Cambiar de nombre a las cosas no modifica su naturaleza. Da igual los términos que utilicen Zapatero, Chacón o Moratinos para describir la misión de nuestros soldados en tierras afganas.
Ese viejo aforismo según el cual dos no ríen si uno no quiere no es aplicable en este asunto. Como quedó patente ayer con la muerte del cabo Cristo Ancor Cabello y atestiguan los 90 militares españoles caídos ya en Afganistán, los términos del conflicto no los fijan la ministra de Defensa o el de Exteriores. Tampoco nuestro presidente del Gobierno. Lo determinan los malos y da la impresión de que tienen claro que están en guerra. La explosión de ayer no fue un accidente de carretera.
Los talibanes eligieron una ruta no asfaltada y detonaron la bomba justo cuando pasaba sobre ella unos de los nueve BMR españoles. El que conducía el cabo Cabello. No pretendían asustar o enviar un mensaje de advertencia. Querían matar y les importa un comino que sus víctimas alardeen de construir ambulatorios, reparar caminos y repartir alimentos. Tampoco parece atenuar su odio la certeza de que el contingente español no es agresivo y nunca dispara a menos que sea atacado.
La guerra de Afganistán todavía no está perdida. Aún se puede ganar y para hacerlo basta aplicar una estrategia bifronte: hay que reconstruir su economía y derrotar a esa alianza criminal que forman Al Qaida y los talibanes.
Por mucho que les cueste reconocerlo a Zapatero, Chacón y Moratinos, esos dos conceptos son inseparables. No se puede dotar a los afganos de una administración digna de ese nombre, sin una victoria militar. Total. No sirven las medias tintas. El Gobierno que se empeñe en presentar la presencia de sus tropas en Afganistán exclusivamente como una contribución a la reconstrucción del país, ofende a sus militares y los pone en peligro, además de engañar a sus ciudadanos.
Alfonso Rojo
www.abc.es
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