sábado, 10 de outubro de 2009

Un Nobel a cuenta

Quizás no sea meramente casual que las medallas que acreditan la titularidad de un Premio Nobel lleven grabado en su anverso el perfil izquierdo de Alfred Nobel. En política, como en el teatro, la derecha y la izquierda las determina el espectador y resulta estadísticamente curioso que, en lo que afecta a los premios de Literatura y Paz -los de potencial sesgo ideológico-, los galardonados de izquierda superen en la proporción de tres a uno a los de derecha. ¿Será que un espíritu libre, enemigo de cualquier forma totalitaria y partidario de anteponer la libertad y los derechos del individuo a los del grupo, resulta incapaz de brillar como lo hace la encarnación contraria de las personas? La Historia no lo acredita y la razón lo rechaza; pero las frías brumas nórdicas, escasamente soleadas, expresan así el criterio de los jurados respectivos.

Barack Obama, según los sabios noruegos del Nobel, se merece este año la distinción. Cuando, en 1980, se la dieron a Adolfo Pérez Esquivel, gran cantamañanas argentino, parecía que el desprestigio acumulado por el galardón desde su primera concesión, en 1901, había tocado suelo. En 1994 salimos del error. El jurado repartió el premio entre Yasser Arafat, Simón Peres e Isaac Rabin, un gesto tan voluntarioso como errático. ¿Cuándo se han visto pacifistas con metralleta? Ahora, puestos a la injusticia valorativa, podemos decir que Obama es, a estos efectos de gloria y oropel, lo mismo que su paisano Jimmy Carter (2002), de quien se sospechaba que no podía mascar chicle y caminar a un mismo tiempo, y Al Gore (2007), catastrofista previo pago de su importe.

En el teatro, la aparición en escena de un actor acreditado y con méritos reconocidos suele ser acogida con los aplausos de los espectadores; pero los que realmente tiene valor son los que, llegado el caso, recibe el actor en uno de sus mutis y, más todavía, cuando cae el telón al final de la representación. A Obama, recién llegado, se le premia básicamente el haber sustituido a George Bush, pero eso es poco. Acaba de salir a escena y están por ver su verdadera talla, su hondura política y su capacidad resolutiva. Sería muy deseable que, al final de su mandato, resultara plenamente merecedor del Nobel de la Paz y pudiéramos apreciar sus diferencias con Carter y Gore. Por el momento se trata de un premio a cuenta que espera la confirmación del mérito.

M. Martín Ferrand
www.abc.es

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