Para la mayoría de los británicos, 1965 fue el año en que murió Winston Churchill. Con él se iba todo el siglo XX y un trocito del XIX. Era el último victoriano vivo, una reliquia andante extraída de una época remota. La Inglaterra que le homenajeó, que salió a la calle a despedirle una fría mañana de enero, no se parecía ni por asomo a la que le había visto nacer casi un siglo antes. |
La reina Isabel, que sabía que con Churchill moría también el último resto de un Imperio que había dominado el mundo durante décadas, le dedicó un funeral grandioso, digno de un monarca. Los ingleses, que siempre han honrado a sus prohombres, se entregaron de cuerpo y alma a la despedida de ese político irrepetible. Y no sólo los tories: cuando su féretro cruzó el Támesis camino de la estación de Waterloo, los estibadores del puerto bajaron sus grúas en señal de duelo. Un final que, muy probablemente, a él le hubiese gustado ver en persona, para luego presumir después de popularidad, puro en ristre, en la Cámara de los Comunes.
Churchill era el pasado, lo poco que ya iba quedando de un mundo que, para 1965, había desaparecido por completo. Los ingleses de entonces ya no aspiraban a conquistar el globo, se conformaban con ser los primeros en la lista de los 40 principales. Ese año Los Beatles se encontraban en el apogeo de su carrera. Pocos días después de que Sir Winston pasase a mejor vida, los cuatro de Liverpool se encerraron en un estudio de las Bahamas para grabar una de sus canciones más celebradas: "Help!", cantada a grito pelado por un John Lennon que aún no se había dejado melena.
Europa había dejado de ser el principal teatro de operaciones de la Historia. En el 65 todo, o casi, pasaba en América. Lyndon B. Johnson, ex anodino vicepresidente de Kennedy, tomó posesión de la Casa Blanca con todos los honores y sin deberle la victoria a nadie. Reafirmado en su liderazgo, anunció uno de los programas gubernamentales más dañinos, caros e inservibles de la historia de los Estados Unidos. Lo llamó Great Society o Gran Sociedad. Se inspiraba en el desastroso New Deal de Roosevelt y pretendía erradicar la pobreza y la discriminación racial. Todo bien regado con dinero público, agencias, funcionarios y regulaciones. Entre las extravagancias que los demócratas se inventaron para la ocasión figuraba la llamada "Oficina de las Oportunidades Económicas", que estaba dentro de un programa denominado "Guerra contra la Pobreza". Y todo así.
Más que una guerra, lo que hubo fue un derroche continuo de dinero público, que se fue por el desagüe. Los pobres, naturalmente, siguieron existiendo.
Donde sí que hubo guerra, y de la buena, fue en el otro lado del mundo, en la lejana y minúscula república de Vietnam del Sur. Johnson, que en los años anteriores se había mostrado cauto, se tiró a la piscina en 1965. Si la Great Society era el ying, la guerra de Vietnam sería el yang. A lo largo de todo el año, la escalada militar fue continua. En marzo se enviaron las primeras tropas de combate: 3.500 marines armados hasta los dientes. Era la primera medida en serio tras el incidente del Golfo de Tonkin que, meses antes, había hecho estallar el conflicto. En julio los envíos ya habían crecido hasta los 125.000 hombres y maquinaria bélica de todo tipo, la más moderna, la más mortífera. No había vuelta atrás.
En América, la sociedad civil aún no había empezado a protestar por la guerra. Lo hacía por otra no menos noble razón: los vergonzosamente conculcados derechos de la minoría negra. Martin Luther King, un reverendo de Atlanta, iba ganando fama –y enemigos– a base de promover marchas pacíficas por la igualdad en Alabama, estado donde ejercía su ministerio. Martin Luther King –no era un nombre artístico: se llamaba así– tenía competencia, la de Malcolm Little, que sí que tenía apellido de guerra: X, Malcolm X, un activista de Nebraska cuyos métodos reivindicativos no eran tan pacíficos como los de su hermano sureño.
X se dedicó con fruición a instilar el odio hacia los blancos, se convirtió al Islam... y el 21 de febrero de 1965 uno que, como él, era musulmán y negro, le metió 16 balazos en un teatro de Manhattan, mientras daba un mitin de la Organización para la Unidad Afroamericana.
Pocos permanecían ajenos al alboroto general. Tal vez sólo los niños, que viven en su propio mundo, y los astronautas, que viven por encima del nuestro. En 1965 los primeros vieron nacer a una de las parejas animadas más famosas de todos los tiempos: Tom & Jerry, una reelaboración de la eterna historia del ratón y el gato que sigue y seguirá encandilando a los más bajitos. Los segundos marcaron un hito en la historia de la exploración espacial celebrando el primer encuentro orbital. Las naves Géminis 6 y 7 se encontraron una frente a la otra en el espacio a mediados de diciembre. Era la primera vez que dos ingenios construidos por el hombre se las arreglaban para coincidir en la inmensidad de allá arriba. Para celebrarlo, uno de los astronautas de la Géminis 6 cogió su armónica y, aprovechando que quedaban diez días para Navidad, interpretó "Jingle Bells", convertido desde entonces en villancico espacial.
Fernando Díaz Villanueva
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EL SIGLO XX, AÑO A AÑO: 1939, o el estremecimiento – 1912: se hundió el Titanic.
EL SIGLO XX, AÑO A AÑO: 1939, o el estremecimiento – 1912: se hundió el Titanic.
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