pensar lo mismo, porque lo presenté en vano a varias, hasta que Encuentro le vio la gracia, aunque allí me dijeron que si se vendían quinientos ejemplares en un año, ya debía considerarse un relativo éxito. El realismo me hacía temer que así ocurriera, realmente. Pero tuvo una acogida inesperadamente amplia, por lo que debo pensar que para mucha gente sí ha supuesto una novedad.
Por otra parte, si los especialistas ya lo sabían, tendrían que explicar por qué casi todos sostenían sobre el asunto lo contrario de lo que el libro explica. Porque, para empezar, casi nadie daba su verdadera relevancia a la revolución del 34, y para continuar se la presentaba casi unánimemente –también en la derecha– como una rebelión semiespontánea de los mineros ante los abusos derechistas y las penosas condiciones de vida de los trabajadores, o ante la "provocación" de la CEDA, que pretendía entrar en el gobierno; y casi nadie desmentía la leyenda de la atroz represión gubernamental contra los mineros, una vez sofocado el alzamiento. Descontando a Ricardo de la Cierva, al prácticamente ninguneado Barco Teruel o al entonces casi olvidado Ramón Salas Larrazábal, casi nadie desafiaba esas interpretaciones, de modo que también por esa parte representó el libro algo nuevo.
La novedad de un libro de historia es siempre relativa, pues no puede inventarse como una novela. Si se encuentra un documento antes ignorado, es evidente que el mismo ya existía, por lo tanto alguien lo había conocido en alguna ocasión. Así, por ejemplo, nadie había descubierto un documento que expongo en el libro y que prueba la implicación de Azaña en un intento de golpe de estado en verano del 34; pero alguien tuvo que conocerlo alguna vez.
En realidad, la novedad de un libro de historia radica en la articulación de los documentos y elementos diversos, así como en su análisis. Los orígenes... explica cómo el PSOE definió como guerra civil su intentona, infiltró el ejército, intentó copiar el golpe de los nazis en Austria –cuando asesinaron al canciller Dollfuss– y o planeó cortarle el agua a Madrid; cómo Companys se declaró "en pie de guerra" cuando las izquierdas perdieron las elecciones del 33 y trató de llevar a los catalanes a la revuelta armada, contando con diversos militares y milicias, así como con el apoyo de los nacionalistas vascos, los socialistas y los republicanos de Azaña; cómo los socialistas intentaron arruinar la cosecha de trigo –que habría provocado un hambre general–mediante una huelga totalmente infundada, cómo acumularon armas, vigilaron los vecindarios y prepararon el secuestro o liquidación de enemigos políticos; cómo los mismos iniciaron el terrorismo contra la Falange y cuáles fueron sus planes concretos de insurrección, que desconocían la casi totalidad de los especialistas en la época; cómo colaboraron el PNV y la Esquerra para desestabilizar al gobierno legítimo de la república, o con qué falsedad convirtió Companys a Dencàs en el chivo expiatorio de su propio fracaso; cómo fue desplazado Besteiro de la dirección de la UGT mediante maniobras e intimidaciones; cómo los comunistas intervinieron en la insurrección y la reivindicaron cuando los socialistas negaron descaradamente tener relación alguna con ella; cómo los republicanos de izquierda y probablemente también el PNV se echaron atrás solo cuando, al tercer día, vieron que la insurrección no marchaba como se había esperado; cómo la CEDA mantuvo una política esencialmente moderada y se engañó cuando creyó conjurado el peligro antes de tiempo, al descubrirse antes del levantamiento cuantiosos alijos de armas socialistas. Y así otra serie de hechos documentados. Casi cada uno de ellos –pero no todos– eran conocidos de unos o de otros historiadores, pero el conjunto nunca había sido expuesto en un relato coherente y lógico, y esto sí fue una verdadera novedad.
Por no extenderme, terminaré con un punto final aludido al principio: la relevancia histórica del suceso. Creo poder afirmar que nadie había hecho un análisis a fondo ni de las causas ideológicas del levantamiento, ni de las causas de su fracaso, ni de sus consecuencias políticas ni de la campaña sobre las atrocidades, en gran parte inventadas, de la represión de Asturias. El violento golpe de las izquierdas dejó malherida la república –rematada después por la insensatez de Alcalá-Zamora– y fue el comienzo de la guerra civil: las izquierdas lo plantearon como tal; luego solo cambiaron de táctica, no de objetivo estratégico. Y cuando volvieron al poder, en el 36, en unas elecciones totalmente anormales, se dedicaron a aniquilar finalmente la legalidad republicana desde la calle y desde el gobierno.
He dicho a menudo que fue Gerald Brenan quien tuvo la intuición no elaborada de este hecho, que yo creo haber demostrado fehacientemente: octubre del 34 fue la primera batalla de la guerra civil.
Pío Moa
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